París guarda mi secreto en Hotel Du Nord de Laurent y Farid
Memorias de nuestros viajes, séptimo episodio. A un paso de Republique y el Canal de Saint Martin, la autora revela la historia de amor de un hotel con nombre de película… Porque una pasión como ésta merece un techo que vele tus sueños
De todo cuanto vi antes de #quedarmeEncasa… Hay un lugar que aguarda perenne en mi corazón. Siempre. Es así porque, obviamente, se trata de mucho más que un lugar.
Mucho más que una experiencia, un rostro o un nombre. Son más de uno ¡Tantos! Es un atardecer, un callejón a descubrir, una cúpula al final de las escaleras, una estación de metro o un beso… Siempre un beso.
Y es que hay ciudades a las que siempre vuelves. Quizá porque nunca te terminas de ir, sólo te alejas para aguardar el reencuentro.
Una farola ‘de estilo’ y cada barrio tiene las suyas. Los atardeceres, bajo la luz de Monet… Y los callejones, adoquinados, porque ‘sous les pavés, la plage’.
Las cúpulas, retratadas una y mil veces por los artistas. Y la estación de metro más profunda, ‘Abbesses’ o el arte en escalera de caracol. Estamos en ‘la Butte’, la colina, y la revolución es una playa.
Y es que bajo el pavimento de una ciudad, están siempre sus deseos. Es un ser vivo que vela sus sueños y los protege. Es como una historia de amor que atañe sólo a quienes se atreven a vivirla.

Paris, con el arcoiris sobre Notre Dame, en una tarde de otoño de 2019, desde el Pont au Change. (Foto Nadia Jiménez Castro).
Siempre pienso en ella cuando llega la primavera, aún confinada, porque no cabe en ella el confinamiento, porque no hay encierro bajo un cielo de tanta libertad.
Al menos, así me siento yo cuando vuelvo a París, cada vez. La vida entera desde una de sus ventanas. Mi biografía pausada desde lo alto del Sagrado Corazón.
Una historia de amor y un hotel con nombre de película…
Sí, un hotel. Porque una pasión como ésta merece pues un techo que vele tus sueños. Un regalo y la revelación de mi secreto mejor guardado… El nombre y la historia de allí donde me alojo cada vez que vuelvo a París.
(Porque recuerda que nada es lo que parece y la Revolución, es una playa).
Está en el mismo barrio que la película, todo un clásico del cine francés (Hôtel du Nord, 1938), en el distrito X. Y tal fue su renombre, que permitió la pervivencia de su fachada real como monumento histórico de Francia.
Así que aún hoy puedes verla en el Nº 102 del Quai des Jemmapes, esto es, en la orilla derecha del Canal de Saint Martin (tremendamente famoso en toda Europa tras el film, también francés, de ‘Amelie’). Alberga un animado bistrot.
Pero no es ese Hôtel du Nord mi Hotel du Nord, mi secreto mejor guardado, el techo que vela mis sueños… Ese otro que guarda mis ausencias y ha visto el tiempo pasar en mí. Está muy cerca, en la otra orilla del mismo canal, en la Quai de Valmy.
Rememora su nombre, está claro, pero tiene sus propias historias. De las que nosotros, después de tanto tiempo, también formamos parte. Pero… Bajemos por la calle Beaurepaire, rumbo hacia la Plaza de la República, corazón de todas las manifestaciones.

