Monte Saint Michel, la isla de Normandia que deja de serlo
Con el deseo de viajar, relato 4. La autora cumple un sueño al visitar el peñón sobre el que se levanta uno de los monumentos arquitectónicos más fotografiados del mundo. Querrás dormir en uno de sus hoteles solo por sentir el aislamiento que proporciona la pleamar. Una sensación única
#GanasDeVolver porque el viento que ya empieza a soplar, me empuja a ello. Seguramente anuncie ya que cambia de estación y que el retraso ha sido más por cortesía que por despiste… Quizá sólo notó que estábamos a gusto dejándonos llevar, viendo la vida pasar como aquel río.
Lo dejamos atrás pero no del todo. Guiados por su corriente, ponemos rumbo al norte, hacia su desembocadura en el Canal de la Mancha, antes de que ese cambio de estación sea ya una realidad.
Pero, cosas del viento, en un punto del camino, nos desviamos. Es lo que tiene el camino… “Por el camino yo me entretengo”, como cantaba Camarón (de la Isla). Y sin perder de vista esa cornisa del Canal de la Mancha, nos encaminamos hacia otro estuario un poco más al oeste.
A la verdadera y más famosa isla de toda Francia en el mundo, ‘Mont Saint-Michel’ o Monte Saint-Michel, el Monte de San Miguel… Una isla en la Normandía que, a veces, deja de serlo. Separada o unida al continente europeo, según el capricho de las mareas.
Así que, de nuevo, de isla a isla y tiro porque me toca. Porque tocan las ganas de volver a estar en ruta y las ganas de volver… A descubrir.

Monte Saint Michel, una joya arquitectónica mundial, se queda aislado con la pleamar. (Foto Turismo de Francia).
Una rocosa ínsula en el estuario de la desembocadura del río Couesnon, en el departamento francés de ‘Mancha’. Grande y poblada como para sólo llamarla islote, pero pequeña para llamarla ‘isleta’, pues puedes rodearla entera en un paseo de una sola vuelta, eso sí, yendo por el muro que la protege.
Pero si decides enredarte en las callecitas que la pueblan como una colmena, hasta subir a lo alto de la abadía que la domina, probablemente, pasarás dos veces por el mismo sitio antes de lograrlo. Es parte de su encanto.
Y siempre en cuesta, lo mismo para subir que para bajar. Claro que si, finalmente la idea de la aventura te puede y acaba por dominarte, y acaso eliges rodearla a pie de roca…
Procura, en primer lugar, hacerte con el calzado ‘anti-hundimiento’ en el lodo, que venden en la propia Saint-Michel (por todas partes). Y segundo, pero mucho más importante, consulta bien los horarios de la pleamar.

Con la marea baja, los extramuros del Monte Saint Michel se cubren en los alrededores de lodo. Siempre hay que consultar la pleamar. La autora del relato da cuenta del grosor del barro. (Foto Espiral21).
Porque más de uno ha iniciado la caminata cuando la bajamar ya llevaba un buen rato, luciendo espléndidamente segura. Y ha hecho mal los cálculos de la siguiente pleamar, llevándose un buen susto.
Muchos son los coches que, por despiste o por osadía, fluyen cada año con la corriente, sólo porque alguien pensó que le daba tiempo a otra foto más. Y cuando empieza a subir, puede ser muy rápido… ¡Te lo aseguro!
Y es que sólo hay algo más instintivo que ansiar aquello que aún no has probado… Desearlo porque otros ya lo han hecho primero.
El propio Monte Saint-Michel es objeto de disputa ilusoria entre la Normandía y sus aspirantes de la Bretaña. Y la verdad es que cuando flota sobre las aguas, rodeado de ese halo de misterio inconquistable en su cima, no podrías decantarte, al menos visualmente, sobre a quién pertenece realmente.

Monte Saint Michel disfruta de una visión ilusoria dependiendo de donde lo mires, desde Normandia o Bretaña. (Foto Turismo de Francia).
A Francia. Y al mundo entero, absolutamente, a juzgar por el volumen de visitantes que hasta allí acuden. Patrimonio de la humanidad por la Unesco desde 1979, impresiona desde el primer minuto, pues no parece real.
Se diría al contemplarla por vez primera que la estatua del Arcángel San Miguel que corona la aguja de la abadía en lo alto del monte, a 170 metros contados desde la baja de la orilla, podría ser vista desde toda Francia.
(Tal es la impresión que causa la enorme y resplandeciente figura dorada del ángel en la cúspide del monte).
A medida que avanzas por la pasarela, más o menos elevada, que permite el tráfico rodado entre la península y el monte, Saint-Michel va creciendo mágicamente ante tus ojos.
Como si de un buñuelo que va inflándose al cocinarse se tratara, flotando ligero sobre la superficie, Monte Saint-Michel va perfilándose en todos sus pequeños detalles, cobrando otra dimensión a medida que te acercas.

Monte Saint Michel, en la pleamar, como un buñuelo sobre las aguas. Una de las imágenes turísticas más aclamadas del mundo. (Foto Turismo de Francia).
Para al final constatar que estás haciendo un verdadero descubrimiento, casi una conquista (al menos, a nivel de la más mundana normalidad de a pié, claro). Mientras las gaviotas no dejan de cantar en lo alto y sobre ti, en círculos permanentes alrededor de este maravilloso rincón.
Tienes la suficiente sensación de aislamiento, ése que todos ansiamos alguna vez en la vida, pero sin perder el contacto con la humanidad más cercana. Y también la más sorprendente, la que te lleva a preguntar cómo pudo el hombre edificar semejante basílica en la cima de un peñón como este.
Y es que el océano Atlántico toca a la entrada de esta bahía a su antojo, es el que baña este islote de casi 1 kilómetro de circunferencia. Dos veces al día y casi unos 15 metros de altura cada vez, lo que la convierte en una fortaleza.
Pero una fortaleza adorable, con aroma a galletas de mantequilla (‘sables’, como si de sus arenas se tratara), y también a crêpes, rellenos de casi todo lo imaginable y lo inimaginable, también. Salado o dulce, como plato o como postre.
(Pero a la hora de la comida, ya llegaremos después… Primero, ¡subamos hasta lo alto!).

