Marken y Volendam te devuelven la libertad sin etiquetas
Con el deseo de viajar, relato 7. La autora se dirige al Mar del Norte para quedar bajo del nivel del mar de las Tierras Bajas de Holanda. Allí sube al barco de Manfred, un lobo de mar pulido como las películas de Bergman, al que acompaña su gato Fritz junto un plato de queso Edam
#GanasDeVolver a oler el mar sin mascarilla, sin que sea su borde el que te marca la línea del horizonte bajo los ojos, y ganas de volver a sentir que ese horizonte está del todo abierto al mundo. Y viceversa.
Ganas de volver a respirar su brisa en la cara, toda ella, y la libertad al aire. Sin etiquetas, fases o curvas, que éstas sean sólo de placer y no de riesgo, porque éste ha de venir sólo de la aventura y no del miedo.
Y si hay un mar que se preste a ello está siempre al norte, desconocido, al norte de dondequiera que estés. Azaroso y gris, porque no hay calor en su cielo que aclare esas aguas… Toca redescubrirlas.
De isla a isla y tiro porque me toca, tomamos el este en el Mar del Norte y acabamos por debajo del nivel del mar, en las ‘Tierras Bajas’ (Nederlanden), o lo que es lo mismo, en la orilla más baja de ese tempestuoso mar del septentrión.

Marken, con varias de las construcciones a color que permiten divisar las casas a lo lejos. (Foto Turismo de Holanda).
Más exactamente, frente a él, porque recuerda que nos propusimos pisar una isla. La pequeña península de Marken en el lago Markermeer, que hasta el siglo XIII estuvo unida a la Holanda continental, pero una tormenta la separó del resto del país.
(Un dique volvió a conectarla al continente en 1957 y por ello hablamos, más concretamente, de península en vez de isla… Pero eso son sólo apreciaciones del lenguaje).
Cruzamos el kilómetro y medio de dique en bicicleta hasta el pueblo portuario de Monnickendam. (Realmente, vale la pena la sensación de pedalear por un carril sobre el agua, en este caso, la ensenada del lago Markermeer),
Tradicionalmente, sus casas solían inundarse con regularidad con cada crecida de las aguas, así que sus coloridas casitas de madera, construidas sobre pilotes, será lo primero que te llame la atención. Casi todas son verde ‘bosque’ con los tejados rojos… Todo muy uniforme.
Pero encantador. Marken es una isla pequeña, no llega a los 10 kilómetros, y eso invita a recorrerla a pie con la intención llena de novelería.
Y es que parece una población sacada de un cuento del mismísimo Hans Cristhian Andersen. Es todo tan bucólico que tienes la sensación de que, al otro lado de las puertas de unas casas tan bonitas y apacibles, sólo salen galletas de sus hornos… Tal es el dulzor que inspira tu imaginación.

Zuecos holandeses, uno de los tópicos más turísticos, convertidos en objeto de decoración más que de souvenir. (Foto Turismo de Holanda).
Sólo faltan las ‘zapatillas rojas’ del cuento pero, a cambio, están los zuecos amarillos. Naturalmente, no te puedes perder la ‘Wooden Shoe Factory‘, esto es, la fábrica de zuecos que además está situada en un precioso parque.
¡No pasa nada por sentirse como lo que eres: un turista!
Sé que elegimos ser viajeros pero, a veces, resulta imposible sustraerse a algo tan encantador por más típico/tópico que pueda llegar a ser…
Allí no sólo puedes ver cómo se fabrica un par de zuecos a partir de un auténtico bloque de madera, sino que además puedes probártelos… Te aseguro que éste sería el segundo paraíso de Carrie Bradshaw (la protagonista de ‘Sexo en nueva York’).
Menos mal que no hay quien camine con ellos… Lo que te dejará recuperar el tino para pederte por el sendero que te conduce hasta ‘el caballo de Marken’. Pero no te equivoques, hablamos de su precioso faro así conocido, una rotunda torre blanca que aún sigue en funcionamiento.
Su brillante cúpula roja rivaliza en altura sólo con los mástiles de los barcos, casi todos pesqueros, en el pequeño y tranquilo puerto. Así es Marken, un pueblo tan tradicional que parece sacado de la página de un libro.