París, con la plaza de la República, santo y seña de todas las ideologías reivindicativas. A un paso del Hotel Du Nord. (Foto Nadia Jiménez Castro).
Y sin perder de vista el brazo en alto de ‘Madame La Republique’, torceremos a la derecha por uno de esos pequeños callejones parisinos, que tantas sorpresas auguran.
Su frontis ya es en sí toda una promesa… El color, las flores en todas y cada una de las ventanas que se asoman al Nº 47 de la ‘rue Albert Thomas’…
Un sinfín de tonalidades a partir de lo alto de sus buhardillas hasta la habitación familiar del primer piso, cuyas vigas de madera se adivinan en el techo como algo apacible y acogedor.
Y desde el pequeño balcón de esta primera planta penden las enredaderas que cuelgan, juguetonas, delante de la puerta acristalada de madera. Pareciera casi un jardín oculto tras el umbral de otra casa más en el corazón de una gran ciudad.
Pero en medio de un barrio popular, de ambiente jocoso y estampa costumbrista. Verdaderamente parisino y una invitación a descubrirlo. La promesa de un viaje que se inicia con el soniquete de una campanilla que tintinea al abrir la puerta.
(No sin que la vista se haya distraído antes con la colección de bicicletas apostadas delante como foto de portada. Todas llevan escrito ‘Hotel du Nord, Le Pari-Vélo’).
Y es que hace ya mucho tiempo, antes de la moda de los carriles-bici y la vegano-manera de vivir, que los amigos de este pequeño hotel con encanto ofrecen la posibilidad de visitar la ciudad en bicicleta, como una gentileza más. Desde su apertura allá por el 2003.
Pero volvamos al soniquete de la campanilla cuando cruzas el umbral de este rincón tan especial, y volvamos también a los amigos, es decir, al espíritu del Hotel du Nord.
Porque si Hemingway decía que París es una fiesta, que lo es… Sin duda. París son también los amigos. En este caso, Laurent y Farid, los artífices de este mágico enclave cuando visitamos París.
Son el ‘alma máter’ de que, bajo su techo, encuentres una segunda casa en la que el tiempo parece haberse detenido el día del flechazo, el de aquella primera vez que lo descubrimos.
Siempre sucede más o menos lo mismo… El rostro del que entra por vez primera a este singular hotelito, sin poder evitarlo, expresa una gran sorpresa acompañada de una amplia sonrisa. Es inevitable.
Su recepción es como una antigua estación de trenes… ¿Es como? ¡Pero qué digo! Es una pequeña estación de trenes ‘a la antigua’ (como mismo llaman los franceses a las baguettes de pan artesanales).
Todos los objetos que ves a tu alrededor no son elementos decorativos ‘vintage’, sino el verdadero ‘atrezzo’ de una vida llena de viajes por gente que viene y que va.
Una infinita aventura con los nombre de mil y un destinos repartidos desde una vieja maleta de piel y hebillas, cubierta por decenas de pegatinas publicitarias de allí donde estuviste, hasta las fotografías de remotos lugares enmarcadas en docenas de formatos diversos.
Los asientos de madera de antaño, donde los pasajeros de sentaban por ambos lados, como si de una verdadera parada de postas, en la que no se sabe quién llega y quién parte, se tratara.
Sombreros, bastones y paraguas todos distintos entre sí, lámparas dignas de camelleros lejanos, un sinfín de guías de viajes de todos los tiempos… Y hasta la brillante figura de madera bien pintada de un joven botones, de un metro de alto aproximadamente, dispuesto a recibirte con su eterna sonrisa.

Hotel du Nord, cuando crees que ya lo has examinado todo, te das cuenta de que lo mejor está por venir.
Cuando, fascinado por tanto alimento para tu imaginación, crees que ya lo has examinado todo, descubres tras un pequeño mostrador también de madera, que alguien te aguarda con la barbilla apoyada en el cuenco de su mano, que a su vez afirma resignado su brazo sobre el libro de registros.
(Acostumbrado como está a que todo el que entra, sucumba y quede suspendido entre los granos de arena de un reloj detenido en el viaje de la vida).
Su sonrisa te recibe con un habitual ‘bonjour’, pero tú ya estás en tal estado de trance que hasta has olvidado cuántos días era que pensabas quedarte, para confirmar tu reserva.
Por suerte, ya sea Farid o Laurent, están habituados a ver esas promesas de lo que está por venir en los rostros de todos sus visitantes. Y en realidad, lo celebran. Porque forma parte de la magia del lugar.

