Lyon te zambulle en una piscina de bolas
"#AguardoElDía, episodio 5. La autora se sumerge en un espacio creativo sin apenas precedentes donde las ideas cobran magia sobre la felicidad ya vivida. Y más aún, la que queda por vivir"
#AguardoElDía, luna. Luna que brillas… Sabes bien qué le pedí, que me devolviera la cola de sirena y me echara de nuevo al mar. Y por ello, indiscreta, luces tan llena estos días.
Curioseando todo cuanto se hace a escondidas en esta escuela de calor. También yo cotilleo la tarde hasta que ella luzca de nuevo, sentada junto a la ventana.
Hurgando en los recuerdos, guardando las horas y soñando con nuevos viajes. Una sonrisa dentro que, desbocada, empuja por salir afuera. Llena de momentos que te llevan de regreso.
De certezas, de felicidad ya vivida y también de presente. De más, más aún por vivir. De otras horas. La tarde siempre pasa despacio desde una ventana. Siempre.
Y mientras la luz va cambiando, la mirada no pierde detalle de lo que el ojo no ve…
Así que seguramente fue su sonrisa, y no otra cosa, la que hizo que Mateo corriendo delante de su madre (así lo llamó ella), y detrás de una pelota mientras el helado chorreaba por su peto vaquero, me llevara de vuelta sin subirme a un avión.
“Bébeme”, pareció indicarme de repente… Como mismo decía en la diminuta botella que hizo encoger a Alicia de pura curiosidad hasta una talla de 25 centímetros de altura, que la dejó atrás y en una posición inalcanzable debido a su nueva estatura.
Y mi mente voló hasta aquella Bienal de danza de Lyon, justo aquella en la que hubo una piscina llena de diminutas pelotas, todas iguales, de color negro y del tamaño de una mano. Más o menos, en la que sumergirse como ‘performance’ y visita irrenunciable a la sala de prensa.
Yo no lo dudé, por supuesto, y me sumergí. Eso sí, quitándome cadena y anillos, pues jamás hubiera podido llegar al fondo si hubiera tenido que recuperarlos.

Nadia Jiménez, junto a otros ‘bañistas’ de la Sala de Prensa de la Bienal de Lyon, en la piscina de bolas. (Foto E21).
Y como Alicia, a la primera y extraña brazada, sentí la llave que abría la puerta a un precioso jardín, y con él a todo un mundo de fantasía… “Cómeme”, parecía que iba a decirme alguien después en otro letrero, pero sin un apetitoso pastelillo que fuera a devolverme mi figura original. Para luego descender por la madriguera tras un conejo blanco que vistiera formal con chaleco y chaqueta.
(Y que sorprendentemente habla, aunque sólo sea para quejarse de lo tarde que llega).
También yo entonces, haciendo por moverme en aquella marea (verdadera marejada de matemáticas imposibles), sentí el intervalo que lleva a Alicia a caer por un pozo.
Uno que se transforma en un túnel de espacio y tiempo, lleno de metáforas que bailan entre su pasado y su futuro más inmediato. Pero, sobre todo, la conducen a vivir las más fascinantes aventuras en el “País de las Maravillas”.
Y no, el ‘Conejo blanco’ no lleva reloj de bolsillo. Tampoco en Lyon. Ni ‘Sombrero Loco’ celebra los no cumpleaños, tampoco en aquella piscina de bolas.
Aunque sí pudo ser que el ‘Gato de Cheshire’ mantuviera una conversación filosófica conmigo aquella tarde, mientras desaparecía gradualmente y sólo quedó su enorme sonrisa suspendida en el aire.
La magia estuvo servida entonces como hoy. Por cierto, Mateo me tiró la pelota y su sonrisa también quedó flotando en el aire. Al menos desde mi ventana al mundo. Mi ventana verde.
Para seguir leyendo:
Episodio 1. Maracuyá con yogur de Florencia al Antico Caffé de Vegueta.
Episodio 2. Trentemoult, a sólo 10 minutos de Julio Verne.
Episodio 3. Bayona y la playa de ‘La Barra’cambian la rotación de la tierra.
Episodio 4. Biarritz me regaló la espuma del mar.