‘Fumata Blanca’ y Roma entera corrió hacia mí
Memorias de nuestros viajes, quinto episodio. La autora confiesa el pavor que le produjo, tras más de 8 horas de espera de pie, ver a una multitud enorme de fieles que irrumpió en estampida para aguardar la salida al balcón de San Pedro del nuevo Papa. Francisco
De todo cuanto vi antes de #quedarmeEncasa… Elijo la compañía, sin duda. Pero no es algo nuevo, lo vengo diciendo desde el primer relato que comparto con todos en esta cuarentena.
Es el placer de la sorpresa, que se hace un hueco en la memoria por mérito propio. Siempre. Esa sonrisa que te cosquillea en la comisura de los labios con la intención de asomar, al recordar una anécdota en especial.
Y ello rara vez sucede en soledad. Claro que una cosa es la soledad y otra muy distinta es estar rodeados de… Aproximadamente, unas 150.000 personas.
¡Sí, leíste bien! Una multitud de 150.000 personas que, pese a la lluvia que caía aquella noche, aguardábamos entusiasmados ‘todos a una’, a los pies de un balcón… Conscientes como éramos de que estábamos viviendo la historia en directo, en ese preciso instante.
Aguardábamos un anuncio y, por supuesto, su aparición. Pero aún era una incógnita. La expectación era tal que la municipalidad reorientó todas las líneas de guaguas con un único destino, desde cualquier rincón de la ciudad.
¡Y gratuitas, claro! Pese a que, técnicamente, allí ya no cabía ni un alfiler. Pero era como si la gente presintiese que algo importante, un cambio de rumbo, estuviese a punto de suceder…
La larga avenida que antecede a la plaza comenzaba a llenarse también. Daba igual, porque nadie pensaba en cómo salir de allí luego, sino cómo llegar hasta ella. Nadie quería perdérselo.
Quizá hayas adivinado ya dónde nos encontramos, de qué famosa Plaza estamos hablando y qué anécdota multitudinaria me dispongo a contarte desde la mítica ciudad abierta.
¡¿Y si te lo digo en italiano… ‘Roma, cittá aperta’…?!

Roma, San Pedro, con 150.000 fieles concentrados en la plaza a la salida de la ‘Fumata Blanca’, el momento más tenso de la larga espera.
Estábamos en el centro de la Plaza de San Pedro, casi al pie de sus escalinatas, porque llegamos allí desde la cinco de la tarde. Y es que tocaba ‘fumata’.
Todos los que allí nos reunimos aquella tarde, vimos cómo una gaviota, caprichosa ella, se posó en la chimenea y permaneció sobre su sombrero durante más de una hora.
Claro está que hubo quien dijo que la pobrecilla sólo buscaba calentarse. Pero muchos consideramos que aquello era, sin duda, una señal inequívoca de que esa tarde tendríamos ‘fumata blanca’ y una respuesta al mundo del ‘Cónclave’ más mediático de toda la historia.
Y es que el día anterior (martes 12 de marzo de 2013), la primera fumata que escupió la chimenea del cónclave fue tan rotundamente negra, tan profundamente oscura, que a pesar de que ya era noche cerrada, se apreció claramente que aún no había Papa.
El humo negro que había expulsado a borbotones la chimenea de dos metros que, sin embargo, se aprecia diminuta desde el centro de la plaza, fue tan denso que impresionó.

Gaviota posada sobre la chimenea de la fumata, una de las imágenes más aclamadas por los asistentes a San Pedro. (Foto RAI).
Si no fuera, claro, por la emoción de que, en el fondo, todos los presentes ansiaban que así fuera para regresar al día siguiente y ser testigos de una nueva fumata.
El estallido de gritos, cada vez, era generalizado, en una especie de emoción colectiva donde todos hablaban con todos. Y donde, debo decir, que muchas de las primeras impresiones eran captadas por los centenares de cámaras, hambrientas de sensaciones, que corrían de un lado a otro.
Después de dos horas y media aguardando mi primera fumata, la noche anterior, agradecí el capuccino calentito del cafetín de la esquina de ‘Borgo Pío’.
Para ese entonces, en nuestra primera jornada ‘papal’, ya habíamos compartido impresiones con dos japoneses, cinco colombianos y otros tantos españoles e italianos. Así son Roma y un ‘cónclave’.
Pero volvamos a la data en cuestión… Esta segunda tarde, después de un nuevo intento fallido en la mañana de autos, se hacía más larga aún… Quizá era cierto lo que indicaba la gaviota posada en la famosa chimenea, quizá también los rumores que corrían por toda la plaza en medio de la muchedumbre.
Si el tiempo caía de aquella manera era que el conjunto de cardenales no estaban por prolongar aquello por más tiempo… Después de todo, el Mundo aguardaba.

