Dubrovnik me devolvió la sonrisa de Militza
Historias con huella, relato 15. La autora sueña con aquella compañera de París que huyó deprisa de las bombas en Belgrado, y brinda por ese recuerdo en una ciudad con aroma a mar que un día también conoció los estragos de la guerra
#NuevaNormalidad y aún hambrientos de milagros… Así que no lo dudamos y recordando la voz de aquel ‘camarón’ (el de la isla), entonamos el alegre cante de Camarón de La Isla, siempre profundo.
“Volando voy, volando vengo,
por el camino yo me entretengo.
Enamorado de la vida que a veces duele,
si tengo frío, busco candela”
Y no por frío pero sí por candela, salimos volando, enamorados de la vida como estamos, aunque duela o sólo escueza. “Porque sueño, yo no lo estoy. Porque sueño, sueño”.
“Porque sueño, yo no lo estoy. Porque sueño, sueño. Lo único que le pido a un libro es que me inspire energía y valor, que me diga que hay más vida de la que puedo abarcar, que me recuerde la urgencia de actuar”.
Y así, a lo largo de toda la película, Léolo lee sin cesar los versos del libro que lo salvan de la pesadilla de su hogar. Son los versos de Réjean Ducharme (Quebec, Canadá), que mantienen atento al espectador de principio a fin, pendiente del pequeño Léolo.
Pero pendientes, sobre todo, de su salvación. “Porque sueño, sueño. Porque así me llamo y quien no lo crea es porque vive engañado por su propia verdad”.
Y es igual para todos, no te confundas… Porque sueño, yo no lo estoy. Porque sueño, sueño. Cómo escapar, si no, a esta pesadilla diaria que se ha instalado, por pandemia en vez de por sorpresa…
Cómo sobreponerse si no es sabiendo que, tal y como dicen los versos de Ducharme, hay más vida de la que podemos abarcar, que nos recuerda la urgencia de actuar, cada día.
Actuemos pues… ¡Vayamos al sendero de la memoria para tomarla a bocados y bebernos los recuerdos a sorbos!
Porque si hay algo que te inspire y te diga que hay más vida de la que puedes abarcar (además de una buena historia), eso es un viaje.
Volando fuimos desde el ensimismamiento de las apacibles aguas del Mar de Galilea hasta la Dalmacia, en el Mar Adriático. Más exactamente hasta la ‘Perla del Adriático’ que un día enamorara a tantos navegantes, de torre en torre…
Y me refiero a las 16 torres de las murallas de Dubrovnik, desde las que soñar un horizonte distinto. Nos reciben las campanadas de la ‘Torre del Reloj’, dominado el cielo allá donde mires, en la vía principal de su casco antiguo.
Dicen que las campanas son las voces de los ángeles, aunque éstas eran sacudidas alternativamente por las estatuas de dos soldados ‘ensalitrados’, Maro y Baro. Cada hora.
Reducidos ambos a dos ‘hombrecillos verdes’ de tanto recibir la brisa del mar… Algo me decía que el franciscano Pedro tenía razón y tocaba buscar qué ángel había hablado a nuestra llegada.
Dubrovnik está llena de ellos adornando fachadas, y no sólo de iglesias, pero no iba a ser tarea tan fácil. Porque incluso las abuelas artesanas que montan su ‘puestillo’ de venta a mitad de las murallas, te venden pequeños angelitos perfumados de tela blanca, con bordados calados a mano y rellenos de fragantes semillas de lavanda.
Es todo un símbolo de esperanza para una ciudad que jamás la perdió, ni siquiera cuando cayeron más de 2.000 bombas serbias en un solo día (6 de diciembre de 1991).

Murallas de la capital croata desde el puerto deportivo, uno de los destinos de verano más visitados. (Foro E21).
Se lo compro sin dudarlo… Esta abuela croata tiene las manos señaladas por la vida, sus dedos sobreviven enrojecidos a la artrosis que revela el esfuerzo de quien no ha parado un solo día de su dilatada existencia.
Además me lo muestra con una sonrisa mientras lo balancea sujeto entre el índice y el pulgar, como si ya luciera colgado en el interior de mi ropero. Me conmueve que no pronuncie palabra, así que ese primer angelito se viene conmigo.
Inevitablemente, me acuerdo de Militza… Reconozco esa misma sonrisa, totalmente inconexa de la mirada, que quedó atrás en un punto muy concreto de su biografía.
De padre francés y madre croata, Militza, a la que conocí unos años antes en París, había huido dejando su vida atrás en Belgrado. Hoy capital de la República de Serbia (Beograd, la ‘Ciudad Blanca’ en serbio).
Seguimos caminando deslumbrados por el sol que reluce en la también blanquecina piedra de los adoquines de todo Dubrovnik, a la búsqueda de ese otro ángel con voz propia.
Por momentos te llegan ráfagas de verdadero olor a mar, lo que te recuerda que Dubrovnik se alza literalmente sobre un acantilado, construida como fortaleza. Y respiras pura sensación de aventura.
Tienes la continua impresión de estar asomado a la cubierta de un barco y toda la incertidumbre que ello conlleva. Vuelve a repicar el campanario, como cada hora, lo que nos recuerda que aún no hemos puesto rostro a esa voz celestial.
