Lyon y la danza, una gran historia de amor
#UnViajeUnInstante, relato 15. En su itinerario del mundo, la autora desvela por qué la ciudad francesa del Ródano es una galería de arte al aire libre: gastronomía, urbanismo, historia y, sobre todo, cultura. Como decía el bailarín Yoann Bourgeois, "es probable que cualquier lugar se convierta en una escena"
#UnViajeUnInstante y el futuro, en el mar. Sin importar en qué orilla te arroje ni a qué lado te toque. Y es que ser cautivo del soñar no es otra cosa sino libre para escapar.
Y lo cierto es que los lugares, todos, cuentan historias cuando escuchas con atención. Y todo estaba allí, la vida en un sólo instante. Un solo beso y, sí, un solo baile.
Porque lo de Lyon y la danza es una gran historia de amor y yo, después de despedirme de Laura, viajé de nuevo hasta el Lyon que ambas compartimos, paso a paso.
Fuera de los giros del viejo tiovivo, pero llena del mismo color y la misma música, Lyon es capital mundial en muchos aspectos. Gastronomía de más de un millar de restaurantes y los más reputados chefs de la Guía Michelin.

Lyon, en el atardecer del verano, con la colina de la Basílica de Fourvière sobre el Ródano. (Foto E21).
El urbanismo visto desde la Basílica de Fourvière que marca la “colina que reza”, hasta la Croix-Rousse que señala la “colina que trabaja” (donde en tiempos se instalaron los obreros de la seda o ‘canuts’).
Y su mayor secreto… La fisonomía de Lyon la convierte en un atractivo paseo por la historia, con sus estrechos callejones o ‘traboules’ que pasan a través de los bajos de sus edificios, uniendo calles que quedan a ambos lados.
Una inmensa galería de arte al aire libre a la vista de los ojos de todo el que llega a la ciudad. Sus muros pintados, únicos en el mundo, han sido premiados varias veces y convierten a la capital de Rhône-Alpes en una ciudad de murales monumentales que retratan la vida cotidiana.

Murales vivos en Lyon integran a los visitantes con el paisanaje artístico de la ciudad, como muestra la autora. (Foto E21).
Además, al caer la noche, Lyon se ilumina en mil colores que 100.000 reflectores alumbran 300 sitios distintos en una verdadera escenografía de luz para los callejeros más noctámbulos.
Pero, sin lugar a dudas, si aún hay que hablar de Lyon como capital mundial desde otra perspectiva más, es de la danza. Sería tan extraño como referirse a la danza sin hablar de Lyon, quedémonos pues en Francia.
Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco desde 1998, Lyon, tan lejos y tan cerca. Entre el cielo y la tierra no hay más suelo que pisar que aquél que baila Lyon, cuyo corazón late danza rítmicamente cada dos años. A veces, menos.
En cada nueva Bienal, cuando el león ruge, el mundo se para y todos aguardan a ver qué pasos va a dar. En cuestión de días, horas tan sólo, arrancará una nueva ‘Biennale de la danse de Lyon’. Y el mundo entero mirará a la capital de la danza.
Cierto que ahora, tras esta maldita pandemia, todo es distinto. Pero el futuro es ahora, tal y como viene. Y viene cargado de recuerdos en ni memoria, como certeza de que vivir es lo único cierto.
Cuando volví de la última ‘Biennale de la danse’ francesa, antes de la pandemia, dije que si un día la vida me desbordara, quisiera dejar de correr y moverme con la armonía del bailarín Yoann Bourgeois, en paz con la sola esencia.
Pero que si un día la vida me desbordara del todo, quisiera que jamás me faltara la magia de Yoann Bourgeois, que el viento no me detuviera sino que me sirviera siempre de impulso.
Y así es ese viento que me lleva, de vuelta o no, a los rincones del ‘Viejo Lyon’ porque me sedujo su poesía, la de Yoann y la de la ciudad. Casi convertidos en personajes de un lienzo de otro tiempo.

Lyon, ciudad de puentes entre 2 ríos, puentes capaces de crear una escena en cualquier sitio. (Foto E21).
Sentados a la mesa de nuestro rincón favorito y nuestra jarrita de sidra dulce que parecía no tener fondo, que se vaciaba y se llenaba al ritmo de la conversación.
Las tartas de ‘crumble’ de chocolate y plátano, o la de cerezas, también crujiente, expuestas en un desfile de varietés y tentaciones junto al mostrador.
Y las idas y venidas de los ‘erasmus’ entre las mesas con su mandil a las caderas para sacarse un extra. Tan ruidoso como animado y, siempre, la sonrisa de nuestro ‘Monsieur Tartine’, anfitrión indiscutible del bistrot.
Fuera, el atardecer rosado sobre uno de los dos ríos. “Es probable que cualquier lugar se convierta en una escena”, dijo Bourgeois antes de presentar aquel último trabajo que tanto me conmovió…
Y tenía razón. Ahora era mi nuca la que se sentía susurrada al recordar aquella escena de danza, aquella última tarde a orillas del Ródano y aquel último verso de despedida.
Después de todo, viajar es casi como luchar contra la fugacidad de la vida y llenar el vacío de todo cuanto descubres en el camino. Para mí, cualquier pieza de danza es volver a escuchar ese rugido y poesía desde el cielo. Volver a Lyon, sin más, y que la pieza jamás acabe.
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