Naxos donde los sueños se vuelven azules solo si te descalzas
Historias con huella, relato 7. La autora sucumbe a las aguas cristalinas de una de las islas más bellas de las Cícladas, lugar de nacimiento de Zeus, enclave de La Portara y escenario compartido de un brindis con ‘ouzo’ (licor griego hecho a base de uvas maduradas y anís) con el amigo Giórgos
#NuevaNormalidad al menos, como decíamos, para no dejar de desear lo que conocimos y lo que aún resta en el camino. Una normalidad que no cercene nuestra curiosidad ni asfixie nuestro recuerdos.
Así que, dejándonos llevar por esa ola que nos cambiaría de lugar… De nuevo, de isla a isla y tiro porque me toca. Y ya que había conocido los burros de Santorini, ¿como no íbamos a subirnos a un barco que se llamara ‘delfín volador’?
Sí, literalmente. Los ‘Flying Dolphins’ son los barcos griegos más conocidos (pequeños catamaranes), que surcan todo el Egeo para moverse entre islas. Claro está que la elección de la siguiente isla fue cosa nuestra, ¿o no?

Naxos, ¿paraíso griego? Miles de expertos turísticos opinan que es una de las islas perfectas. (Foto Turismo de Grecia).
Ahora que lo pienso, no estoy del todo segura de haber elegido, al menos conscientemente, ese otro paraíso de las Cícladas (son 200 islas, sólo las de este grupo), que es Naxos. Pero allí estábamos.
La verdad es que las aguas turquesas del Egeo (absolutamente turquesas, insisto), sólo te invitan a dejarte llevar sin más, a aparecer dondequiera que sea la orilla elegida por el viento. Quizá, el destino.
Y así fue que desembarcamos en la pequeña Naxos, pero la más grande de las Islas Cícladas. Creo que fue Zeus quien nos susurró su nombre al oído, mientras dormíamos la noche anterior.
Naxos es la isla donde la mitología griega sitúa su nacimiento. Allí creció Zeus y también el joven Teseo pasó por ella en su vuelta a Atenas, después de matar al Minotauro y salir del laberinto gracias al ‘hilo de Ariadna’.
Después de todo, estábamos en las aguas de su padre, Egeo… Así que mejor dejarse llevar por ellos a la hora de elegir. Por sus olas, sus susurros y su hilo de oro hasta Naxos.
Lo cierto es que cuando llegas al puerto de ‘Chora Naxos’, la principal localidad, nada de esto parece que hubiera podido pasar allí. Aparentemente…

Interior del pueblito de Naxos, adaptado al turismo aunque menos masificada que sus hermanas Santorini o Paros.
Este pequeño pueblo de pescadores, de paredes encaladas de blanco, de redes de soga que cuelgan de las pérgolas y pulpos puestos a secar en las liñas de la ropa, es capaz de evocar mucho más que eso.
Sus calles se enredan más allá del laberinto que tuvo que superar Teseo, con las subidas y bajadas de más de una ‘medina’. Se estrechan hasta indicarte ellas mismas el camino para, en un momento dado, dejarte sin salida.
Pero es un entorno tan bonito que no te importa desorientarte una vez tras otra, la verdad. Participas de la evocación y la ensoñación de todo cuanto has leído.
Los callejones adoquinados te traen y te llevan a voluntad para volver a acabar en el mismo puerto. No sin antes cruzarte con algún que otro ‘Pope ortodoxo’ de larga barba y gran cruz colgada sobre el pecho.
Vestidos de negro de los pies a la cabeza, inmunes a un sol de justicia y de septiembre, caminan con contundencia, como si hubieran llegado a aquella tierra antes que el propio mar y Zorba hubiera aprendido de ellos a bailar.
Da igual que los mires porque ni te ven. En realidad, me resultaban tan llamativos como las ristras de esponjas naturales, colgadas al sol hasta secarse, dispuestas a la entrada de las pequeñas tiendas para la venta. Sobresalen especialmente sobre el azul de los marcos de las puertas, también azules (como las ventanas).
Enseguida comprendes que los sueños son azules en estas islas, como el horizonte del mar que te invita a partir. A descubrir los 6.000 años de historia que anteceden a cualquier visitante que se descalce en Naxos.
De una o dos plantas, no más, estos núcleos urbanos salpican un paisaje verde y fértil, de olivos, limoneros, higueras, granados, palmeras y viñas, sobre todo. El aroma a cítricos y a aceite te invita a alimentar mucho más que los sentidos o la memoria.
El aire huele a vida en Naxos y la brisa… No hace más que embelesarte cuando ya te has alimentado de tanta fuerza como brinda aquí lo más cotidiano. Pequeños bares y cafetines de sólo un par de mesas y erizos en las rocas a esquivar cuando te zambulles.

Naxos con uno de sus enclaves naturales que sirven para una terraza en la playa de Plaka. (Foto Turismo de Grecia).
Pero nadar en las aguas de un mar tan intensamente claro, tan intensamente azul, y sumergirte mientras contemplas la ‘Torre de Bellonia’… ¡Eso sí que es un pliegue en el tiempo y no la física cuántica!
La verdad es que cuando te asomas a ‘La Portara’, la gran puerta de mármol de lo que iba a ser un enorme templo dedicado a Apolo (y lo único que queda de él), te asomas a la ventana de todo cuanto fue Grecia para el mundo y aún lo es para los griegos.
Te invade un profundo respeto por un pueblo que conserva ese orgullo por su referente identitario y la consideración más profunda por el conocimiento humano, como verdadero remo y timón del progreso de una sociedad.
La verdad es que después de haber compartido un ‘ouzo’ (ούζο, licor griego hecho a base de uvas maduradas y anís) con el amigo Giórgos… Sólo cabría quedarse a ver el atardecer a la orilla de la playa de ‘Psili Ammos’, para toda la eternidad.
Leer el resto de los relatos:
1. Puerto de Las Nieves donde los besos eran robados con sabor a salitre.
2.Procida la isla del limoncello que sedujo a Neruda.
3. Sicilia es irrepetible, pero el cine la hizo eterna.
4. Malta, en el Mediterráneo al encuentro de Corto Maltés.
5. Brindisi el tacón de la bota de Italia que reina en el Adriático.
6. Santorini, la mayor belleza de otro tiempo.
8. Ikaria, las alas de cera más longevas de Europa.
9. Patmos resucita tu boca en los cielos.
10. Calcídicas, los tres dedos de Eolo en el Egeo.
11. Príncipe, las islas turcas donde separas las nubes con las manos.
12. Acre, donde el mar se paró en Tierra Santa.
13. Mar Muerto, el gran lago salado en el desierto del Qumrán.
14. Mar de Galilea, donde el Pez de San Pedro pasa de plateado a dorado.