Laponia me regaló el ‘Sol de Medianoche’
Memorias de nuestros viajes, episodio 11. La autora describe la larga espera hasta que cae la madrugada de San Juan con un sol radiante que mantiene despiertos a los pájaros mientras los jóvenes de Rovaniemi acuden exhaustos a reponer fuerzas en el McDonald's más al norte de La Tierra
De todo cuanto vi antes de #quedarmeEncasa… Pienso que, como seres que nos movemos por impulsos, a veces, el sólo recuerdo de un fenómeno que un día escuchaste nombrar, puede desencadenar que acabes casi en el límite del planeta.
Sí, en los límites o casi, y no es una exageración. De todos es sabido que para la mayor parte de las diferentes culturas que pueblan la Tierra, la noche de San Juan está llena de toda una simbología que, aunque varíe según el lugar y sus tradiciones, no deja indiferente a nadie.
Y si bien es verdad que la latina está salpicada, sobre todo, de un sinfín de supersticiones (referidas al amor en su mayoría), no es menos cierto que esta circunstancia te lleva derechito a las aglomeraciones de las ni-se-sabe-ya-el-número de hogueras.
De modo que un año en el que buscábamos unas sensaciones más auténticas que las del tumulto a orillas del mar, recordé una estampa increíble que había visto en un documental sobre el solsticio de verano en las latitudes más al norte.

La autora, con el sol de medianoche dando de lleno en una de las áreas de ocio que se disponen para la noche de San Juan. (Foto NJC).
Sin otro añadido más que el mismo comienzo de la estación… El ‘Sol de Medianoche’, lo llamaban. Pero por más que te lo mostraban en minutos y más minutos de metraje, la incredulidad de los sentidos se resistía a dar crédito a un fenómeno semejante. (Tan ajeno a este meridiano).
¡No anochecía! Pero quiero decir exactamente eso. Pasaban los días uno tras otro y no había noches. Ninguna…
Era increíble. Sin trampa ni cartón en su rodaje. Pero el fenómeno duraba sólo una semana en todo su esplendor (debiera decir ‘resplandor’), coincidiendo con la fiesta de San Juan, es decir, el Solsticio del Verano.
Luego, el efecto en el cielo iba decayendo, y nunca mejor dicho. Porque si bien seguían sucediéndose los días sin sus noches, la luz perdía su intensidad, dado que el sol iba descendiendo hasta permanecer bajo en el horizonte durante meses.
La pregunta para mí estaba clara: ¿Cómo y cuándo dormías, o es que no lo hacías? ¡Había que probarlo!
Tenía que verlo con mis propios ojos, así que programamos un viaje a la capital finlandesa, a Helsinki. Y desde allí, iríamos en un vuelo interior hasta Rovaniemi… Al norte del Norte.
Cuando llegamos a Helsinki, nos dimos cuenta de que habíamos hecho bien en planear una expedición aún más al norte, puesto que esa primera noche de nuestra aventura hacia el cambio estacional, no apreciamos lo esperado en el cielo.
No importó, la verdad. Nos fuimos a la cama como quien dispone de una segunda Noche de Reyes. Expectantes… Aterrizamos en Rovaniemi y el mundo dio un giro auténticamente ‘copernicano’ ante nuestros ojos.
Cierto era que el reloj nos indicaba que aún era pronto y habría que esperar. Pero también que a las 22:00 horas del día, aunque en verano anochece más tarde, ya se nota esa preciosa luz rosada del caer de la tarde (al menos), en cualquier otro lugar.
Primeramente, debo aclarar que Rovaniemi es una ciudad moderna porque fue destruida casi por completo en la Segunda Guerra Mundial. Tranquila, muy funcional y hasta silenciosa. Con ello quiero decir que no se trata de un lugar donde el ambiente se desarrolle en sus despejadas avenidas.
De modo que, si no paras de vagabundear calle arriba y calle abajo mirando hacia el cielo, esperando la ausencia de la noche cuando no anochezca… Está claro que eres un turista, y si es que alguien repara en ti. Porque, aunque amables, son bastante introvertidos.
No obstante, aquello era demasiado… Empezábamos a tener la sensación de que estábamos solos en una ciudad fantasma o en una de ésas de las viejas pelis del Oeste. Ya sabes, de ésas en las que ‘aulagas’ esparcidas ruedan movidas por el viento.
De por sí, al llegar, ya nos había parecido un poco surrealista que nuestro alojamiento (a las afueras del casco urbano) se componía de contenedores dispuestos unos encima de otros, con unas escaleras metálicas acopladas por el exterior.
Has entendido bien, como los del puerto. Nuestra habitación era un contenedor al que le habían hecho una ventana y compartimentado un baño en su interior. Y hasta una ‘kitchen corner’ con lo esencial para un desayuno caliente…
Eso sí, estaban pintados del color de ‘la Pantera Rosa’, es decir, rosa chicle. Supongo que como estábamos rodeados de árboles, se trataba de diferenciarlos del frondoso paisaje.
Nadie podrá negar su originalidad, tanto como su funcionalidad. Pero lo cierto es que agradecimos su tonalidad interior. No era rosa… ¡Menos mal!
Era azul. Y no entraré en más detalles porque lo más importante es que ya no era tan chillón.
(Después de todo, habría que dormir de alguna manera).
Total, que nos dieron nuestra propia llave (también metálica, claro), y ya no volvimos a ver más a aquella muchacha. Así que menos mal que todo aparentaba estar correcto (Por el momento).
Pero regresemos al centro de Rovaniemi (caminando, claro). Teníamos hambre y había que cenar. Pese a todo, tal y como manda la tradición, la víspera de San Juan toca esperar hasta la medianoche, estés donde estés.
¡¿Pero dónde?! Parecía todo tan desierto que, en cualquier momento, el aburrimiento podía dar paso a la inquietud. Y de ahí, al susto en cuestión de minutos. Daba la sensación que todo el mundo estaba en su casa, pese a que se veía luz en el interior de un par de restaurantes.
Por fin, elegimos uno por sus bonitas puertas de madera acristaladas a cuadros… ¡Qué alegría! El ambiente estaba dentro y resultó que no se veía porque debías descender unas escaleras y el salón, enorme, quedaba oculto.
¡Estaba lleno! El ambiente nos cambió la primera impresión y nos hizo olvidar hasta el contenedor rosa. Era precioso y la madera por todas partes evidenciaba que estabas en Laponia. Ya no había duda alguna.

