Lido de Venecia con ‘999 rojo’ en los labios
Con el deseo de viajar, relato 1. La autora repasa su estancia en la Mostra de Venecia tras la sonrisa que le devolvió Jude Law en el puente de los Suspiros y tras escuchar a pocos metros de Rami Malek los acordes de 'Bohemian Rapsody' que le dispensó la orquesta de la Plaza de San Marcos al oscarizado actor el día del cumpleaños de Freddie Mercury
#GanasDeVolver a sonreír con sólo el ‘999 rojo ultra‘ de Dior por toda mascarilla en los labios y ganas de volver a respirar una bocanada de aire con la boca abierta.
Ganas de volver a comer ‘sushi’ sin preguntarme si la cocina de Miguel guarda la distancia de seguridad y, sobre todo, sin tener que conformarme con el elaborado desde la paleta desenfrenada de Fernando Álamo.
Por más ‘maestro del sushi’ que el pintor canario sea y por más carnal que sea la naturaleza en el universo de Fernando Álamo. Sí, también para el atún, que presentó justo antes de la pandemia en la galería Bibli de Santa Cruz de Tenerife.
(Y que ahora exhibe en la FCDP de la capital grancanaria).
#GanasDeVolver, en definitiva, porque no hay nada más instintivo que ansiar aquello que ya has probado…

Plaza de San Marcos, la puerta de entrada y salida de Venecia jamás descansa, ni de noche ni de día. (Foto Espiral21).
Por eso volvimos a Venecia. Después de atesorar ‘il pranzo’ de Enzo en la memoria de colores de Burano, junto a las flores de lavanda, sólo podíamos regresar a Venecia. Porque ya te lo dije, Venecia enamora cada vez como la primera.
Y con el ‘999 rojo ultra‘ de Dior, me crucé con Jude Law en el ‘Puente de los Suspiros’. Sí, has leído bien. Era justamente septiembre y antes de pandemia, es decir, hace apenas un año. Había terminado la jornada y, ya sin chaqueta ni pajarita, se había aflojado la camisa, desabrochándose los dos botones superiores.
Law estaba en la ‘Mostra’ de cine para el preestreno, fuera de concurso, del séptimo episodio de la serie para televisión ‘El nuevo Papa’, de Paolo Sorrentino, junto a John Malkovich.
Así es Venecia… Y más en época de ‘Biennale’. Como ya te dije en cuarentena, de todo cuanto vi antes de #quedarmeEncasa… Es al ritmo de los venecianos como mejor se conoce.
Y por ello, son sus sucesivas ‘Biennales’ las ocasiones en que mejor se me ha revelado su verdadera identidad. Obviamente, sólo nos cruzamos. Nosotros acabábamos de desembarcar de Burano y él, del Lido.
Era tarde y nos reímos los tres. Yo lo miré porque lo reconocí (¡Por Dios y cómo no!), y él, sencillamente, porque se dio cuenta. Pero me devolvió la sonrisa del ‘999 rojo ultra‘ de Dior.
¡Te imaginas si todos hubiéramos tenido mascarilla! No quiero ni pensarlo… Y aún no sabía que ése sería sólo el primer encuentro de la noche.
De nuevo, el cine flotaba sobre los canales de Venecia, serena, despidiéndose ya del verano tardío y de esa luz tan especial que la luna derrama sobre sus aguas, como una promesa en cada soplo de aire.
Sólo resta dejarse mecer por ambas y seguir andando, rumbo a San Marcos, claro. En Venecia, hagas lo que hagas, vas siempre a la Plaza de San Marcos.