Faro de Marken, blanca su torre y roja la cúpula, se vuelve inconfundible siempre. (Foto Turismo de Holanda).
Los pescadores ordenan sus aparejos para la mañana siguiente, pero uno de ellos fuma en pipa mirando desde la cubierta mientras espera… Me recuerda a Max Von Sydow, aunque no tan alto, pero podrían ser familia a juzgar por el parecido.
Aguarda sin más, bien abrigado con un chaquetón azul, muy al estilo de Corto Maltés. Mantiene la pipa a un lado de la boca, bien prensada en la comisura de sus labios, mientras expulsa el humo con auténtica maestría y sosiego.
No tiene prisa alguna pero está bien al tanto de todo aquel que pasa por el embarcadero. No puedo evitarlo, el parecido es tan notable que lo saludo con la mano sólo por si, en verdad, fuera él y como sueco, hubiera elegido este bucólico rincón escandinavo como retiro.
(Era verano y aún no había llegado este fatídico 2020, así que el mítico actor fetiche de Ingmar Bergman seguía con vida y activo en el cine).
Sonríe desde la proa y nos hace una seña para que subamos al barco. No lo dudo, claro. Nos estrecha la mano y me dice en perfecto inglés: “No hay problema, me pasa a menudo… A veces, incluso, he llegado a firmar alguna foto”.
Absolutamente azorada le contesto que no sé a qué se refiere y bajo la cabeza. “Ya sé que me parezco a Max Von Sydow pero me gusta más mi vida… Paseo en barco todos los días. Me llamo Manfred y, si quieren los llevo a Volendam. No pueden marcharse del lago Markermeer sin visitar Volendam”.
Rompimos en una carcajada conjunta y aceptamos, claro. En realidad, ya le habíamos echado el ojo al barco de paseo ‘Volendam-Marken Express’ para ir a la ciudad portuaria de Volendam, pero éste otro era mucho más bonito y auténtico.
Total, se trataba de un paseo de unos veinte minutos tan sólo y la charla con Manfred sería mucho más interesante que ver cómo otros turistas se ponían el traje típico para una foto en el barco oficial de paseo. Eso seguro.
Nos acomodamos en el barco, con el viento azotando de puro gusto en el rostro y calentándonos con los rayos de sol que, sólo de vez en cuando, se colaban por entre las espesas nubes.
Manfred llevaba el barco con la naturalidad de un chófer de guagua, claro, y tenía dos cosas a bordo que llamaron mi atención… Un mimoso gato gris llamado Fritz y un plato de queso ‘Edam’ sobre un taburete de madera pintado como el lienzo de Magritte, ‘Golconda’.
(Ya sabes, ése en el que una lluvia de multitud de hombres flotan en el aire suspendidos como paraguas sobre los tejados rojos de una casa). Sin duda, Manfred era un personaje, lo que se dice, un hombre de mundo.
Sólo alguien que no cree en las fronteras podría elegir al surrealista belga René Magritte… Era un hecho, sucumbí ante el doble de Max Von Sydow y su onírica travesía comiendo queso hasta Volendam.

Molino junto a Volendam, tan bonito o más que Marken. Dos sitios obligados para visitar en los Países Bajos. (Foto Turismo de Holanda).
Antes de llegar ya nos percatamos de que Volendam era casi más bonito que Marken y, aún sin bajar del barco, divisamos los puestos de mariscos de este pequeño pueblo de pescadores. (La cola del gato Fritz también pareció percatarse de que podría haber festín).
El mero placer de pasear por sus pintorescas calles, con sus casas de tejados puntiagudos y en hilera, los puentes sobre un canal con cisnes y patos, y el atardecer sobre su paseo marítimo… Se convirtió en un lienzo.
Me hizo hasta olvidar que, cerca de allí, había una granja de queso con ni sé cuántas variedades de especias en la elaboración de casi un queso para cada día del año. El exquisito pescado rebozado de los puestos del puerto sustituyó al queso como si yo fuera Fritz.
A los pies del lago Ijseel y sus aguas de poca profundidad, pareciera que cualquier otro relato podría empezar aquí, envuelto en el humo de la pipa de Manfred.
Para seguir leyendo
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Relato 2. Isla Tiberina, ángeles, tango y un beso en Roma.
Relato 3. París (Isla de San Luis), pan, vino y felicidad.
Relato 4. Monte Saint Michel, la isla de Normandia que deja de serlo.
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Relato 6. Stonehenge, un misterio para la eternidad.
Relato 8. Sopot la orilla polaca que permite salirse del borde.
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Relato 10. Miyajima, la isla sagrada de Japón en la que nadie nace ni muere.
Relato 11. Playa de Las Canteras, siempre fiel cuando la vida te desborda.
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