Congonhas, la sonrisa de las ‘namoradeiras’
#UnViajeUnInstante, relato 10. En su itinerario del mundo, la autora destaca la belleza barroca de una pequeña localidad del interior de Brasil que muestra en sus ventanas a unas muchachas de resina, de escote rojo, que un día coquetearon con el futuro
#UnViajeUnInstante y la vida entera en un relato. Enredada como estaba aún en ese “que coisa mais linda, mais cheia de graça” del dejarse llevar brasileiro, yo seguía escuchando las risas de las ‘mineiras’ a este otro lado de mi ventana.
A este otro lado del mundo. Y es que las muchachas del Estado brasileño de ‘Minas Gerais’ parecen sonreír siempre. Quizá sea sólo mi recuerdo el que así me lo evoca, pero me atrevería a asegurarlo.
Menos mal que, en efecto, la libertad es también leer todo cuanto desees, y escribir además cada episodio según tú lo viviste. Tal y como aún hoy lo sientes.

Tiendas típicas de Congonhas, con las namoradeiras como gran reclamo, como muestra la autora ante uno de los bustos artesanales de las pretas brasileñas. (Foto Espiral21).
(Por cierto que la bandera de esta gran provincia está formada por un triángulo rojo en el centro, sobre fondo blanco, y en la línea exterior alrededor de él, puede leerse escrito en latín: ‘Libertas quæ sera tamen’) ‘Libertad aunque tardes’…
La verdad es que libertad era exactamente lo que sentías paseando a tu aire por las empedradas cuestas de Congonhas (inscrita en el patrimonio mundial de la Unesco desde 1985) ¡Y eso que costó llegar hasta ella!.
Hubo que ir primero de Ouro Preto a Ouro Branco para, una vez allí, coger un segundo bus hasta Congonhas. Seguíamos en ese viaje en el tiempo por el Brasil colonial de las iglesias barrocas, las casas de una o dos alturas y los maravillosos buches de café infinitos.

Hospitalidad y simpatía reina en cualquier rincón de Minas Gerais, como esta foto de grupo en Congonhas. (Foto Espiral21).
Cuentan que un día hubo allí tanto oro que las pepitas tenían el tamaño de las papas. Pero no era lo único, y estábamos a punto de comprobarlo. Congonhas es también conocida como la ‘Ciudad de los Profetas’.
Las indicaciones eran sencillas porque Congonhas está construida en un valle circundado por colinas, y sólo había que buscar aquella que tenía en lo alto el Santuario del Buen Jesús de Matosinhos.
¡Pero, ¿de verdad estaba viendo aquellas estatuas desde allá abajo?! Al llegar hasta ellas en la escalera exterior, las figuras casi triplicaban mi estatura… Sí, ya sé que soy bajita, pero estos 12 profetas de Aleijadinho, decididamente, eran unos gigantes.
Del mismo tamaño real eran las otras 66 figuras que, de modo muy teatral, representaban las escenas de los Pasos del Vía Crucis, repartidas entre seis capillas, que se sucedían de modo escalonado cuesta abajo.

Estatuas de los profetas, apuntando al cielo, en los exteriores de la iglesia del Buen Jesús. (Foto Espiral21).
Puedo asegurar que la oreja cortada por Pedro al soldado romano en el momento del prendimiento, caída a sus pies, era más grande que mi mano. Todo el conjunto era de un realismo inusual y bastante dramático. Y todos, sin excepción, te miraban.
Cuesta abajo, dejando Matosinhos a nuestra espalda, una joven me sonreía asomada a la ventana, con la cara suavemente apoyada sobre su mano. Sus ojos parecían sonreír también, asomados al balcón de su escote fruncido.
Su tez oscura brillaba al sol de un precioso tono dorado en los hombros. Sin embargo, a medida que me acercaba, me pareció que su sonrisa permanecía invariable.
Cuando ya casi habíamos llegado hasta su presencia, ella allí bien puesta en el colorido marco de la pequeña ventana de madera, me percaté que era tan real como los profetas y que en Congonhas te observaban más ojos de los que parecía.
Era una ‘namoradeira’, un tipo de figura de la artesanía típica de la zona, de resina o madera, que representa a las muchachas que coqueteaban con el futuro, asomadas al alféizar de las ventanas.
Apoyadas sobre un brazo y ensimismadas en sus sueños de vida, la mirada les luce perdida en un horizonte infinito, mientras la otra mano acuna su rostro, quizá barajando posibles nombres en su destino.

Iglesia del Buen Jesús, con las grandes estatuas de los profetas del Antiguo Testamento, principal atractivo turístico. (Foto Espiral21).
Imposible dejarla atrás y no entrar a formar parte del mismo. Si el tacto no llega a confirmarme la dureza de la resina, hubiera jurado que me guiñó un ojo para convencerme de venirse conmigo.
Entretanto, otros ojos me miraban con mi ‘namoradeira’ bajo el brazo cuesta abajo, igual de sonrientes pero un poco sorprendidas con mi compra… Después de todo, yo no parecía una turista al uso y ahora además, llevaba a esta nueva amiga del brazo. Nuestros peinados eran distintos pero ambas, sonreíamos en una apuesta por la felicidad.
De repente, y como si yo misma me hubiera convertido en una de esas figuras que sueñan hilvanando de nombres el futuro, como si yo misma posara ante estas ‘mineiras’ de hoy, con aquella larga cuesta del camino ya recorrido, a mi espalda…
Cruzaron sus sonrisas, alegres y llenas de vida, con la mía. Iban como quien va de domingo, ‘emperchadas’ para el paseo, y nos saludamos. Pero no sin más, sino como si nos conociéramos de mucho tiempo, con gozo.
Y hasta alborozo, diría yo. Las sonrisas dieron paso entonces a las risas y quisieron hacerse una foto conmigo. A lo que accedí gustosa, claro. También yo la atesoré para mí.
Hay por aquellas tierras, además de un sentimiento único, un dicho popular que afirma: ’mineiro come quieto’. En español ‘minero come callado’, o como decimos en Canarias… “Ese pájaro come echado”. Yo aún las siento cercanas.
El rayo de sol se coló por mi ventana entreabierta, acariciando la cara de mi ‘namoradeira’, su escote de flores rosas, sus aretes en las orejas y su singular peinado.
Por un momento, sus labios rojos parecieron sonreírme todavía más… Acaso compartimos juntas ese recuerdo. Y ya sabes… No apagues la luna porque no brille una noche.
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