Y esta vez con prisas. Casi era la medianoche y había que cenar antes de convertirnos en ‘calabazas’ si sonaban las campanadas de las 12, lo cual no es tarea fácil con los italianos desde que cae ya cierta hora.
Hambrientos como estábamos después de tanto callejear, usamos nuestro ‘as’ en la manga en momento de festivales, que no es otro más que el de una conocida franquicia ‘rockera’. (El estricto horario de cena de muchas capitales europeas nos hizo descubrir este momento de atractivo ‘pecado’).
Cenamos como americanos en el ‘Hard Rock’ veneciano, justo detrás de la Plaza de San Marcos. (Si Enzo me ve, me mata y me pide que le devuelva las lavandas).
Lo cierto es que funciona para cenar caliente y sentados a una mesa, como es debido, no un tentempié deprisa y corriendo al pie de una barra que está ya recogiendo… ¡Y el ambiente es divertido y de película, claro!
Total, que era la noche en la que festejaban el que hubiera sido el cumpleaños de Freddie Mercury y sonaba ‘Bohemian Rapsody’ cuando entramos, casi por los pelos.
(Vídeo de la orquesta de la plaza de San Marcos, tocando ‘Bohemian Rapsody’. Autor Espiral21).
Enzo y Jude Law ocuparon por igual los colores de nuestra conversación durante la animada cena. Burano y Venecia se pisaban ambas por igual entre el picoteo y la bebida.
Pero no hubo postre. Después de todo, no era italiano. Sólo de cine… Aunque quién hubiera imaginado que, sencillamente, nos aguardaba fuera. Salimos de nuevo a San Marcos con la idea de que quizá la heladería de la esquina, junto a la Basílica, estaría aún abierta.
Y con el ánimo de ponerle un broche dulce a la noche, nos topamos con uno musical. De repente, pareció como una señal del destino… Tan pronto pusimos un pie en la plaza, dejando ‘San Moisé’ a nuestra espalda, volvía a sonar ‘Bohemian Rapsody’.
Pero esta vez en directo. Era una de las dos orquestas enfrentadas (literalmente), que cierran siempre la noche en San Marcos, para los visitantes más rezagados que se niegan a que el día termine o que la noche pare… (Cualquiera de las dos cosas).
Pertenecíamos a ese grupo, el de los que se niegan, y la música de Queen hizo el resto en una noche plácida que invitaba a permanecer, sin más. Nos detuvimos para escuchar, tras la mesa más próxima a nuestro ‘aterrizaje’, que sin embargo, era la más alejada de los músicos.
Cuatro personas, tres hombres y una chica rubia (entre los cuales, había una pareja, él y ella). Y parecían disfrutar especialmente, casi más que nosotros.
Mi presencia, a su espalda, les hizo aparecer en nuestro breve vídeo del intenso momento en el que yo tarareaba emocionada los acordes de Mercury…
Hasta que me percaté de quién era exactamente el muchacho de la camisa oscura de ‘topitos’ blancos, que le cogía la mano a la muchacha rubia.
Resultaba evidente. Rami Malek también era uno ‘de los que se niegan’. Y allí estaba, rezagado, después de haber presentado ‘Bohemian Rapsody’ esa tarde en la Biennale de Cinema de Venecia, la ‘mostra’ de cine más antigua del mundo.

