Calcídicas los tres dedos de Eolo en el Egeo
Historias con huella, relato 10. La autora se deja lleva por el viento que sopla del oeste para cruzar de golpe la zona más oriental de Grecia, desde el sagrado Monte Athos, donde se prohíbe el acceso a las mujeres, hasta las doradas playas de Kassandra
#NuevaNormalidad como si Eolo hubiera dejado de soplar, desde su cueva, esos vientos revoltosos que nos llevan y nos traen. A veces, como tempestades. Quizá mejor que la ‘calma chicha’ que ahora se nos pide.
Y por ello, cuando creíamos que el viento nos expulsaría ya del Egeo, a fuerza de descubrir sus secretos, el propio Eolo me hizo recordar lo que dicen de la mano de Dios y las rías gallegas.
(Cuenta la leyenda que las rías gallegas se formaron al poner Dios la mano y dejar sus dedos marcados, bendiciendo estas cinco porciones de tierra y mar con su estupendo marisco… Por toda la eternidad)
Lo que me llevó a preguntarme de quién eran pues los tres dedos de las Calcídicas que, mucho más al norte de donde nos encontrábamos (en la región de Tesalónica, la más oriental de Grecia), apuntaban hacia el propio Egeo.
Estos tres salientes o ‘dedos verdes’ quizá fueran fruto del aliento de algún heredero del travieso Eolo, o peor aún, quizá de algún enemigo que le bramó al oído. Estaba dispuesta a descubrirlo.
De modo que al sentir el ‘Céfiro’, el viento que sopla del oeste, en nuestra cara, dejamos que nos empujara sin más y lo interpretamos como una señal en nuestro viaje… Pusimos rumbo hacia esa zona más oriental de Grecia.
Pero sin abandonar ni la tierra griega ni sus costas. Después de todo, quién podría decir que estos tres dedos del mapa, separados del continente por tres istmos, no hablan en nombre propio cuando la marea toma la palabra. Como verdaderas islas que fueran…
De isla a isla y tiro porque me toca, elijo quedarme en tierra esta vez sin perder de vista el mar. Estamos en la Península de Calcídica o ‘Jalkidikí’ (Halkidikí), como dicen los griegos.
Seguramente, el más desconocido de los paraísos helenos para los turistas de fuera, un trocito de la quietud de los dioses en la Tierra. Bueno, tres pedazos, en realidad.
Porque esta península que se encuentra en la parte más nordoriental de Grecia, está constituida por tres largos cabos y dos preciosas y calmadas bahías en medio.

En las Calcídicas del Egeo se encuentra algunos de los paraísos de playa menos conocidos de las islas griegos, como Kassandra. (Foto Turismo de Grecia).
Los tres dedos son los de Kassandra, Sithonia y Athos. Los tres dedos de Grecia (pero de quién). Estoy segura que ya habrás adivinado por cual de los tres dedos me decanté…
Pero debo antes confesar que igualmente visité el tercero, el del Monte Athos, aunque ello supusiera luego desandar todo el camino antes de hacer noche, pues sabía que allí no podría dormir.(Al menos, acompañada).
Y es que este tercer cabo, totalmente virgen en su naturaleza, está dominado por el monte Athos, que otorga su nombre. En verdad, es una región hermosa, como un frondoso ‘pantalán’ verde que flotara sobre el azul de Egeo.
El único problema (para mí, claro), es que su acceso está limitado por las autoridades eclesiásticas ortodoxas. Y el máximo de 10 peregrinos no ortodoxos que estos estrictos ‘popes’ permiten al día… ¡No incluye a las mujeres!
No hay otra. Está terminantemente prohibido. La estancia de mujeres allí no es una posibilidad real hasta hoy. Es un mundo de hombres que asegura el misticismo, la espiritualidad y la renovación (hasta que bajes, claro). El más verde de esta ‘trinidad’ dactilar es puramente masculino y pretende ser un sendero del olvido para la vida mundana.
Los paseos están salpicados de pequeños monasterios y el progreso que experimenta allí el hombre, aunque suene paradójico, radica en el retroceso que vive por espacio del tiempo que así decida.
Pero en su cumbre se halla el más famoso monasterio de una de las montañas más legendarias de la antigua Grecia, y a éste sí que sólo se accede con un permiso especial. Luego, algo tendrá este monte sagrado…
Pero nosotros no estábamos por ese ‘dedo’, así que al tiempo que sonaba ‘Simply the best’ de Tina Turner en el coche del amigo Lefteris (por ser ésta su canción favorita), en efecto, desandábamos el camino desde el cabo de Athos hacia arriba.
Y es que había que llegar hasta la palma de esta mano, justo donde el pulgar y el meñique se cruzarían, para descender por otro de los dedos. No quedaba otra…
Era eso o preguntarle a Lefeteris si su coche flotaba en el mar y saltar, ya que él era ‘simply the best’. Después de todo, el cielo era tan azul como el mar y el placer de su compañía, tan brillante como el color de la sandía que compramos por el camino.
Menos mal que esta vez me acompañó la clarividencia de la mismísima Casandra y no hicimos experimentos parando en el segundo dedo, el de la península de Sitonía. La más desarrollada para el turismo.
En realidad, las largas playas de arena fina y aguas turquesas son comunes a las tres lenguas de tierra, de modo que cualquier elección hubiese sido buena. Pero pasar del aislamiento ortodoxo al otro extremo de olas compartidas, no hubiese sido fácil después de contemplar el vacío de la montaña sagrada.
Así que nos saltamos el dedo corazón, que el latido ya lo pondríamos nosotros con la buena música y las risas de Lefteris, quien no dudaba en frenar en seco si nos equivocábamos, eso sí, en la elección de la siguiente canción.

Lefteris, con la autora, en un puesto ambulante, junto a la carretera, con botes de miel y enormes sandías, camino de Casandra.
Total, si vamos a ir lejos, lleguemos hasta el final, ¡¿no?! Divisamos el mar de Casandra y ya poco nos importó si a su don de la clarividencia no acompañaba el de la persuasión.
Al fin y al cabo, no pensábamos tomar Troya al asalto desde el interior de un caballo de madera, escondidos en su panza. Al contrario, bajo aquel sol radiante y las ventanillas bajas, buscábamos a cara descubierta el verdadero ‘gran azul’ de Grecia.
Y lo encontramos. Los bosques en hileras de coníferas que llegan hasta la misma arena de la playa nos guiaron hasta la orilla de Chaniotis o ‘Hanioti’ (con ‘h’ aspirada). Sus casitas encaladas y calles estrechas hicieron el resto.

Bosques de coníferas en los límites de las calas que convierten a las Calcídicas en destinos únicos.
Lo cierto es que para cuando por fin nos bajamos del coche, lo que más nos apetecía era un baño en aquel mar. Infinito y en calma. Sin duda, el aislamiento que brindan los montes, separando el resto de la península de estos tres ‘dedos verdes’, crean la magia de este paraíso.
Bueno, eso y la generosidad más cercana. La de Lefteris, quien después de compartir unos ‘kalamarakia’ (calamarcitos), ya casi a la hora de la merienda, volvería a recorrer él solo las mismas líneas de esta curiosa mano. Cuyos dedos señalando al Egeo, finalmente, resultaron ser los del propio Lefteris.
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12. Acre, donde el mar se paró en Tierra Santa.
13. Mar Muerto, el gran lago salado en el desierto del Qumrán.
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