Dakar vuelve a las calles entre represalias y amenazas yihadistas
Miles de personas se manifiestan en la capital senegalesa contra el Gobierno por la presión social, la subida de impuestos y los riesgos a una ola de atentados terroristas
Dakar, capital de Senegal, vuelve a las calles entre las represalias sociales, el temor a una amenaza yihadista y la inacción política del Gobierno que dirige, con mano de hierro, Macky Sall.
La oposición institucional ha desaparecido del debate público en medio de fuertes presiones que equiparan a Sall con Daniel Ortega, el presidente nicaragüense que ha metido en prisión a los 4 candidatos que anunciaron su concurrencia a las elecciones centroamericanas.
Ahora, Sall, que trata de cambiar la Constitución para presentarse por tercera vez a los comicios generales, sigue los pasos de Ortega restringiendo libertades y derechos básicos a los partidos y dirigentes opositores.
Para contener las protestas de marzo de 2021 (las mayores en 2 décadas), Sall se comprometió a liberar a decenas de presos “encarcelados por pensar diferente, por buscar una Senegal más libre, democrática y justa con los pobres“, según algunas organizaciones consultadas vía telefónica por este periódico que omiten su nombre por temor a ser detenidas o confinadas.
Sall sigue sin cumplir su promesa y colectivos sociales que propugnan un cambio gubernamental, se concentraron este sábado, 12 de junio de 2021, en el Obelisco, una de las plazas más céntricas de Dakar.
“Sabemos lo que nos jugábamos, pero seguir con miedo arriesga el futuro de nuestro país. Nada ha cambiado y, lo que es peor, los sucesos de atentados en países limítrofes como Mali, Níger o Burkina Fasso, nos ponen las cosas más difíciles. La comunidad internacional debe saberlo porque los pocos medios que quedan fuera del control de Sall, apenas tienen voz“.
Los manifestantes del Obelisco ofrecieron pancartas con lemas como ‘Ni importado, ni alquilado, estoy aquí‘, en clara referencia a la subida de impuestos aprobada por el Ejecutivo, lo que ha reabierto el debate sobre el programa que propuso el líder de la oposición, Ousmane Sonko, partidario de nacionalizar todas las empresas estratégicas y renegociar los contratos de explotación con las multinacionales extranjeras.
Pero Sonko también sufrió el intervencionismo del Gobierno al ser acusado de una presunta violación a una masajista. Sin pruebas, Sonko, detenido y sometido a duros interrogatorios, sigue aún inculpado y corre la misma suerte que los partidos contrarios a Ortega en Nicaragua.
La tensión ha vuelto a las calles y, en los círculos culturales senegaleses se observan señales de una asonada militar en términos muy parecidos a los acontecidos en Mali durante el mes de mayo.
Atentados yihadistas
Precisamente, la oposición lleva semanas advirtiendo de los riesgos de atentados yihadistas en Senegal.
La acción terrorista en el país alcanzó su cénit en julio de 2018, cuando el senegalés Makhtar Diokhané fue condenado a 20 años de trabajos forzados como ideólogo de una célula terrorista que pretendía instaurar un Estado islámico en Casamance (sur) o Kedougou (sureste), regiones que comparten el aislamiento y olvido del Gobierno de Senegal.
Diokhané fue sentenciado durante el mayor juicio celebrado en Senegal en relación con el yihadismo junto a otros 28 yihadistas senegaleses, de los que 14 fueron absueltos.
Los senegaleses procesados tenían vínculos con Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), el Estado Islámico en Libia, y Boko Haram en Nigeria en 2015, momento en que el entonces líder del grupo nigeriano, Abubakar Sekau, juró lealtad al Estado Islámico (EI).
Las primeras detenciones de senegaleses implicados en grupos yihadistas comenzaron en 2015, y ocurrieron en Senegal, Níger y Burkina Faso.
Pero el incidente que desató las alarmas tuvo lugar en 2011, cuando un imán salafista de Diourbel (bastión de la cofradía senegalesa muridí) fue atacado y su mezquita quemada tras criticar una práctica del muridismo.
A partir de ese momento, jóvenes salafistas crearon un grupo de autodefensa para proteger a su jefe en caso de necesidad.
Senegal es un país mayoritariamente musulmán donde la mayoría es sufí, organizada principalmente en torno a cuatro cofradías, pero también hay salafistas y chiíes.
“El problema está agravado”, subrayan las fuentes consultadas. “El Sahel es un polvorín, con atentados diarios y miles de muertos en menos de 2 años. Tenemos más de un 70% de paro juvenil que no sabe que hacer y que son carne de cañón para el expansionismo del terrorismo yihadista. Sall no quiere ver ni escuchar el origen de tanta desigualdad y pobreza“.
La clave a tanto descontento y desazón la da el geopolítico senegalés Aly Fary Ndiaye, en una entrevista concedida este sábado, 12 de junio, al periódico L’observateur: “Si Mali se desmorona, el Yihadismo estará a las puertas de Senegal“.