Isla Tiberina, ángeles, tango y un beso en Roma
Con el deseo de viajar, relato 2. La autora traza un recorrido romántico por Roma. Todo empieza con un tango junto al Tíber, bajo el puente del Castillo del Ángel, con la cúpula de San Pedro al fondo. En ese viaje sinóptico, aparece en el Trastevere degustando un taglio de pizza para recordar por siempre uno de los rincones ocultos de la ciudad eterna
#GanasDeVolver a bailar tango en aquella barcaza, arrimada a la orilla del ‘Castel Sant’Angelo’ durante las noches del estío romano. Ganas de volver a saborear ciertas cosas como sólo saben a escondidas.
Y ganas de volver a la ‘isla tiberina’ sólo porque regresemos a Roma, siempre ahí para nosotros desde que comimos el primer ‘gelato’ juntos. Así que, sin salir de Italia, de isla a isla y tiro porque me toca.
Dejamos el Véneto atrás para instalarnos en el ‘Lazio’, la región donde indiscutiblemente reina Roma, como ciudad eterna y ciudad abierta, por gentileza de la Providencia, el cine y todo un Imperio tras de sí en su historia.
(Verdaderamente, no hay quien compita con tanto, pues hasta tiene costa con playa a tiro de piedra).

Roma es la Historia en estado puro, como estos bustos (era antes de Cristo), en el barrio judío, muy próximo a la isla tiberina. (Foto Espiral21).
Pero volvamos al río Tíber (Tevere, siendo tónica la primera ‘e’., para los italianos), ya que un paseo a lo largo de su orilla, permite adentrarse en la historia de Roma a vista de pájaro.
El ‘lungotevere’ en verano es pura ‘novelería’, que diríamos los canarios, seas turista o seas romano. Eso da igual… No te olvides que hasta toda una princesa (Audrey Hepburn en “Vacanze romane”), perdió la cabeza con chapuzón incluido en el Tíber.
Y eso que en toda una jornada entera de escapada, aún estando acompañada de Gregory Peck en el papel de un pillo periodista, no pisó la ‘isola tiverina’.
Pero nosotros sí. Nos fuimos de picnic a la ‘isla tiberina’ a la mañana siguiente de que todos los ángeles que guardan aquel puente nos vieran bailar tango a la luz de la luna, junto a la orilla del ‘Castel Sant’Angelo’.

Ángel en el Castillo, de donde parte el relato, con la cúpula de San Pedro al fondo. (Foto Espiral21).
En realidad, es pequeña, apenas 70 metros de ancha por casi 300 de larga. Y aunque la idea de visitarla surgió estando en Sant’Angelo, cruzamos por el puente ‘Cestio’, ya que lo hicimos desde el Trastevere.
No fue casualidad, claro, sino que del Trastevere salía nuestra ‘cestilla’ del picnic y te contaré por qué. La verdad es que estoy a punto de revelarte uno de los secretos mejor guardados de toda Roma…
(Una auténtica pepita de oro para cualquier viajero que se encamine hacia el centro del Imperio Romano).
Y como lo prometido se convierte en deuda, te diré dónde comer la mejor pizza de Roma… ¡Éccola! En el barrio del Trastevere, pero no en la zona centro de su conocida plaza, repleta de turistas que vienen y van, no.
En absoluto. No podía ser así de fácil, sino más adentro, en las mismas tripas del viejo barrio. Allí donde concurren dos pequeños callejones, el ‘Vícolo del Moro’ con el ‘Vícolo de la Renella’.
Por lo demás, sólo hay que dejarse llevar por la propia nariz y el maravilloso aroma que desprenden sus masas. Su nombre es, justamente, ‘Forno la Renella’.
Y se come ‘al taglio’, como dicen los italianos, esto es, al corte. Eso sí, eligiendo entre la infinidad de sabores e ingredientes que te ofrece su largo mostrador. El resto, es puro arte. Italiano, claro.
Para este ‘pranzo’ medio campestre al aire libre pero sin salir de la ciudad, pedimos nuestras favoritas, esto es: un par de ‘zucchini’ o calabacín, otras dos porciones de ‘fiori di zucca’ con ‘alici’ o flores de calabacín con anchoas. Y la más legendaria de este forno…
Un poco de la básica ‘olive e pomodoro’. (Gruesas aceitunas deshuesadas con carnosos pedazos de jugoso tomate sin pepitas ni piel). Todo un espectáculo, te lo aseguro.
Y de postre,‘ciambelles di vino e anice’, o sea, roscos de vino y de anís (dos y dos, que tampoco había que pasarse). El aroma caliente de cuanto llevábamos para esta veraniega ‘fuga tiberina’ era tal, que costaba esperar hasta haber cruzado el puente para tomar un primer bocado.

