Ikaria, las alas de cera más longevas de Europa
Historias con huella, relato 8. La autora se da cuenta de que la felicidad consiste en unir el final con el principio, y quizá por ese principio que definió Pitágoras, los habitantes de Ikaria son los más ancianos de Europa
#NuevaNormalidad, ¿en serio?… El día que asuma como normal algo que no lo es, será que acepto que el mundo condena al absoluto silencio a la memoria.
Mientras tanto seguiré tirando de ella como si fuera ‘el hilo de Ariadna’, pues serán esos recuerdos los que arrojen luz a la salida. Todo menos quedarse quietos.
Y ya que nos habíamos descalzado para disfrutar de la eternidad (una eternidad de color azul, griego), embelesados con el atardecer y la compañía, ¿cómo no sucumbir a la propuesta de Olimpia?
Robusta como una matrona de la antigüedad, de facciones marcadas y frente ancha. Una nariz afilada y el óvalo casi perfecto de su cara, enmarcado en las ondas de un cabello oscuro, no te distraía de la generosidad de sus caderas.
La Sra. Olimpia nos abordó justo en ese instante de placidez. Dispuestos como estábamos, con los pies descalzos, a no abandonar jamás Naxos, la propuesta de esta fémina griega de ojos grandes y unos sesenta años, llegó oportuna.
Lo cierto es que lo que ahora conocemos como alquiler vacacional ha existido desde siempre en las Islas griegas, así que era completamente normal que alguien viniera a ofrecerte alojamiento privado.
Fruto de una economía doméstica que se retro-alimenta a sí misma, pero sobre todo, de una forma de ser maravillosa del pueblo griego, cercano y hospitalario, es la manera más práctica de improvisar una estancia allí.
Y después de todo, nuestra anfitriona se llamaba igual que la madre de Alejandro Magno, lo cual me pareció, sin duda, una buena señal para una nueva aventura.
Dada como soy a reconocer una buena sonrisa y devolverla enseguida, no nos defraudó la sencilla casa de dos plantas de Olimpia, en el mismo puerto de Naxos.

Ikaria con la roca de Ícaro, quien tras perder las alas cayó al mar en este punto donde la isla erigió este monumento. (Foto Turismo de Grecia).
Un caballito de mar, pintado del mismo azul sobre la puerta de la fachada, nos daba la bienvenida. Estaba claro que ver el amanecer en Naxos, como mismo habíamos admirado el atardecer, era parte del destino.
Y en definitiva, como dijo en su día el propio Pitágoras: “La felicidad consiste en saber unir el final con el principio”. Así pues, dormíamos en Naxos, contemplando el Egeo desde nuestro pequeño balcón azul.
Aún con las mejillas sobre la almohada, desde la segunda planta de Olimpia nos llegó el aroma de la ‘Portokalópita’ o bizcocho griego de naranja, recién horneado para desayunar…
Estaba claro que Pitágoras no se equivocaba y habíamos unido bien los cabos, pero Zeus tampoco. Porque había vuelto a susurrar en nuestros sueños.
Aunque quizá fue Dédalos, el creador del ‘laberinto de Creta’ quien se coló por la ventana entreabierta. Porque aquella mañana la brisa me trajo el nombre de Ícaro (su hijo), junto con el aroma a naranjas.

Ikaria con la playa de Armenistis, en la que desemboca un torrente de agua dulce en el que anidan las ocas. (Foto Turismo de Grecia).
El azul del mar inundaba nuestro ser y nos empujó de nuevo a zarpar, pero sin abandonar el Egeo, claro. Después de desayunar la jugosa pero crujiente ‘portokalópita’ (lleva pasta ‘filo’), pusimos rumbo a Ikaria en ‘el Mar de Icaria’, junto a la costa turca.
Allí cayó Ícaro cuando el sol derritió la cera que unía las plumas de las alas fabricadas por su padre. Huían juntos del rey Minos por el aire, su única ruta de escape, cuando a Ícaro le faltó templanza para completar su vuelo hacia la libertad.
Dejábamos atrás las Cícladas que tanto nos habían enamorado, para conocer la isla que había tomado su nombre del primer vuelo del hombre.
Ikaria, o Icaria, es uno de esos secretos bien guardados, poco publicitados y bendecidos por el destino. Escarpada y rocosa, tiene verdes barrancos y unas calas maravillosas, en las que el agua dulce se encuentra con el mar en la misma arena.
No es extraño ver a las ocas paseando por la playa de Armenistís, como parte de su hábitat natural, y robando algún que otro ‘snack’ de esos que te llevas para aguantar ‘el gusanillo’.
Realmente el tiempo se paró en esta isla el día que Ícaro perdió sus alas sobrevolándola. Sí, ya sé lo que dicen de los ‘tuareg’ y de los beduinos del desierto… Aquello de que nosotros tenemos relojes, pero ellos poseen el tiempo… ¡Olvídalo!
Son los habitantes de Ikaria quienes han descubierto la ‘cuadratura del círculo’. Sencillamente, la variable del tiempo ni interesa ni se percibe. La vida fluye plácidamente.
Y está tan presente que hasta la muerte parece apuntarse a ella. Son los habitantes más longevos, no sólo de Grecia, sino de toda Europa. Viven un promedio de una década completa más y uno de cada tres, alcanza los 100 años.
La verdad es que en los días que pasamos allí, nunca vi a alguien corriendo ni nadie nos ‘metió prisa’ en el desayuno… Nos dejaban sin más, entregados a los placeres mundanos de la vida. En ocasiones, parecía que estábamos solos.
Como suele decirse, allí nadie se apuraba por medios días, habiendo días enteros. Pero los secretos de Ikaria estaban en cada gesto cotidiano…

