Málaga y El Pimpi, 50 años de bulerías y fandangos al paladar
#TeCuentoUnSecreto relato 5. La autora, en su viaje por el mundo, visita una de las casas de comida indispensables de la capital malagueña, donde los platos saben a gloria y huelen a fama
#TeCuentoUnSecreto a palmas y por bulerías, tan fiestero como el jaleo y redoblado compás. Y hasta por fandangos si aún apuras la noche, pero tan sabroso como un espeto junto a la orilla del mar. Porque si sigues su ritmo, los tres tiempos… 1, 2 y 3, te llevarán hasta el postre y más.
Y es que la noche malagueña, lo mismo que el día, te esconde secretos que saben a gloria y huelen a fama, como ’El Pimpi’. Medio siglo ya de pellizcos y cantes al corazón, directos como un dardo al paladar.
Sin embargo, si no preguntas (y según a quien lo hagas al llegar a Málaga), jamás darías tan fácilmente con ‘El Pimpi’ ni sabrías que no te puedes marchar de la ciudad sin haberte sentado junto a uno de sus barriles.
Todo el mundo lo conoce y de boca en boca va, pero hay que hallarlo ‘volando’ y sin entretenerse por el camino. Porque la noche en Málaga te engaña y la luna, más.

El Pimpi, con la autora junto algunos de los muchos barriles firmados, con el de Lola Flores, que marca la diferencia. (Foto E21).
Llena como está de umbrales de fiesta y promesas de más, todas te enredan a los ojos como la llama al fuego. Es la ‘bulla’ de Málaga, donde el aire huele a cante tanto como a camarón.
Lunera y gitana, de callejón y cañí en su casco, te lleva y te trae como al volante de una falda el baile. Pero ‘El Pimpi’, ya sólo por su nombre, tiene guasa y gracia como para empeñar tus pasos hasta encontrarlo.
(Los ‘pimpis’ fueron los primeros guías de la ciudad).
‘El Pimpi’ tiene patio y azulejería, claro. También tiene barriles, pero no cualesquiera… Porque éstos, apilados en línea sobre su redonda panza, tienen nombre. Todos ellos, y no son cualquiera. No.

Patio del Pimpi, con tradición y sabor, como buena casa de comida, de fandango y bulerías. (Foto E21).
Y es que podría decirse que esta popular taberna de tapas y vinos te obliga a caminar hacia atrás, porque ‘El Pimpi’ ocupa un caserón del siglo XVIII… Pero sobre una antigua calzada romana.
Según entras, no sabes si empezar a hacerte selfies con los nombres famosos firmados a tiza en los barriles, viajar en el tiempo con las imágenes de la colección fotográfica que cuelga en la paredes o, directamente, salir disparado para el patio.
Arte y ‘quejío’ por los cuatro costados, el alma se excita tanto como la vista se distrae por los rincones. Los platos humeantes, con las tapas más sabrosas, van de las manos de los camareros a las sonrisas que aguardan en las mesas.
Y como si de una coreografía perfecta se tratara, hacen del lugar un escenario perfecto que atrapa el tiempo en Málaga como si éste no existiera. Porque se detuvo al llegar al Pimpi. Y allí se entretuvo para siempre.

Historia viva de Málaga, como uno de los carteles de festejos, de 1912, que cuelgan en las paredes del Pimpi. (Foto E21).
Volando, volando… Quiso el destino, y también la luna lunera (y la noche de Málaga), que a mí me tocara el barril de la ‘sarandonga’ y de “cómo me la maravillaría yo”.
Y que “¿cómo me la maravillaría yo?”, pues tapeando junto al barril de la ‘Lola’, el de Lola Flores. Allí fue donde nos tocó y hasta el ‘cazón’ me supo a ‘flores’, pues hubo allí toda la noche un torbellino de los mismos colores…
Que enredó y bailó los platos lo mismo alrededor del propio barril que de nuestra cíngara mesa. Langostinos ‘al pimpi’, ‘flamenquín’ y boquerón. Lunares, flores y mantón.
Y liada en los flecos de ese mantón, entre salmorejo y roscón, la letra de su misma canción… “No hay en el mundo una flor que el viento mueva mejor que se mueve Lola Flores”.
Manzanilla calé y palmas a mi espalda que resonaron adentro del barril, el de la Lola. Yo no supe de todo lo que comí, tapita a tapita, ni de si hubo arroz con bacalao, pero sí de cuánto en mi ánimo lo bailé.
Porque de cara morena también, a mí me llenaron aquellos suspiros y cuando de allí me quise marchar, volviendo la vista atrás… Los ojos de aquel barril me miraron negro aceituna y hasta una ‘toná‘ me quisieron cantar.
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