Un paseo por Trastevere, hace grato la pizza de ‘La Renella’. La autora, en uno de los atrios de los palecetes de la Isla Tiberina. (Foto Espiral21).
Roma bulle siempre pero en esta pequeña isla fluvial y urbana, que flota sobre su río como si de un barco se tratara, reina la tranquilidad y hay rincones suficientes para quienes han tenido la misma idea.
Cuenta la leyenda que cuando los romanos expulsaron al rey Tarquino ‘El Soberbio’, estaba la población tan crispada que lanzaron todas las gavillas de trigo robadas por el rey al río. Y que esas varas de trigo agrupadas en fardos acabaron arremolinadas, unas sobre otras, en un recodo del río Tíber.
Así nació la Isla Tiberina. Si, en efecto, sucedió de este modo… No me extraña que durante aquel almuerzo, sentados en su orilla, la pizza de ‘la renella’ me supiera mejor que nunca.
Bajo los árboles, el tiempo se había detenido y poco importaba que apenas quedaran restos de los famosos templos allí levantados un día o que, a pocos pasos, hubiera una iglesia dedicada a San Bartolomé y una torre fortificada.
Todo había empezado con unos ángeles, un tango y un beso a orillas del río, y terminaba con pizzas, dos ‘ciambelles’ y un mismo beso a orillas del Tíber.
Ya entrada la ‘serata’, dejábamos la isla atrás… Pero esta vez salimos por el puente ‘Fabricio’, que tiene dos pilares antiguos que representan a Hermes y al dios Jano, con cuatro caras… Jano simboliza el principio y el final de todo.
Me quedo con el principio y las ganas de volver a Roma, siempre. (Es lo que tiene tirar una moneda a la ‘Fontana di Trevi‘, cada vez).
Para seguir leyendo.
Relato 1. Lido de Venecia con ‘999 rojo’ en los labios.
Relato 3. París (Isla de San Luis), pan, vino y felicidad.
Relato 4. Monte Sainn Michel, la isla de Normandia que deja de serlo.
Relato 5. Saint-Malo la joya de la Bretaña donde ‘la felicidad es casera’.
Relato 6. Stonehenge, un misterio para la eternidad.
Relato 7. Marken y Volendam te devuelven la libertad sin etiquetas.
Relato 8. Sopot la orilla polaca que permite salirse del borde.
Relato 9. Helsinki donde la brisa lleva la sal a tus labios.
Relato 10. Miyajima, la isla sagrada de Japón en la que nadie nace ni muere.
Relato 11. Playa de Las Canteras, siempre fiel cuando la vida te desborda.
Relato 12. Tokio Disneyland es una fiesta al aire libre.
Relato 13. Otaru, la bahía japonesa donde canta el amor.
Relato 14. Sáhara, ‘nosotros tenemos relojes, pero ellos poseen el tiempo’.
Relato 15. Gaztelugatxe, donde las campanas resuenan más que el Cantábrico.
Relato 16. Hondarribia, el saludo de Euskadi a Francia desde la orilla.
Relato 17. Oporto, la posta más aclamada de Portugal.