Claustro del monasterio clavado junto a la parte central de la Iglesia. Cuesta pensar cuánto trabajo acuñado sobre el peñón. (Foto Espiral21).
La abadía benedictina se visita, por supuesto. Y ofrece las mejores vistas, no sólo de este ‘peñasco’ habitado, sino de toda la inmensidad. Porque hay una cierta sensación de ‘náufrago con suerte’, muy distinta a la que te ofrece el horizonte del mar cuando lo miras desde la orilla de cualquier costa definida.
Así es. Y quizá te influya su historia, el halo de misterio o la manera de acceder allí. No sabría decirlo con exactitud, pero el viento sopla profundo, además de fuerte, como si quisiera confiarte algo secreto y decisivo al oído.

Monte San Michel, en una bajamar, con jóvenes caminando descalzos por encima del lodo. (Foto Nadia Jiménez Castro).
Por momentos, te invita a esconderte en los rincones de su oratorio para que no te encuentre. Pero se cuela… El viento se cuela por cada rendija de esta abadía, como rindiendo cuentas ajenas.
Quién sabe si porque en tiempos, tras la Revolución francesa, entre sus muros hubo prisioneros en vez de monjes, quién sabe si por todo lo contrario… Demasiadas plegarias suspirando por lo que había más allá del horizonte, eso seguro.
(Después de todo, cuando sólo corría el año 708, aquí se apareció el ángel Gabriel… Y algo tendrá que indicar).
Además, de niña, yo ya había visto Mont Saint-Michel en mi viejo visor ‘view master’ con películas de Disney, pero también destinos de viaje. Y quiso el Destino (el de las mayúsculas), que a mí me tocara el de Francia, cuya portada era… El Monte Saint-Michel.

Sueño cumplido. Monte Saint Michel, uno de los destinos más deseados para los turistas incansables. (Foto Espiral21).
Prendada de su imagen desde entonces, aún no sabía dónde exactamente, ni cómo o cuándo iría. Pero lo sabía, con certeza, cada vez que, a golpe de un sube y baja de su palanca con mi dedo índice a la derecha del visor, yo hacía girar el disco de diapositivas hasta volver a enfocar Mont Saint-Michel.
Aquello que cabía en mi mano pero cubriéndola por entero, redondo de color blanco y con 14 diminutos fotogramas revelados, pero que te permitían dar la vuelta al mundo… Había marcado de antemano el itinerario, seguro.
Sólo viven allí medio centenar de personas y el número de hoteles se cuentan con los dedos de esa misma mano que dibujó la ruta, pero querrías quedarte a dormir sólo por experimentar esa tensa espera hasta la bajamar para salir de allí.
Es mágica y te invita tierra adentro desde que la pisas. Te seduce. Aún cuando el puñado de pequeños bares y restaurantes, o las pocas tiendas de ‘souvenirs’ te recuerden su atractivo turístico. Sientes que al caer el día, seguramente, debe vaciarse… Y con ello, revelar más cosas.
El monte se ilumina por la mundanal cotidianeidad de los afortunados que moran allí, con sus ventanas abiertas, observando la procesión de los que deben partir antes del cambio de marea. Resulta hasta coqueto, de cuento casi, pese a su majestuosidad.
¡Pero aguarda porque aún no te he contado de la ‘crêpe con vistas’ que tomamos para almorzar!
Después de bajar de la abadía, donde inevitablemente el bagaje cinematográfico de conduce a otros fotogramas, los de ‘El nombre de la Rosa’, sobre todo, en el recorrido por el magnífico ‘claustro’, sientes el apetito como algo que te agarra fuertemente a la vida…
Y allí estaba, la mejor ‘crêperie’ de toda mi vida, con una terraza que ofrecía tales vistas a la bahía, como si el comer por los ojos pudiera bastar en medio de aquel fabuloso aroma a fina masa caliente con mantequilla.
De repente, la fortaleza tornó en ‘Torre de Babel’, pero de golosos… de tantos hambrientos de ensoñación.
Para seguir leyendo.
Relato 1. Lido de Venecia con ‘999 rojo’ en los labios.
Relato 2. Isla Tiberina, ángeles, tango y un beso en Roma.
Relato 3. París (Isla de San Luis), pan, vino y felicidad.
Relato 5. Saint-Malo la joya de la Bretaña donde ‘la felicidad es casera’.
Relato 6. Stonehenge, un misterio para la eternidad.
Relato 7. Marken y Volendam te devuelven la libertad sin etiquetas.
Relato 8. Sopot la orilla polaca que permite salirse del borde.
Relato 9. Helsinki donde la brisa lleva la sal a tus labios.
Relato 10. Miyajima, la isla sagrada de Japón en la que nadie nace ni muere.
Relato 11. Playa de Las Canteras, siempre fiel cuando la vida te desborda.
Relato 12. Tokio Disneyland es una fiesta al aire libre.
Relato 13. Otaru, la bahía japonesa donde canta el amor.
Relato 14. Sáhara, ‘nosotros tenemos relojes, pero ellos poseen el tiempo’.
Relato 15. Gaztelugatxe, donde las campanas resuenan más que el Cantábrico.
Relato 16. Hondarribia, el saludo de Euskadi a Francia desde la orilla.
Relato 17. Oporto, la posta más aclamada de Portugal.