Calais, ‘pas de Calais’ para 8.000 refugiados
Calais, ‘pas de Calais’ para miles de personas que buscaron la vida antes que morir por ella. ‘Pas de Calais’ porque el idioma francés, como el resto, puede ser caprichoso hasta rozar la paradoja.
Se da la circunstancia de que, gramaticalmente hablando y en sentido literal, ‘pas de Calais’ significaría ‘no hay Calais’. Ello si no fuera porque Calais es una ciudad del departamento de Paso de Calais. En francés, Pas-de-Calais.
Pero lo cierto es que ya no hay Calais para 8.000 refugiados, desplazados, exilados…Errantes todos. Personas, todos. Poco importa lo que hagan un par de guiones entre tres palabras o que se trate de un homónimo en la lengua gala. Los ingleses lo llaman el ‘Estrecho de Dover’. Pero ya no hay Calais.
Dicen que la ‘jungla’ de Calais (como ya venía siendo conocida), se había convertido en el mayor centro de refugiados de toda Europa. Obviamente, las fuentes oficiales que afirman tal cosa, se olvidan de la isla griega de Lesbos, convertida toda ella en ‘tierra prometida’ para quienes huyen de la guerra en Siria.
No hablaremos tampoco de las 700.000 personas salvadas por la policía italiana en sus costas, sólo este año 2016. Ni, por supuesto, de la gran fosa común en la que se han convertido los mares Egeo y Mediterráneo. Porque los muertos forman parte sólo de las cifras y los vivos, del problema.
Es el mismo cinismo imperante que lleva a hacinar a 8.000 seres humanos en el espacio previsto para 800. Y a los que, sin embargo, luego, se les clasifica poniéndoles a todos una pulsera (como las turísticas del ‘all inclusive’), a la hora de su desalojo y traslado.
Una vez demolida ‘la jungla de Calais’, los primeros en abandonar el campo procedían de Sudán, Eritrea (en estado de excepción permanente) y Etiopía. Accedieron finalmente 6.000 y nada se sabe de los 2.000 que se resistían al momento del cierre.
Los primeros 28 llegaron a Lyon, donde los esperaban voluntarios de otra ONG más. Allí sólo hace tres semanas que concluyó la ‘Biennale’ y aún ni tan siquiera se siente el otoño. Vestían camisetas de color naranja, como el sol de África y lucían la mejor de sus sonrisas de bienvenida.
Sudaneses, eritreos y etíopes, en cambio, iban bien abrigados porque lo portan todo a cuestas (vaya uno a saber cuándo hace falta). Llevaban puesta su pulserita azul, bien sujeta a la muñeca. La seña de Calais. Claro que aún no sabemos a qué da derecho el color azul.
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