‘Candomblé auténtico’ o cómo camelar a 50 turistas en Salvador de Bahía
Si repasamos la vida, descubriremos que está llena de anécdotas compartidas. En el segundo episodio de la memoria de nuestros viajes, la autora narra cómo una misa sincrética permitió comprar una entrada a un candomblé del que acabaría marchándose antes de tiempo, eso sí, con una sonrisa
De todo cuanto vi antes de #quedarmeEncasa,… Porque recuerda que nuestra vida está llena de anécdotas compartidas. Aquí y allá. Las buenas aventuras se construyen siempre en compañía de otros.
Así que sigamos soñando entre recuerdos, y repasando la memoria de nuestros viajes. Sin normas de pensamiento. Bajémonos pues del tren porque la hoja de ruta la decide el latido del momento.
Y ese latido me lleva a cruzar el Atlántico. De nuevo, era verano… (Bueno, ya se sabe que ‘las bicicletas son para el verano’). Y después de todo, nos sucedió en uno de esos países del casi ‘verano permanente’.
Pero lo que es más importante, en la nación de las sonrisas, que alberga la ciudad de la alegría (pese a todo). Sí, pese a todo. ¿Adivinas ya nuestro próximo destino para esta cuarentena?
(Te doy una pista más… suena de fondo la ‘Samba Da Bahía’ y su “Te-te-té” de Carlihnos Brown).
Esta vez, paseábamos de mañana por la zona histórica del ‘Pelourinho’, el barrio más auténtico de Salvador de Bahía, al norte de Brasil, que no esconde ni su pasado colonial en las construcciones, ni el perfil africano de su población mayoritaria.
Y por supuesto, el pegadizo ‘Te-te-té’ de Carlinhos no dejaba de sonar en mi cabeza en cuanto puse un pie en las adoquinadas calles del Pelourinho, el corazón de la patria chica del conocido percusionista y sus sonoras ‘batucadas’.
(Aunque te contaré que allí descubrí que el popular Carlihnos Brown no sólo no era profeta en su tierra, sino que era uno más y hasta un desconocido para muchos en el país del ritmo).
Total, que el ‘Pelourinho’ es quizá el barrio más visitado de todo Salvador de Bahía, junto con la ‘playa de Barra’. Y eso, claro, como turista te lleva a convertirte, a veces, en ‘pelele’ para el provecho inocente de otros.
¡Pero quién podría hacerle reproches a la mera supervivencia! Además, a esas alturas del viaje, yo ya tenía un par de ‘trencitas con cuentas’ a ambos lados de la cabeza.
(Así que en mi imaginación, todas las mujeres del ‘Pelourinho’ eran ‘Baianas de Acarajé’. Ya sabes, las baianas, de origen africano que visten de blanco, y siempre presentes en una ‘escola do samba’ que se precie).

Pelourinho en Salvador de Bahía es uno de los barrios multiculturales más bellos del mundo. A la derecha, la Iglesia donde se venden los camboblé auténticos. Una vez y no más. (Foto Turismo do Brasil).
Pues bueno, metida en situación como yo estaba y lo ‘sobrados’ que íbamos ya de buenas batucadas, después de tanto callejear, entramos en la Iglesia de ‘Rosario dos Pretos’, que es como decir la Virgen del Rosario de los ‘negros’ (palabra inadecuada para llamar a nadie allí).
Con tanta suerte que estaba avanzada una misa criolla, cantada, claro, y a la que decidimos quedarnos hasta el final. Hubo reparto de panes bendecidos, que se comían sobre la marcha, rezos y abrazos.
Toda esa alegría y jolgorio del sincretismo. Todo muy sentido y cercano, como suele suceder en estos oficios donde se entrega mucho y acaba en lágrimas, casi… Y tan distinto siempre al medido culto católico occidental.
Bueno, aguardamos contagiados por aquella alegría hasta el final de la misa para admirar bien la riqueza artística del templo y… ¡Quién hubiera dicho que la mayor aventura de aquel viaje a Brasil podía nacer en una iglesia!