Francisco, en el primer saludo como Pontífice. La imagen se convirtió en viral, sobre todo, en Latinoamérica. (Foto Vatican.Va).
El color purpurado de los 115 cardenales dominaba el cielo de San Pedro y toda la expectación de este mundo se sentía a los pies del Vaticano. Roma entera bullía llena de turistas, peregrinos y periodistas hasta los topes aquella ‘serata’ (Como dicen los italianos).
¿Llegaría ya la hora de la famosa frase ‘Habemus Papam’, sería esa tarde?
Afortunadamente, éramos tantos que el frío no se hacía notar (es cierto lo del calor humano, ¡vaya que sí!). La plaza entera era una manta de paraguas porque la lluvia, eso sí, no dejaba tregua.
Pero llegó el momento. Y no, no fue la gaviota quien avisó. Ya hacía rato que había levantado el vuelo (pero supongo que, después de todo, ella lo supo primero). Alguien gritó: ¡Bianca!
Todos miramos hacia arriba, a la derecha de la Basílica de San Pedro, en el corazón de la ciudad del Vaticano. Entonces sí, esta vez el humo era inequívocamente blanco. Teníamos ‘fumata blanca’ y ‘Habemus Papam’.

Fumata Blanca en el Vaticano. Un nuevo tiempo, un nuevo Papa, el primero de Latinoamérica. (Foto Vaticano).
La gente corrió hacia adelante como si las puertas de la Basílica fueran a abrirse, buscando un hueco inexistente por el que avanzar aún más hacia la noticia. De tal modo que hubo que cerrar los paraguas por seguridad.
Literalmente, no había sitio. Y aún hoy, dudo de que mis pies tocaran el suelo con toda la planta. Se oyó un clamor inmenso como nunca antes había escuchado.
Ya era de noche, y estábamos en medio de la gran fiesta que era San Pedro y toda Roma. Comenzaron a sonar todas las campanas a la vez y las lágrimas corrían por las mejillas de muchos. De repente, parecía que todos nos conocíamos de antes.
Pero todavía pasaría más de una hora antes de que se descorrieran las cortinas del balcón central. Las especulaciones se multiplicaban ahora más que nunca, y más rápido, que las quinielas que se habían publicado en los días previos.
Parecía que todos conocieran algún secreto cardenalicio. Las banderas de cientos de países ondeaban medio mojadas, jugándoselo todo hasta el último momento, entregadas a su propia apuesta nacional.
Y por lazos del destino, una bandera argentina cayó cerca nuestro… ¿Acaso era otra señal de ese destino que allí se estaba fraguando?
A mí Francesco me conquistó cuando salió al balcón con su cabeza ladeada y vestido todo de blanco impoluto, sin ningún otro ornamento papal propio del instante tan solemne de su anuncio.
Eligió la sencillez, estaba claro, y también la humildad al decir que sus hermanos cardenales casi lo habían traído del fin del mundo… ¡Argentina, ¿viste?…!
Sólo porque era tarde y lo teníamos que dejar marchar, a Francisco, pudimos comprobar una vez más su entrañable calidez. “Recen por mí y nos vemos pronto”, nos dijo. A toda una multitud de la que ya no se veía el final.
La gente había seguido llegando de tal modo, que toda la Avenida de la Conciliazione estaba llena hasta el propio Castillo de Sant’Angelo. Nadie quería perdérselo.
Al día siguiente corría entre los italianos el comentario de “il Papa nero é il Papa vero”. El Papa Negro es el Papa verdadero. Y es que como Papa Negro se conoce al General de los Jesuitas.
Ahora era, además, el Papa de los católicos… Algo que parecía imposible que pudiera coincidir en la misma persona. Como imposible parecía pensar en una Plaza de San Pedro del Vaticano totalmente vacía en Semana Santa.
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