Los ‘Finaos’ nos enseña que los barcos tienen dos historias
#TeCuentoUnSecreto relato 17. La autora, en su viaje por el mundo, descubre en el fin de semana de Todos los Santos un apacible entorno portuario, sereno y nostálgico, como los relatos de las abuelas cuando recordaban el paso del Valbanera por La Luz en 1919
#TeCuentoUnSecreto a tan sólo la distancia de una entrada, un pequeño billete que cabe en el hueco de la mano. Porque ellos tenían razón… Las ’28 narices de botella’ que me apuntaban como una invitación al viaje, estaban en lo cierto.
Yo me hallaba en terreno de secano y la aventura me aguardaba debajo, en el mar. Fresca, como la cocina de mercado. Era cuestión de volver a subir a un barco. Aún no sabía el destino, claro.
Sabía que tocaba navegar para este puente de ‘Todos los Santos’… ¡¿Pero dónde?! La amiga Yure también tenía razón, como aquellos ‘golfinhos’ de la desembocadura de Setúbal. “La gente está saliendo como si no hubiera un mañana”, me confió, no sin cierta preocupación.
Yo asentí, sin dudarlo. Había simulado hasta una docena de rutas distintas sobre el mapa para esta escapada de ‘Finados’, y no lograba que nada cuajara. Todo el mundo estaba en todas partes… ¡¿Cómo era eso posible?!

Norays, protagonistas silenciosos de la actividad portuaria, en el dique Reina Sofía de Las Palmas, con las montañas de La Isleta. (Foto E21).
¿Y si la mejor salida estaba al alcance de esta misma orilla? Con la nariz ‘ensalitrada’ de tanto respirar las olas y los pies colgando, sentada en el borde del muelle, aquellas sonrisas de los delfines aún en mi retina… Me mostraron el rumbo para el relato de este ‘puente’.
Y también, por qué no reconocerlo, las de quienes ya no están sino en mi memoria, las sonrisas de los finados. Me di cuenta entonces de que el desfase del cambio de hora me regalaba una víspera de ‘Todos los Santos’ o jornada de ‘Finaos’ aún más larga.
Aunque sólo fuera una hora más de recuerdos, éstos me hicieron perderme en tantas historias de abuelas que ahora se dibujaban sobre la superficie del mar, sin moverme del pantalán que me regalaba mi propio reflejo.
El apacible entorno portuario y la certeza de los barcos allí atracados, me brindó una serenidad que no dejaba lugar a dudas. Los espejos sí tienen memoria cuando hay tantas historias al asomarse a ellos.
Y los barcos, todos ellos, tienen dos historias. Una a cada costado, el que vemos reflejado en el agua, y el que queda oculto al otro lado. (Como la luna y como casi todo en la vida). El brillante azul de un cielo totalmente despejado y la tibia calidez del sol, que calentaba mis hombros como si diera la bienvenida al mes de agosto y no al de noviembre, me embarcaron sin más.

Seabourn Ovation, crucero atracado en el Muelle de Santa Catalina, el 31 de octubre de 2021. (Foto E21).
Contemplaba el reluciente casco blanco de un exclusivo crucero, mediano de capacidad pero espaciosos camarotes con balconada, y llamativa bandera de Bahamas.
Centré mi mirada en ella, es decir, era de un lugar lo suficientemente lejos como para soñar pero también, bastante alejada en el mapa como para no serlo en el tiempo y dar paso a los recuerdos.
(Benditos retazos, los de la memoria, que siempre salpican y contaminan la realidad, haciéndola más interesante, la verdad).
No se veía a nadie en cubierta ni tampoco asomado a los amplios balcones de los camarotes. Realmente bonito, parecía recién estrenado, y los destellos de los rayos de sol en el blanco de su pintura, te obligaban a desviar la mirada hacia otro sitio.
La mía eligió la memoria en el fondo del mar, de cuando moverse en un barco tan grande era una cuestión de reto al destino, de empezar a vivir al otro lado del mundo y en la orilla que queda al otro costado.
De nuevo, el calor de un verano que se resiste a marchar, y la propia fiesta de los ‘finaos’, finados o difuntos, inevitablemente, me hizo pensar en el Valbanera en este mismo Puerto de La Luz y los casi 500 canarios que marcharon para siempre.
El 17 de agosto de 1919 arribaba el Valbanera al Puerto de La Luz y de Las Palmas. El también llamado ‘Titanic de los pobres’, que durante años cubrió de manera regular la ruta de la migración entre España y Cuba.
Y que tan bien conocieron tantos canarios de aquella época de las hambrunas. Sólo en este puerto grancanario embarcaron 243 pasajeros más, pero fue en la isla de La Palma, desde donde volvió a zarpar, el lugar en el que perdió el ancla de estribor.
Todos convinieron que era ésa una muy mala señal. (Quedando sumergida en su bahía. Pero ésa es otra historia, que nada tiene que ver con el volcán de Cumbre Vieja).
Después de todo, acaso haya un lugar más lleno de viajes que el propio muelle de una ciudad con puerto. Y con 32 grados de temperatura… ¡Quién querría comer castañas asadas en lugar de lanzarse al mar a por las de otro tiempo!

Norays, figuras mudas y cómplices de historias marítimas cargadas de memoria y emociones. (Foto E21).
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