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Acrópolis, en Atenas, la cuna de las Democracias y el símbolo de la cultura de Occidente. ¿Quien puede resistirse? (Foto Turismo de Israel).

Fuí a bailar ‘Zorba, el griego’ y me encontré con el seísmo de Atenas

Memorias de nuestras viajes, tercer episodio. La autora tuvo una de las ideas más románticas de toda su vida. "¡Nos quedamos!, dije… “Lo que tenemos que hacer es no separarnos". Al día siguiente, cogí un barco hacia Egina, hasta hoy

Nadia Jiménez Castro
Escrito por:
Nadia Jiménez Castro @nadiajimenez80
29 marzo, 2020 - 9:40 pm
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De todo cuanto vi antes de #quedarmeEncasa… Ya sabes que lo mejor son las anécdotas compartidas, porque es la compañía de otros la que te brinda esos momentos que, seguramente, no vas a olvidar. Y recordarás sus nombres como mismo evocas, aún hoy, la terraza donde tomaste aquel café.

Porque son ésas las sensaciones irrepetibles que hacen de tu viaje el comienzo de una nueva aventura que alimenta la alegría de vivir. Los sueños deciden el nuevo destino y estamos de regreso en este lado del Atlántico, en Europa… Aunque te costará creerlo y ya verás por qué…

Si lo piensas bien, ¡¿qué tiene que ver un finlandés con un griego?! Nada en absoluto. Europa es una verdadera ‘torre de Babel’ y Grecia es el Mediterráneo más exótico, sin duda.

En su idiosincracia pesa más el mar Jónico de su pasado mitológico, o el Egeo de sus guerras con Oriente, sobre el total de sus costas. Tal y como pronto descubrí… (Orgullosos y bravos).

Estaba cerca el final del verano, pero sólo si atendías a la fecha del calendario, porque septiembre es una época maravillosa para visitar Grecia. Partiendo de la base de que su descubrimiento te va a deparar siempre sorpresas.

En aquel primer viaje (cuyo destino final iban a ser las islas más alejadas, por menos turísticas), ya nos habían avisado de que la primera sensación iba a ser de cierto ‘desorden lleno de recursos’. Un poco anárquico pero pleno de encanto.

Zorba, el griego, la alegría de vivir, la pasión por la vida. Me las prometía bailando el sirtaki, como solución a todo. Y lo logré.

Claro que yo, completamente seducida como iba por el espíritu de Nikos Kazantzakis y su ‘Zorba, el griego’, me las prometía bailando el ‘sirtaki’ como solución a cualquier inconveniente que pudiera surgir en nuestro improvisado itinerario a partir del puerto de ‘El Pireo’.

Nada más aterrizar, notamos que había un especial ‘barullo’ que iba mucho más allá del normal ajetreo de un aeropuerto (pero mucho más allá…). Sin embargo, en esos primeros instantes siempre te mueven mucho más las ganas por salir ya corriendo que la curiosidad por las pistas más aparentes.

Una vez fuera, descubrimos que el servicio de transporte público para llegar hasta la capital había sido suprimido (aún no sabíamos por qué). Pasaban unos 20 minutos de las tres de la tarde y, la verdad, lo primero que pensamos fue que se habían ido a comer o que estaban en la siesta.

Pero el griterío era descomunal y los pasajeros griegos se organizaban entre ellos compartiendo coches particulares, y unos cuantos taxis que nunca llegaban a la parada.

Eran tomados antes, claro. Estábamos los ‘no griegos’, esto es, un rancho de más de un centenar de turistas recién salidos de varios vuelos, que no entendíamos nada de lo que estaba pasando.

Y los griegos, absolutamente revolucionados, que parecían estar reviviendo una de sus mitológicas batallas, inmersos en una de esas homéricas tragedias que los llevaba a correr de un lado a otro llevándose las manos a la cabeza.

(Pero nos decíamos a nosotros mismos aquello de “bueno, ya nos lo habían advertido, que los griegos eran un poco ‘caóticos’, singulares, no más”).

Atenas

Atenas, con el Partenón, una de las maravillas del mundo. No verlo estaba descartado por muchas réplicas que se le antojaran al destino.

Nos colocamos en el final de una supuesta cola, que sólo los ‘no griegos’ respetábamos, y que se antojaba interminable. Así que, como “allí donde fueres, haz lo que vieres”… Atajamos y también nosotros nos sumergimos en el caos de la tragedia griega.

Desertamos del equipo de los turistas, que aguardaban indefinidamente en la fila, y abordamos un taxi aún en marcha. Al más puro estilo griego. Ya sentados, el taxista nos avisa de que si vamos al centro de Atenas, no nos lleva.

Por suerte, nosotros íbamos a Varkiza, en un municipio colindante de nombre interminable y compuesto, pero a las afueras de la capital. Enseguida le preguntamos el por qué… “Earthquake”, contestó con cara de pánico.

“Terremoto”, nos dijo sin más. “De cuánto”, preguntamos nosotros, avalanzándonos todo lo que el cinturón de seguridad nos permitía… 5’9 “Y menos mal que van a Varkiza, allí no se ha desplomado ningún edificio”.

Nos dejamos caer hacia atrás, nunca mejor dicho, en el asiento. Nos miramos con esa cara que ansía el relax cuando sales de vacaciones y piensa en un destino bucólico salpicado de islas sobre un mar en calma… Y suspiramos ante la incertidumbre.