Canal de Saint Martin, uno de los espacios más creativos de París para la imaginación y el ocio al aire libre.
Para cuando te dan tu llave-llave, de un casillero también de madera (por supuesto), tú ya estás totalmente entregado y te hace gracia que, incluso el diminuto ascensor, tenga todo el interior decorado con papel de más flores.
Por un momento no sabes si subes a tu habitación o bajas al otro lado del espejo, porque quizá has caído por el agujero de ‘Alicia en el País de las Maravillas’.
Cuando pensabas que ya lo habías visto todo… Al salir del ascensor, te encuentras con que cada habitación tiene el nombre de un destino. Puede ser que duermas en Moscú o en Helsinki, en Buenos Aires o San Petersburgo.
Todas las puertas tienen más pegatinas de destinos (de aquellas que hablaban de los cuadernos de viajes de otros tiempos). Los cuartos son pequeños, después de todo, estás en París, pero son tan coquetos… Y todos de distinto color.
Sin embargo, ya te lo dije antes… París son los amigos. Y cuando toca el momento de bajar a desayunar, confirmas el por qué cada detalle atesora el mimo de Laurent y de Farid.
Primeramente, debo decirte que bajas a un sótano absolutamente encantador, donde las primeras impresiones al sentarte bajo la piedra al descubierto, de cualquiera de los dos salones que componen el comedor, te evocan los refugios de la resistencia francesa durante la 2ª Guerra Mundial.

Hotel Du Nord, en su vestíblulo. Secretos de viaje, recuerdos invisibles…, todos los detalles en su equilibrio perfecto.
Con ese punto de cierta emoción que da el descender a cámaras de otro tiempo, donde quizá se vivieron ‘vete tú a saber qué episodios de la historia’, el apetito va ya bien dispuesto y expectante.
Y los mimos de Laurent y Farid no te defraudan, en absoluto. No sólo deben ser ya de los pocos sitios donde se desayuna pan artesanal y croissants de mantequilla auténticos (de verdadera panadería), sino que además las mermeladas son caseras…
Sí, de fruta de temporada elaboradas por estos dos amigos. Y van lo mismo desde el ruibarbo a la ciruela, que de la grosella a las fresas salvajes. Mantequilla y bebida servida calentita al instante. Café, té, leche o chocolate…
Atentos a este último, porque a tu mesa llegará una lata de otro tiempo de la que tú mismo te servirás. Y así, sin prisas, cualquier mañana promete en París, entregado a los aromas del sencillo pero jugoso desayuno francés.
El tiempo, nuevamente, te hace trampas, entretenido como estás admirando todo lo que cuelga en la pared que te lleva a más lugares aún, llenos de pellizcos de cariño de otro tantos, que también se sentaron allí. Antes que tú.
Es el amor por su trabajo pero es también la pasión, la alegría de vivir y el compartirla, lo que esconde esa sensibilidad de los amigos Laurent y Farid.
Ese algo invisible que Farid y Laurent logran que flote en el Hotel du Nord, y que hace que siempre regreses allí… Ellos son la confirmación de que si Hemingway se dio cuenta de que París era una fiesta, la razón es que París son los amigos.
Y por eso, de todo cuanto vi antes de #quedarmeEncasa… Mi regalo hoy, en esta cuarentena, es este rincón en el barrio X de París. La casa de Farid y Laurent es lo que se dice… Un clásico.
(Para seguir leyendo)
Relato 1. La tarde que busqué los caballos de la puszta húngara.
Relato 2. ‘Candomblé auténtico’ o cómo camelar a 50 turistas en Salvador de Bahía.
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Relato 5. ‘Fumata Blanca’ y Roma entera corrió hacia mí.
Relato 6. Nikko y los 3 monos del puente rojo.
Relato 8. Los dátiles de Auschwitz en un tren por Polonia.
Relato 9. Modelos de Botero en un hammam turco.
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Relato 15. Pekín, la ciudad de recuerdos color marrón.
Relato 16. Win Wenders me mostró al ángel de Berlín en un hotel de 2 estrellas.
Relato 17. Essaouira el tango de las gaviotas.