Noveleros como somos los canarios, cuando ya nos marchábamos, decidimos curiosear los anuncios que colgaban en la puerta de la iglesia. Y entretenidos como estábamos, de repente, sonó a nuestra espalda una voz ronca y profunda que nos sobresaltó hasta el corazón…
¡Y mucho! Junto al aliento que sentí en el mismísimo lóbulo de la oreja, la siniestra voz nos preguntó, en un tono intencionadamente sugerente: “¿Quieren ver un ‘candomblé’ auténtico…?”
Al girarnos, debo decir que lo único ‘blanco’ que distinguí en aquel rostro que nos hablaba, era su dentadura en una amplia sonrisa que no dejaba mucha maniobra al quite, la verdad.
Además, siendo sinceros, ¿quién se hubiera resistido a semejante aventura?
(A voz de pronto, claro). Sobre todo, cuando una vez abonado por adelantado el importe de la experiencia prometida allí mismo, en el interior del portal de la iglesia, te extienden un recibo por 50 reales (unos ocho euros), cuyo concepto no deja lugar a dudas… “Vale por un cadomblé ‘auténtico”.
Ahí es nada. Tal cual. Creo que se trata del comprobante más surrealista que me han dado jamás por el pago de un servicio, fuera de toda duda… Y claro, luego vinieron los titubeos y los temores.
Pero no por el dinero adelantado, no. Empezamos a interrogarnos por los detalles de la cita a la que nos había convocado el misterioso e inquietante personaje.
Tras preguntarnos por cuál era nuestro hotel, nos emplazó a esperar un taxi que acudiría a recogernos a la puerta a las nueve de esa misma noche. Sobra decir que para cuando salimos a la puerta a la hora convenida, ya estábamos totalmente arrepentidos de habernos metido ‘en camisa de once varas’.
Ante el retraso que empezaba a ponerse más que de manifiesto, una vez transcurridos tres cuartos de hora, interrogamos a los taxistas apostados en la parada del hotel, papel en mano (ése, el del ‘candomblé auténtico’), por si uno de ellos fuese el chófer convenido.
Durante la espera, claro está, nuestra mente ya se había disparado y hecho un repaso por toda la filmografía más o menos reciente, (incluida ‘El Corazón del ángel’, con Robert de Niro y Mickey Rourke), con lo que el desasosiego ya nos comía por dentro.
De manera que pusimos en práctica la mejor solución, y la más tranquilizadora: habíamos sido objeto de un timo. Eso estaba claro, dado el escepticismo mostrado por los taxistas de la parada, a quienes lo que más le sorprendió fue el hecho de que nos hubieran vendido la ‘excursión’…
¡En una iglesia! Pero, señores turistas… ¡Seamos serios! ¡¿De qué guindo se cayeron ustedes?! (En una jerga de ‘méli-mélo’ que mezclaba español y portugués hasta convertirse en ‘portoñol’ del bueno).
En medio del ‘tira y afloja’ entre la socarronería brasileira que había hallado en nosotros una distracción a la espera de clientes, y nuestro ‘aprovechamos y nos vamos, y salimos corriendo’, no vaya a ser que sí, que venga alguien (y vete tú a saber quién)… Apareció un coche. Sí, podía ser un taxi. Sí, se detuvo. Se abrió la puerta y desde dentro se oyó una voz que gritó: “¿los del ‘candomblé’, son ustedes?”.
De pronto, se bajó otra ‘parejita’ de turistas, rubios y altos en este caso, así que se decidió que nosotros, los bajitos, entráramos primero y nos acomodáramos atrás junto a la muchacha (alemana, comprobamos al instante).
Mientras que el chico, quien nos sacaba como tres cuartas de estatura, iría de copiloto. Sin saber bien cómo, y justo cuando ya habíamos decidido que imperara la sensatez, nos vimos en ruta hacia lo desconocido.
Aquel destartalado coche empezó a dejar atrás la ciudad, al menos por la que habíamos paseado y nos era conocida. Hasta tal punto que, tras superar un parque circular con una gran fuente central, rodeada por unas imágenes enormes de todos los ‘Orishas’ u ‘Orixas’ de la religión del ‘candomble’, desapareció el alumbrado. Literalmente.