Sobre la marcha, intentamos telefonear a la amiga en cuya casa nos íbamos a quedar como primera etapa de nuestro viaje (el Partenón siempre había sido ese lugar soñado a visitar para mí), pero las comunicaciones estaban interrumpidas.

Afortunadamente, llevábamos la dirección exacta anotada. No me detendré en los detalles de la conducción del pobre taxista porque, bueno, tocaba hacerse cargo de su estado de ánimo…

Varkiza, la playa más famosa de Atenas. Pese a todo, así me vi, disfrutando las aguas transparentes del Mediterráneo (Foto Turismo de Grecia).

Y total, si no nos había pillado el terremoto (que luego supimos que fue durante la maniobra de aproximación del avión a la pista de aterrizaje, a las tres de la tarde), estaba claro que no era para luego morir en una autopista griega y sin haber visto la Acrópolis, ¿no?

Al llegar a Varkiza, por fin me fijé en el mar. Nuestra amiga nos aguardaba en una terraza y había empezado a fumar, literalmente. Nunca antes había fumado. No quería estar bajo techo, como ningún ateniense en aquel momento.

Lo seguro era permanecer al aire libre… “¿Vos sabés ya lo que ha pasado?”, nos preguntó nuestra amiga, que era argentina y estaba residiendo allá por trabajo.

Ese fue nuestro primer café griego. Fuerte, con posos y regusto a inolvidable, desde luego. En lo que nos reuníamos con ella había tenido lugar ya otras 20 réplicas, de menor intensidad, afortunadamente… Pero se sentían.

El cuerpo lo nota. Es una sensación extraña, pero perceptible al 100% “Tranquilos, chicos, ¿tenés la documentación a mano por si acaso?”, fue la segunda pregunta que nos hizo Fabiola, de la provincia argentina de Córdoba.

Resultaba todo surrealista pero, como ella vivía en una cuarta planta (de un amplio y luminoso edificio, por cierto), ya había acordado con un compañero de trabajo el traslado de los tres, para esa misma noche, si las réplicas seguían. Y continuaron…Cuando estábamos cenando, el temblor se sintió tan claramente que nos echamos escaleras abajo con la documentación en la mano.

Claramente, nos dimos cuenta entonces de que nuestra velocidad era inversamente proporcional a los cuatro pisos que había que bajar hasta alcanzar la calle y ponernos a buen seguro (El ascensor no era una opción en ese contexto).

Egina, en El Egeo, la isla más cercana a Atenas, se convirtió en el refugio de los temblores. Un lugar para recordar siempre. (Foto Turismo de Grecia).

Con la noche a cuestas y nada más, nos subimos al coche de Fabiola y aparecimos en el domicilio de su compañero. Una casa terrera en la que vivía con su mujer y su niña pequeña, y otro compañero más, sólo por esa noche.

Así que no éramos los únicos de visita inesperada, aunque, después de todo, nadie tenía la intención de irse a la cama aún… Pasada la medianoche y agotados los temas de conversación, incluido el más recurrente (el terremoto y qué hacer al día siguiente, ‘si-interrumpir-las-vacaciones-y-volvernos-o-no’), el sueño nos vencía.

Entonces, antes de retirarnos a dormir sobre unos colchones improvisados en la entrada de la casa (gracias que hacía calor), tuve una de las ideas más románticas de toda mi vida, creo…

¡Nos quedamos!, dije… “Lo que tenemos que hacer es no separarnos, de modo que si se repite un temblor fuerte, nos pille juntos y así el uno no sufra la pérdida del otro”.

(Después de todo, si hubiéramos tenido que morir en este terremoto, ya lo habríamos hecho en el día, ¿no?). Sobra decir que nadie más entendió el profundo calado romántico de mi pensamiento, al más puro estilo de la tragedia griega.

Pero a mi mente volvió a venir ‘Zorba, el griego’ y uno de sus pensamientos… “Eso es la libertad. Tener una pasión, amontonar monedas de oro, y repentinamente dominar la pasión y arrojar el tesoro a todos los vientos. Liberarse de una pasión para someterse a otra, más noble”.

Al día siguiente, cogimos un barco rumbo a la isla de Egina… Hasta hoy.

(Para seguir leyendo)

Relato 1. La tarde que busqué los caballos de la puszta húngara.

Relato 2. ‘Candomblé auténtico’ o cómo camelar a 50 turistas en Salvador de Bahía.

Relato 4.  Jerusalén, un rostro distinto según la hora del día.

Relato 5. ‘Fumata Blanca’ y Roma entera corrió hacia mí.

Relato 6. Nikko y los 3 monos tras el puente rojo.

Relato 7. París guarda mi secreto en Hotel Du Nord de Laurent y Farid.

Relato 8. Los dátiles de Auschwitz en un tren por Polonia.

Relato 9. Modelos de Botero en un hammam turco.

Relato 10. La oreja de Dionisio escucha los secretos de Sicilia.

Relato 11. Laponia me regaló el ‘Sol de Medianoche’.

Relato 12. Giza me sostuvo en la eternidad unos segundos y Aicha me trajo de vuelta.

Relato 13. Petra y mucho más allá del desfiladero.

Relato 14. Venecia enamora más si la Luna es de pomelo.

Relato 15. Pekín, la ciudad de recuerdos color marrón.

Relato 16. Win Wenders me mostró al ángel de Berlín en un hotel de 2 estrellas.

Relato 17. Essaouira el tango de las gaviotas.

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Nadia Jiménez Castro
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Nadia Jiménez Castro @nadiajimenez80
29 marzo, 2020 - 9:40 pm
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