Rami Malek, con la mano en la boca, en la mesa de 4 en el centro, escucha ‘Bohemian Rapsody’ en la plaza de San Marcos. (Foto Espiral21).
Sobra decir que la emoción me llevó a una risa incontrolada y a olvidarme por completo del postre, helado o ‘freddo’. Daba igual. Porque la noche era claramente de cine y una señal. Había que ir al Lido al día siguiente.
Confirmado: Venecia es siempre la promesa de algo más… Y el movimiento es vida, así que tras desayunar como ‘il Gattopardo’, o sea, como si fuéramos el orgulloso príncipe siciliano, al menos por sus salones (llevados al cine), trazamos el itinerario.
Sobra contar que estábamos en el ‘Hotel La Residenza’, el de la plaza de de ‘San Giovanni in Bragora’, cuyo voluminoso botón del timbre se me incrustó en el hombro la noche de San Juan…
Ya sabes, cuando comimos los ‘tagliatelle con le sarde alla veneziana’ (cocinados en la iglesia por las ‘nonnas’)…
Aquel maravilloso edificio del siglo XV que nos prendó para toda la eternidad, bajo la luz de los farolillos por las fiestas. Con unas sencillas habitaciones, pero totalmente de época, como ‘il Gattopardo’.

Hotel La Residenza, del siglo XV, histórico, bello, misterioso…, una estancia de 2 estrellas en el centro de Venecia. (Foto Espiral21).
Allí estaba él, siempre atento, ’Il signore Roberto’. Siempre dispuesto con su bigotito que se movía al sonreír, como un leve cosquilleo en su rostro… ¡Lo sabía todo, ’Il signore Roberto’!
Incluso el por qué la habitación que nos había dado era la mejor para nosotros. (Y lo fue) Maravillosamente visible y escondida a la vez, daba a un precioso jardín trasero en vez de a la plaza. Pensada para la distracción tanto como para la evasión.
Pura ensoñación contigua al salón de desayunos, como si te levantaras de tu propia cama. Silenciosa y llena de relatos ya narrados, y otros, aún por escribir.
¡Ay, ’Il signore Roberto’! Nos dijo cómo ir al Lido en plena Biennale del Cine ‘a buon mercato’, de modo barato, y lo que es más importante, sin ‘arricciare il naso’ (hacerse el ‘snob’, rizar la nariz, literalmente, en italiano).

Carabineris a caballo vigilan los alrededores del Lido, como actores de reparto en un decorado único, bajo una publicidad de la última película del escritor Roberto Saviano, amenazado de muerte por la mafia. (Foto Espiral21).
Y sus historias de cine… ¡Ay, mio caro Signore Roberto! Llevaba casi 50 años viendo a todo el que es alguien en el mundo del cine. Digamos que todos los años veía caer una estrella del cielo por estas mismas fechas.
El vaporetto rumbo al Lido era el medio ideal. Al menos tres de las líneas te llevaban al Lido desde ‘Piazzale Roma’. (Y ahora no te preguntes por qué se llama Roma, y no Venecia… No vale la pena).
A media mañana, el vaporetto ya era como un vagón de metro en hora punta y toda una galería de personajes, además de espectadores y turistas… ¡Cuántas nuevas estrellas no saldrían de allí ese día!
“Vai, vai”, gritaba el que se parecía al ayudante de Strómboli incitándonos a pecar rumbo a la ‘Isla de la Fantasía’. “Il cinema, il cinema’, indicaba a los aún desconcertados.
Sí, ésos que preguntaban por ‘Lido’ con acento oriental y cara de despiste/desconfianza (ésa que delata el pensamiento de ‘estos italianos seguro que me la van a pegar y acabo en la isla del cementerio pidiendo un taxi).
Menos mal que tan sólo dura poco más de diez minutos. Pero, como todos los trayectos por ‘la Laguna’, vale la pena. Es en sí mismo un viaje que equivale a un millar.
¡Davvero! De verdad, como dicen los italianos.

Festival de Cine de Venecia, en el Lido, una explosión de color y público. En la imagen, la autora Nadia Jiménez. (Foto Espiral21).
El Lido es una barra de 12 kilómetros de playa, lo que se dice una isla barrera para estas aguas. Estrecha y alargada. Propiamente el Lido, al norte, donde se celebra el Festival Internacional de Cine cada septiembre (el Palazzo del Cinema), es el punto neurálgico.
Pero hay otros tres lugares señeros para todo el que llega allí al final de una búsqueda… El Grand Hotel des Bains, donde transcurre la película de ‘Muerte en Venecia’ de Thomas Mann, el Grand Hotel Excelsior, ambos con playas privadas, claro. Y el Casino de Venecia.
Por lo demás, la vida discurre apacible entre calles arboladas y parques, como en el rodaje de una película de otra época. Cuando no hay Biennale, claro. Entonces es un bullir de gente y de vida. De movimiento y pura curiosidad.
Así que también ‘davvero’ el Lido de Venecia era como la ‘Isla de la Fantasía’ y yo, me sentía como Pinocchio… Dispuesta a no pensar. Con los ojos bien abiertos.
“Súbito, súbito”, desembarcamos… Como ‘cavalcare la tigre’, como cabalgar sobre un tigre fue bajarse de aquel vaporetto, lleno hasta los topes.
Pero pusimos un pie en el Lido y se hizo la magia. El poste marcaba ‘Ocho y medio’. Lo supe entonces. ‘La vida es bella’ y fue como si bailáramos ‘el último tango en París’ y mis recuerdos fueran nuestras ‘memorias de África’.
Y todo estaba allí, la vida en un sólo instante. Un solo beso y todas las #GanasDeVolver más allá de las palabras… “Ciao, Venezia”.
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Relato 4. Monte Sainn Michel, la isla de Normandia que deja de serlo.
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