Dyptik, la danza francesa se mueve
‘Le Grand Bal’ es una fiesta que arranca con parte de los bailarines repartidos entre diferentes butacas, buscando esa pluralidad que les caracteriza y que apuesta por no ahogar jamás el grito
(Crónica especial, Lyon)
Dyptik, o lo que es lo mismo, lo imperdible de la Bienal de Danza de Lyon. Movimiento orgánico y fluido, control absoluto de la técnica y, sobre todo, el placer de moverse. La celebración de la danza y, en definitiva, la mismísima celebración de la vida.
Así, con esa explosión de energía que no dejó imperturbable absolutamente a nadie, podría definirse a la compañía francesa Dyptik, fundada en 2012 por los coreógrafos de danza hip-hop Souhail Marchiche y Mehdi Meghari.
Ambos codirectores investigan en la concepción de la danza pura, la que es inherente al movimiento natural del cuerpo, la que respira tras la esencia misma del latido corporal.
Auténtica, podría decirse, si este término no resultara ya tan manido que casi deviene en todo lo contrario. Pero lo cierto es que no se despega ni un segundo de la gestualidad inherente a la propia identidad humana, esquelética y mecánica.
Potente, por encima de cualquier otro calificativo, dentro y fuera del escenario. Acaso todo sea uno solo para ellos, pues se sirven de ambos espacios sin definición más allá de la cuarta pared.
Respiran con el espectador y para él, que automáticamente deja de serlo para convertirse en un paso más de la coreografía que observa como asistente al show. Pasando del estado de alerta al de inquietud para, seguidamente, respirar de la misma piel.
Y así, a un ritmo endemoniadamente frenético, incorporarse a la misma celebración… ‘Le Grand Bal’ es una fiesta de la danza que arranca con parte de los bailarines repartidos entre diferentes butacas, buscando esa pluralidad que les caracteriza y que apuesta por no ahogar jamás el grito.
Ni el del arte ni el de la vida que se abre paso. Todo lo contrario, huyen del ruido que ahoga la verdadera voz, cansada del postureo y lo previsible. Souhail Marchiche y Mehdi Meghari son lo inesperado, que te remueven y te quebrantan.
Para qué, si no, late el Arte, sino para pellizcarte las entrañas y buscar tu centro afuera de el centro mismo. Son nueve intérpretes sobre el escenario y fuera de él, dispuestos a no parar.
La vida es movimiento y las pesadillas quedan afuera pero porque estaban presas dentro. Hay que bailar para espantarlas hasta que la noche devore el día y éste, vuelva para cubrirla hasta taparla con su luz.
La música es perfecta y la escena coral tiene esa chispa tan ‘Kusturika’ en la que, inicialmente, nada parece tener sentido hasta que se revela como el de la mera existencia, sin más propósito que aquel que ves.
En una suerte de ‘candomblé’ casi chamánico que se repite incesante, insistentemente hasta el agotamiento físico, los intérpretes bailarán hasta el amanecer. Una fiebre que continuará, como ellos mismos canturrean, hasta que la muerte ocupe su lugar. La Biennale de Lyon 2023 se mueve… Otra vez.