Medjugorje, santuario cristiano en un país musulmán
#TeCuentoUnSecreto relato 8. La autora, en su viaje por el mundo, asciende a la colina de Medjugorje, a través de una tortuosa orografía, convencida de que hay lugares que pueden curar el alma. Clavada en uno de los corazones de Bosnia, la Santa Sede sigue sin reconocer las apariciones acaecidas hace 40 años
#TeCuentoUnSecreto que obliga a un camino de ida y vuelta, y a cruzar fronteras inexistentes a la vista del ojo humano, que te alejan pero te llevan a un puente de encuentro entre cielo y tierra… Porque hay lugares que pueden curar el alma.
Mecida igual que la ropa tendida a lo largo del camino, acariciada por el mismo aire que la mueve, como mismo hacemos con esos recuerdos que atesoramos en ese hueco invisible de nuestra mano… Así me pareció su vista.
Pequeña y hasta inhóspita en una primera impresión. Llena de distracciones comerciales que ponen la fe a prueba, pero sin apartarte del camino a la montaña que te ha llevado hasta allí.

Ascenso a la montaña de Medjugorje, en un camino erosionado de piedras que pone a prueba el esfuerzo humano. (Espiral21).
Cada paso que das, levanta la tierra de ese único camino que, como tantos otros en la vida, uno emprende por libre y a su propio ritmo. Las zonas no asfaltadas se conjugan sin complejo con las que sí lo están.
Hay como un grado de improvisación sobrevenida a un acontecimiento que, sin duda, ha sobrepasado a los habitantes de este pequeño pueblo de Bosnia-Herzegovina.
Ya desde que cruzas la imaginaria línea que te separa de Croacia, te das cuenta de que la posguerra de los Balcanes no ha tratado a todas las zonas por igual…
Algunas, paradójicamente (y ya verás el por qué hallo una paradoja en ello), parecen olvidadas de la mano de Dios.

Frontera terrestre entre Croacia y Bosnia, desde el interior de una guagua, en una sola carretera que separa a ambos países. (Foto Espiral21).
Cuando se detuvo el único transporte público que nos llevaba hasta allí, no pudimos bajar para el control de pasaporte. La verdad es que, por lo que pudimos observar a través de la ventanilla del ‘bus’, descender no era una opción.
La policía que debía controlar la documentación de quienes viajábamos en él y nos disponíamos a cambiar de país, tenía un gran contenedor de carga por toda oficina. (Y no quiero imaginar lo que hubiera sido esa cola bajo aquel calor de septiembre a su puerta).
Subieron un par de agentes para agilizar el control, asiento por asiento, y en sus rostros pudimos ver, claramente, que agradecieron el aire acondicionado que nos mantenía ajenos a la realidad de la entrada a Bosnia-Herzegovina.
Pasamos de aquella realidad gris a un paisaje marrón durante largo rato, árido y seco. Esa sensación de la nada dejada de la mano de todos. Triste y polvorienta por una carretera que había dejado atrás cualquier tipo de confort.
Parecías irte lejos del mundo para llegar a ninguna parte. Y apareció el primer y único cartel que veríamos aquel día, como si de un mero lugar de paso se tratara, a pesar de que recibe miles de visitas con un único objetivo.
Sólo nos bajamos allí cuatro personas (la otra pareja era un matrimonio argentino de edad avanzada, cuyo viaje hasta este destino había sido mucho más largo, claro).
Y el resto siguió hasta Mostar, a orillas del río Neretva. Todos querían ver el emblemático puente medieval de un sólo arco, reconstruido tras la guerra, por supuesto.
Pero nosotros cuatro buscábamos subir a la colina de Medjugorje. Y allí estábamos, en mitad de ninguna parte, o lo que es lo mismo, la única carretera asfaltada que atraviesa este lugar ninguneado por tantos.
(Y sin embargo, el mayor secreto guardado por Bosnia-Herzegovina, musulmana en su mayoría).

Colina de Medjugorje, lugar de ascenso de los peregrinos tras el inicio de las apariciones de la Virgen María, en 1981, con la autora del relato. (Foto Espiral21).
Sin duda, ese otro puente de encuentro entre cielo y tierra andaba cerca. Sólo había que tomar el camino correcto. Y no había más que uno, tras mirar alrededor y localizar dónde se hallaba esa colina de la que tanto hablaban por todo el mundo… (Hasta en Argentina).
Tomamos el sendero de tierra que llevaba hasta ella, salpicado a ratos por tendederos improvisados de ropa al sol en las veredas. Supongo que de las pocas casas que, aisladas unas de otras, habían sido construidas de modo muy modesto.
Algunos de sus ocupantes se sentaban a la puerta con una cesta llena de ‘souvenires’, casi todos imanes de nevera y rosarios, además de botellas de agua para aguantar el sofocante calor.
Y compras algo. Claro que compras pero, sobre todo, porque sus manos solanas al ofrecerte la mercancía, te rompen al alma. Sentir el calor de sus venas, día tras día a la espera de peregrinos, te seca la boca más que el mismo sol.
No es hasta que llegas a los pies de la propia colina que encuentras tiendas al uso, como las del centro del pueblo. Pero no las ves, la verdad… Te impresiona el ascenso que se dibuja ante ti.
Y no por la altura de la meseta hasta la que tienes que subir, sino por la tortuosa orografía que se impone a tus pies. Son auténticas lascas de piedra del tamaño de dos manos juntas, que se incrustan en la tierra como por penitencia.
Imposible ascender sin un calzado cerrado. (Menos mal que me había agenciado un par de botines en Dubrovnik, sólo por si acaso).
Cada uno sube como puede, pero no hay quien se escape de los desequilibrios, pues tienes que ir con tiento metiendo los pies entre los huecos de aquellas piedras tan afiladas.

Medjugorje congrega al año a cientos de miles de peregrinos. El santuario cumple 40 años. Aún no ha sido reconocido por Roma. (Foto E21).
Ciertamente es un entorno extraño que te marca el desafío que tú decidas si así lo eliges. Cuando llegas a lo alto, una imagen blanca de la Virgen de la Paz, sobre un pequeño escalón en forma de estrella de seis puntas, te contempla. Y tú a ella.
Justamente este verano se cumplen 40 años de las presuntas apariciones de la Virgen, que comenzaron en la ex Yugoslavia comunista de 1981. Luego, vendría la guerra y una desmembración del país en otros varios, cuya memoria es común en este punto.
Desde entonces millones de personas han hecho un santuario de peregrinación mundial de esta pequeña localidad perdida, en un país cercado por quienes ganaron una guerra en la que todos, en realidad, perdieron.
A día de hoy, Medjugorje sigue siendo un secreto a voces con un expediente abierto en el Vaticano y al que se han asomado tres Papas ya, al menos. Quizá debieran preguntar a las almas de aquel sendero.
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