Papá Noel y su parque temático, a pocos kilómetros de Rovaniemi, es el principal reclamo turístico de Laponia. (Foto NJC).
La gente cantaba y brindaba sobre los manteles a cuadros rojos y blancos. Y la alegría era contagiosa. Comimos filetes de alce con mermelada de arándanos, como manda el lugar. (También había reno, pero a mí me hacía pensar en Papá Noel y fui incapaz de probarlo).
Logramos cenar con margen suficiente para, justo a la medianoche, reunirnos calle abajo junto a un nutrido grupo de locales en un precioso cenador de madera, en un parque al final de la avenida central de esta pequeña ciudad.
¡Qué puedo decir! Lo que allí sucedió aquella no-noche superó todas nuestras expectativas. Era asombroso hasta rozar lo inverosímil… La hora marcada por el reloj y tu mente te decían que era de noche, pero tus sentidos te lo negaban rotundamente.
De repente recordé ‘El Mito de la caverna’ de Platón. Estaban acaso nuestros sentidos traicionándonos con falsas apariencias… ¿Era todo un engaño porque nos encontrábamos cerca del Polo, a lo Julio Verne en su novela de ‘Viaje al centro de la Tierra’?
Hasta mi piel me decía que era cierto. Sentía el calor del sol en mi cara, hasta el punto que lamenté no tener las gafas de sol a mano. Era algo inimaginable porque, además, los pájaros no dejaban de cantar en los árboles.
Ya sabía que sería de día pero… ¡¿Tanto?! Nos cayó la una de la mañana como si fueran las 13:00 horas de la tarde y la gente ya había empezado a retirarse.
Pero yo no quería irme porque sabía que era de esas cosas que vives sólo una vez, al menos, con semejante emoción. En verdad, fuimos los últimos en marcharnos.
(Creo que probé todos los asientos del cenador en redondo, observando la luz del sol desde todos los ángulos posibles).

Sol de medianoche se hace esperar. La foto fue tomada a las 2 de la madrugada, junto a la orilla del río. Ver para creer. (Foto Espiral21).
Quería retener aquel instante para siempre en mi retina como en mi memoria. A la una y media de la madrugada, cuando hasta el filete de alce estaba ya digerido, pusimos rumbo a nuestro contenedor (Perdón, al hotel).
Pero con el ánimo de seguir disfrutando del momento (el canto de los pájaros llegaba a ser ensordecedor por tramos, en medio del silencio), decidimos coger otro camino y así llegar hasta el final de la parte alta de aquella avenida central.
La sorpresa no vino de Papá Noel o de sus renos, no. El neón amarillo que brillaba al fondo no era del sol de medianoche. A medida que nos acercábamos, pudimos leerlo con claridad.
“Está usted en el McDonald’s más al norte de la Tierra. (Y funciona las 24 horas)”.
(Para seguir leyendo)
Relato 1. La tarde que busqué los caballos de la puszta húngara.
Relato 2. ‘Candomblé auténtico’ o cómo camelar a 50 turistas en Salvador de Bahía.
Relato 3. Fuí a bailar ‘Zorba el griego’ y me encontré con el seísmo de Atenas.
Relato 4. Jerusalén, un rostro distinto según la hora del día.
Relato 5. ‘Fumata Blanca’ y Roma entera corrió hacia mí.
Relato 6. Nikko y los 3 monos del puente rojo.
Relato 7. París guarda mi secreto en Hotel Du Nord de Laurent y Farid.
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