Isabel II y Paddington, lo que asoma a los ojos de la gente
#AguardoElDía, episodio 10. La autora, cazadora de sueños, sonríe al destino al recordar que no todo el mundo intercambia un sandwich de mermelada de naranja con un osito, pero claro no todo el mundo lo hace con una reina. La reina de todos
#AguardoElDía, todo él, sin más. Y todos los que vengan detrás. Porque como decía el poeta checo, Vladimir Holan… “Todo, hasta el mismo silencio, tiene algo que callar”.
Y si hay en este mundo quien tiene algo que callar, siempre, es la memoria. La de todos y cada uno, hasta el último. Sin excepción, todas esconden algo.
Por ello, muchas de las veces, disfrutas de lo que asoma en los ojos de la gente. Sólo hay que prestar atención a su mirada, abandonarse en ella.
Con el alma anaranjada, teñida por aquella vereda de las mil puertas ‘torii’, pero desde mi ventana verde y consciente de aquel pensamiento expresado al salir del hilo del destino (de que lo mejor está por llegar. Siempre)…

Paddington, el osito más famoso de la literatura infantil inglesa, es más icono que nunca tras tomar el té con la reina de Inglaterra, en su 70 jubileo.
Aparecí en otro lugar muy distinto, donde todo un país parecía haberse paralizado y una reina había decidido tomar el té con un oso antes de partir para siempre.
No todo el mundo intercambia un sandwich de mermelada de naranja con Paddington, pero claro está que no todo el mundo lo hace con una reina. La reina de todos, de todo el planeta durante casi tres cuartos de siglo.
Incluso la de los no monárquicos que compramos ese souvenir tan ‘kitsch’, ése de una diminuta Isabel II con el bolso colgando pero cogido hasta el codo como tu abuela, que ‘menea’ la otra mano sin parar, igual que si fuera un gato ‘Manekineko’ japonés saludando.
Y de un gato japonés a un oso inglés y, a su vez, a una reina… Salí del camino anaranjado de Kyoto y aparecí en un puente londinense, porque así es la memoria, movida tanto por sensaciones como por recuerdos. Acaso sean lo mismo.
Decía el psicólogo Carl Gustav Jung que tu visión sería clara sólo cuando pudieses mirar en tu propio corazón, porque quien mira afuera, sueña, y quien mira dentro… Despierta.
Después de tanta pompa y circunstancia durante los últimos once días, y una representación con tantos actos, mi mirada afuera de mi ventana verde había, inevitablemente, vuelto la vista adentro. Sin distancias y despierta.
Como cazadora de sueños, volví al aroma de aquel chocolate inglés que salía del interior de una tienda de galletas y golosinas de mil colores en el centro de Londres, no lejos del distrito financiero, pero propia de Willy Bonka.
La figura de una dorada galleta sonriente con corbata morada y postura de “Don Melitón tenía tres gatos” con piernas y brazos (que cantábamos saltando de niños), me saludaba desde el escaparate.
Bueno, a mí y a todo el que pasaba. Medía diez veces más que aquella ‘kitsch’ de la reina saludando con la mano derecha y el bolso colgando hasta el codo del otro lado. Pero ambas sonreían, aunque una te diera la bienvenida y la otra, se despidiera.
Para seguir leyendo:
Episodio 1. Maracuyá con yogur de Florencia al Antico Caffé de Vegueta.
Episodio 2. Trentemoult, a sólo 10 minutos de Julio Verne.
Episodio 3. Bayona y la playa de ‘La Barra’cambian la rotación de la tierra.
Episodio 4. Biarritz me regaló la espuma del mar.
Episodio 5. Lyon te zambulle en una piscina de bolas.
Episodio 6. Asakusa, donde curas el presente y aceptas el pasado.
Episodio 7. Sumo japonés, la lucha de colosos que todo lo purifica.
Episodio 8. Kyoto, la ciudad que jamás olvidarás.
Episodio 9. ¿Quién se atreve con las mil puertas ‘torii’ de color naranja de Kyoto?