Chartres, la catedral que esconde un laberinto medieval
#TeCuentoUnSecreto relato 3. La autora, en su viaje por el mundo, narra cómo sin la ayuda del Minotauro y con la fe en el místico hilo de Ariadna, culmina las vueltas de un laberinto que se levantó sobre los lugares de culto de antiguos druidas
#TeCuentoUnSecreto en voz baja… Porque mientras esos ecos de la memoria sigan hablando asomados a esta ventana, no podré callar hasta el próximo viaje… Allá donde sea que el viento nos lleve.
Y son los ecos de unas campanas los que, sin salir de suelo europeo, te llevarán hasta otro continente, tan cerca y tan lejos. Del fresco de la mañana a la calidez de la tarde.
Así que me escapo de donde estoy para contarte cómo salir de la espiral de un laberinto bajo esas mismas campanas, comer mermelada pura de mango de Benín sin abandonar suelo francés…
Y en el mismo rincón, también tomar un café ‘zou zou’, esto es, de manos de alguien que parecía ser directamente la reencarnación de Josephine Baker. Con su brillante sonrisa y toda la invitación a la vida en su mirada color melaza.
Nadie lo hubiera imaginado, en el mismo paseo peatonal de su afamada catedral pero lo suficientemente retirado del punto de encuentro en que se había convertido la escalinata de su fachada.
Para qué negarlo, llegamos a Chartres guiados por las famosas vidrieras de su catedral, como todos. Pero encontramos mucho más, así que menos mal que había reservado un par de noches allí.
Y es que sus 172 vitrales, que se conocen como ‘el azul de Chartres’ por la preciosa tonalidad azulada que consigue todo el conjunto al paso de la luz, conforman uno de los vestigios medievales mejor conservados de toda Europa.
Sin embargo, el secreto del que te voy a hablar está bajo tus pies sin tú saberlo. Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde 1979, se cree que fue levantada sobre un lugar de culto de los antiguos druidas.
Y quizá éste haya sido su sino aún antes de existir… Bien fuera por éste u otro motivo, lo cierto es que aquella primera mañana que amanecimos en Chartres, llegamos con los pies mojados al interior de la catedral (nada que no fuera mas o menos previsible al tratarse de comienzos de septiembre en esa latitud).
Lo cierto es que este hecho fortuito, unido a la distracción que supone ir mirando hacia lo alto el color de las vidrieras y nada más, hizo que descuidara dónde metía los pies.
Y en efecto, ‘meter’ es el verbo correcto y no otro, puesto que al llevar puestas una de esas playeras modelo ‘Ninja’, mi dedo gordo quedó metido en un surco del suelo, encajado y separado del resto del pie.
Obligada por la postura corporal, aunque sin ningún dolor, miré hacia abajo y descubrí que había todo un dibujo en aquella planta medieval, desgastada de tanta pisada peregrina.
(Y que quedarse absorto con la vista puesta en el rosetón del ‘Juicio final’ del pórtico sur de Notre-Dame de Chartres, era perderse la aventura).
Justamente en la nave principal, y trazado en el año 1205 con baldosas blancas y de mármol negro, se encuentra ‘el Laberinto de Chartres’, que conduce hacia el centro.
(Cuya distancia hasta ese punto central desde la puerta oeste por la que entramos, es la misma que hasta dicho rosetón. Curioso, ¿no?).
Si no hubiera sido viernes (pero entre la Cuaresma y el día de Todos los Santos), no habrían retirado buena parte de las sillas que se colocan para el culto, y jamás lo hubiera podido ver. De repente, todo fue muy ‘El nombre de la rosa’ de Umberto Ecco.
Y naturalmente, comencé a caminar siguiendo el curso circular de las baldosas para intentar llegar al centro del laberinto. Según dicen, con una circunferencia total de unos 13 metros, su recorrido interno alcanza los 261,5 metros.
La tradición cristiana cuenta que simboliza un viaje a Jerusalén, una especie de peregrinación que haría referencia más al cielo que a la ciudad terrenal propiamente dicha… Lo cierto es que podría ser, por qué no, el camino de la vida. Siempre un laberinto en sí misma.
Afortunadamente, no tuve que matar a ningún Minotauro para culminarlo. Me bastó la fe de mi propia alma en el místico hilo de Ariadna y llegué hasta el centro, para luego volver a salir.
Juro que sonó la campana en ese mismo momento, así que allí mismo en el interior de la catedral, me compre un medallón con el laberinto pintado y sin poder remediarlo. Al salir al exterior del templo, lucía el sol…

Chartres es una ciudad intensa y moderna. En la foto, la autora en una de las librerías principales. (Foto E21).
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