Bosque de Bolonia, raviolis preparados en pareja
#DesdeMiVentanaVerde, episodio 6. La autora visita en febrero uno de los rincones más románticos de París, donde lo moderno se muestra exultante sin renunciar a lo viejo, de la mano de Philips Glass en 'Las horas' en un bosque con los ‘souvenirs’ de su infancia añorada
#DesdeMiVentanaVerde contemplo la primera hoja de este nuevo calendario, donde las noches parecieran desear más a los días que éstos a ellas. Acaso sea la curiosidad del acontecer, que nunca duerme.
Una tirada de dados no acaba con el azar. Y tocando el cielo, allí donde lo moderno se muestra exultante sin renunciar a lo viejo, aprovechando para insuflar nuevo aliento por cada grieta… Un destino ya vivido.
Pues parece que llega el tiempo de volver a preguntarse quién es capaz de decir qué y dar un solo paso después. Después de la constatación de que el alma humana puede ser tan oscura, otra vez… ¿Cómo devolver la luz a la vida misma?
Suena entonces Philip Glass en ‘Las Horas‘, al menos en mi cabeza. Suena, pero no me detengo, pues quizá pase el tiempo de ese acorde. Y sólo entonces, el alma exhala.
Hasta las más pequeñas cosas tienen un porqué que se amolda a las circunstancias del individuo, y de su momento. Donde la providencia la marca la observación de esos mínimos detalles.
Todo un universo de metáforas, sin duda, para poder seguir adelante. Acaso toda la vida sea un profundo reconocimiento a la vida misma, qué si no. Una mirada hacia ese interior que no se detiene en la orilla.
Una mirada hacia ese recipiente lleno de agua que no puede contener una sola gota de más, pero tampoco de menos. Y unas ondas que marcan el tiempo fuera de todo calendario.
Poema de la propia memoria, no perdona un solo compás. Tampoco un solo presentimiento. Así que dejo que la intuición desfile en procesión calle arriba. También calle abajo.
Y sólo entonces el devenir parece romper las cadenas que separan espacio y tiempo. Sólo entonces, puedo volver a agarrarme del hilo de la memoria…
Remuevo mis adentros sin esperar más del cielo y descubro, en aquella foto de mi recuerdo, toda la prolongación de un sentimiento propio, sólo mío.
Mi vereda, que no me lleva a ninguna parte que no sea donde ya me encuentro. Y sin salir de esta ciudad, evocación de aquel pequeño restaurante lleno de historias de familia y nombre de una propia.
(De alguien que a mí se me escapa pero que presumo querida, para así dar nombre a su carta).

Para tiritar de frío o de emoción. Los bosques parisinos de Bolonia jamás defraudan. Su historia los avala. (Foto Turismo de París).
Raviolis elaborados en pareja y en silencio, para ser luego servidos en equilibrio. Casi en torre, de corto apetito pero elevada en gusto. (Y dejarte con ganas de más).
Un paso a modo de puente en su entrada y todo un bosque en los ‘souvenirs’ de mi infancia añorada. De sus orígenes italianos a nuestro punto de partida en francés, retratado en una misma foto. Una sola.
Y yo en sus brazos, junto a mi padre, con los diminutos pies de tan sólo dos años colgando a salvo de todo el frío de la ‘Bois de Boulogne’ en febrero. Y París entero en una sola foto. Y mi infancia entera, también en una sola foto… El viaje entero, en una vereda común.
Para seguir leyendo
Episodio 1. Gueto judío de Venecia, en el verde de la memoria.
Episodio 2. Sátira de la Crucifixión más allá de la plaza San Marcos.
Episodio 3. ‘Ponte Vecchio’, murmullo de voces y sueños.
Episodio 4. Plaza de San Pedro, inmaculada pero descarnada.
Episodio 5. Los olmos del Gianocolo de Roma se inclinaron aquel día.