(Aun no sabemos si es un ángel que ha elegido la mortalidad).

Puesta de sol en Dubrovnik, pura poesía para una ciudad que sufrió la guerra en los años 90. (Foto E21).
Sé que estamos alejándonos de la Plaza Luza, el Palacio de aduanas o ‘Sponza’ y su ‘Columna Orlando’ en el atrio, junto a la iglesia de San Blas (patrón de Dubrovnik).
Y también del famoso ‘Palacio del Rector’, de cuando esta ciudad era conocida como Ragusa. Se siente el rumor de la gente en una de las zonas de mayor ambiente de este puerto del Adriático. Lo sé.
Pero no es eso lo que buscamos, así que toca perderse un poco y dejarse llevar por otras campanas. (Croacia es un país de profunda tradición católica y las vas a escuchar por todas partes):
Dejando a tu espalda la flamante catedral y superando la ‘Plaza Gundulić’, donde se instala el mercado de frutas y verduras frescas de los campesinos de la zona, hallarás el silencio suficiente para dar con esa voz.
Al sur (siempre el sur), en un desvío, encontramos una monumental escalera barroca que, naturalmente, invitaba a subir sin más demora. (Recordaba a las de la Plaza de España en Roma, con la iglesia de ‘Trinità dei Monti’ en lo alto).
Y juraría además que la voz venía de allí… Subimos los escalones apresuradamente, con ese ánimo que empuja al deseo de sorpresa. Al llegar arriba, nos topamos con todo un complejo urbanístico que abarcaba la Iglesia de San Ignacio y el ‘Collegium Ragusinum’. Según supimos luego, el prestigioso colegio jesuita de Dubrovnik (símbolo del barroco en toda la costa croata).
Pero más allá de cualquier consideración artística del enclave, eran otras las razones que nos habían conducido hasta allí, algo meramente intuitivo. Y yo aún lo buscaba…
Miré a nuestro alrededor y observé, desde aquella altura, cómo asomaba el manto rojo anaranjado de todos los tejados de esta nostálgica ciudad.
En ese mismo instante, volvió a sonar la campana, la propia de San Ignacio (sin hombrecillos verdes pero la más antigua de Dubrovnik, fundida en 1355).
Justo entonces volví mi mirada hacia el campanario que tenía ante mí y lo vi. En la misma puerta de la fachada de esta iglesia de una sola nave, en su arco superior, un ángel con medio torso completo fuera de la piedra y las alas desplegadas, señala con el dedo hacia abajo invitándote a entrar…
Entramos, claro. Estaba abierta y completamente vacía. Bueno, no del todo, justo en la capillita lateral de la entrada, alguien nos miraba sonriente. Vestido de rojo y blanco, movía la cabeza.
De pequeña estatura, aguardaba a que todo el que llegaba le pusiera una moneda para, sólo entonces, asentir con la cabeza sin perder aquella sonrisa prometedora… Como si de algún modo, te convenciera de que ‘lo mejor está por llegar’.
Era un angelito de madera móvil, una figura a modo de aquellos antiguos autómatas articulados de otro tiempo, pero también un poco como esas otras que ponen en los coches y mueven sólo la cabeza.
La verdad es que conmovía, casi tanto como ver la cantidad de papeles que inundaban la cestilla que reposaba junto a él, llena de peticiones, deseos y esperanzas varias.
Perdí la cuenta de las veces que fui hasta allí a depositar una moneda en los días sucesivos… Pero aquel primer día, y sé que a la tercera moneda, acerté a ver el nombre de quien había hecho una plegaria justo antes que yo.
Mientras el angelito movía la cabeza arriba y abajo, una vez más, sonó de nuevo la campana más antigua de Dubrovnik y pude leer la última frase de aquel papelito a medio doblar… “Amin, Militza”.
Salí emocionada de la iglesia y volví a asomarme a esa cubierta de un barco que es Dubrovnik. Sentí de nuevo todo el aroma de esa brisa, de un mar que estaba en calma. Y recordé la sonrisa ausente de Militza, cuyo nombre volvió a mis labios.
Leer el resto de los relatos:
1. Puerto de Las Nieves donde los besos eran robados con sabor a salitre.
2.Procida la isla del limoncello que sedujo a Neruda.
3. Sicilia es irrepetible, pero el cine la hizo eterna.
4. Malta, en el Mediterráneo al encuentro de Corto Maltés.
5. Brindisi el tacón de la bota de Italia que reina en el Adriático.
6. Santorini, la mayor belleza de otro tiempo.
7. Naxos, donde los sueños se vuelven azules sólo si te descalzas.
8. Ikaria, las alas de cera más longevas de Europa.
9. Patmos resucita tu boca en los cielos.
10. Calcídicas, los tres dedos de Eolo en el Egeo.
11. Príncipe, las islas turcas donde separas las nubes con las manos.
12. Acre, donde el mar se paró en Tierra Santa.
13.Mar Muerto, el gran lago salado en el desierto del Qumrán.
14.Mar de Galilela, donde el pez pasa de plateado a dorado.
16. Burano, la isla veneciana de las mil casas de colores.