Cada gesto cotidiano como el baile más típico de Grecia (el sirtaki, en la foto) cuenta en el día a día de la vida en Ikaria.
(Y no me refiero a su espectacular salsa de ‘tzatziki griego’ a base de yogur, pepino y un toque de aceite de oliva. Aunque es verdad que allí comí la mejor de toda Grecia. Seguramente por sus ingredientes naturales, ya que todos tienen su propio huerto y sus propias cabras).
Lo cierto es que hasta el sol parecía salir con suavidad en Ikaria, como si quisiera desperezarte poco a poco, sin brusquedades, para luego lucir brillante pero como una caricia.
Y es que incluso a la orilla del mar sentías el aroma fresco de las higueras que bajaba por los barrancos (como en la playa de Naas). La brisa es pues una promesa siempre perfumada en esta pequeña pero alargada isla.
¿Pero son los gestos cotidianos de sus gentes los que apaciguan a la naturaleza, o quizá es a la inversa? No sabría decirlo con exactitud, pero sí hay algo que sé con certeza…
Su vino es puro, absolutamente, sin un solo conservante añadido. Y lo toman a diario, durante toda su vida. Un vasito en el almuerzo y otro en la cena, como si de algo medicinal se tratara.

Ikaria ofrece un ecoturismo con una gastronomía basada en el mar, como el pulpo secado al sol. (Foto Turismo de Grecia).
La estampa de los viñedos y sus uvas brillantes a la luz rosada del ocaso, tan sólo te invitan al mimo. Si no, al placer. La cadencia de la vida en Ikaria es otra hasta cuando sacan el pescado (a diario), su principal manjar a la mesa. Casi se diría que es invitado a salir del mar por sí mismo, de pura abundancia. Reluciente en sus escamas.
Y luego está la siesta… La hacen todos sin excepción, una hora al día después de comer, así que ni pienses en alguna actividad compartida. Ni un triste saludo hallarás, como salgas a caminar para bajar la comida…
Creerás que Ikaria ha sido vaciada por envidia de los mismísimos Dioses del Olimpo a sus habitantes. Nadie, insisto, nadie en el exterior y un absoluto silencio brindado a la naturaleza.

Ikaria rezuma tanta dulzura por sus cuatro costados que es imposible sustraerse al mimo de un gatito, muy abundantes en la isla.
Luego, todo era un volver a dejarse llevar, de charla con los nuevos amigos. Stavros que llegaba recién levantado y sin peinar para abrir el ‘rent a car’… El joven Nikos, siempre dispuesto a comentar tus fotos del nuevo sendero o recóndita cala de esa mañana.
Y Nama, la egipcia que acabó en Ikaria por amor, pero que supo integrarse montando una pequeña tienda de recuerdos, a quien acabé llevando un cafecito cada tarde y donde compré el caballito de mar pintado de azul que, a día de hoy, también luce en la fachada de nuestra puerta.
¿De veras que no existe el paraíso en la Tierra? Yo diría que sí. Tan sólo debes navegar hasta Ikaria, o volar con alas de cera para caer de seguro allí.
Leer el resto de los relatos:
1. Puerto de Las Nieves donde los besos eran robados con sabor a salitre.
2.Procida la isla del limoncello que sedujo a Neruda.
3. Sicilia es irrepetible, pero el cine la hizo eterna.
4. Malta, en el Mediterráneo al encuentro de Corto Maltés.
5. Brindisi el tacón de la bota de Italia que reina en el Adriático.
6. Santorini, la mayor belleza de otro tiempo.
7. Naxos, donde los sueños se vuelven azules sólo si te descalzas.
9. Patmos resucita tu boca en los cielos.
10. Calcídicas, los tres dedos de Eolo en el Egeo.
11. Príncipe, las islas turcas donde separas las nubes con las manos.
12. Acre, donde el mar se paró en Tierra Santa.
13. Mar Muerto, el gran lago salado en el desierto del Qumrán.
14. Mar de Galilea, donde el Pez de San Pedro pasa de plateado a dorado.