Salvador de Bahía construyó un parque-fuente a los Orishas, un área que atraviesas camina del candomblé auténtico.
Para entonces, nuestro único consuelo era que, perdidos, no estábamos solos. Y no éramos los únicos metidos en aquel berenjenal… después de unos 20 minutos de vueltas sin saber por dónde, volvieron las luces.
Pero de cableado ‘robado’, que colgaba de un lado a otro de las callecitas, lo suficiente para ver que ni siquiera estaban asfaltadas. Para qué contar que, llegados de nuevo a la civilización más o menos relativa, tenía el estómago en el sitio equivocado.
Como equivocado era el lugar donde nos hallábamos. Por fin, el coche se detuvo y nosotros, como si hubiésemos salido del hocico de una vaca que no hubiera parado de rumiar, es decir, ‘molidos como zurrones‘, bajamos ante un muro blanco con una pequeña puerta verde.
Una puertita verde… Y toda la incertidumbre de este mundo ¡Madre mía! Cuando se abrió, bajamos tres escalones prominentes de piedra pero, como pasaron delante los alemanes altos, aún no podíamos apreciar nada.
En cuanto ellos avanzaron, lo vimos claro… Estábamos en un patio donde aguardaban, al menos, otros 50 turistas más, igual de ‘primaveras’ que nosotros. Y el retraso de debió, claro está, a que el ‘show’ no empezaría hasta no tener un nutrido grupo de incautos que justificaran la función…
Y sin embargo, debo decir que sólo entonces respiré tranquila. Aguardamos unos minutos hasta que entraron otros más detrás de nosotros, nos escabullimos y salimos rumbo a la puerta de al lado.
Era un pequeño bar ‘casero’ (una puerta de garaje al uso, con el espacio dispuesto como tal), donde pedimos lo más parecido a un ‘seven- up’ de allí, o sea, un refresco de ‘guaraná’, alegando que no me encontraba bien.
Dando por sentado que se me había bajado la tensión, o algo así, claro… Nos miramos a los ojos, frente a frente, suspiramos, y nos reímos los dos… Conscientes como éramos de que, no sabíamos bien de qué, pero habíamos escapado.
Nos regalaron una impagable sonrisa (son ésas suyas, inequívocamente), y nos preguntaron si podían ayudarnos… a lo que enseguida respondimos que sí, y que si podían pedirnos un taxi para volver a la Playa de Barra.
Paseamos al menos durante una hora oyendo el mar y la risas de la muchachada, en corros sobre la arena. Pero también mirábamos de reojo a la luna, como mismo miro ese curioso recibo que aún conservo. El del ‘candomble’auténtico’.
(Para seguir leyendo)
Relato 1. La tarde que busqué los caballos de la puszta húngara
Relato 3. Fuí a bailar ‘Zorba, el griego’ y me encontré con el seísmo de Atenas
Relato 4. Jerusalén, un rostro distinto según la hora del día
Relato 5. ‘Fumata Blanca’ y Roma entera corrió hacia mí.
Relato 6. Nikko y los 3 monos tras el puente rojo.
Relato 7. París guarda mi secreto en Hotel Du Nord de Laurent y Farid.
Relato 8. Los dátiles de Auschwitz en un tren por Polonia.
Relato 9. Modelos de Botero en un hammam turco.
Relato 10. La oreja de Dionisio escucha los secretos de Sicilia.
Relato 11. Laponia me regaló el ‘Sol de Medianoche’.
Relato 12. Giza me sostuvo en la eternidad unos segundos y Aicha me trajo de vuelta.
Relato 13. Petra y mucho más allá del desfiladero.
Relato 14. Venecia enamora más si la Luna es de pomelo.
Relato 15. Pekín, la ciudad de recuerdos color marrón.
Relato 16. Win Wenders me mostró al ángel de Berlín en un hotel de 2 estrellas.
Relato 17. Essaouira el tango de las gaviotas.