‘Blonde’ es Ana de Armas
La película que dirige el cineasta neozelandés Andrew Dominik es desgarradora, sin una gota de anestesia para las emociones. Tampoco para Ana de Armas, que está inconmensurable
‘Blonde’. Blanco y negro. Pero rubio platino infinito que se adivina a la perfección, pues hace ya mucho que retuvo la mirada lo que el ojo ya sabe… Que Marilyn es el icono rubio por excelencia de toda la historia.
“Durante toda mi vida sabría de mí a través de los testimonios y las palabras de otros… Conocí mi existencia y el valor de esa existencia a través de los ojos de otros”. Parece susurrar Norma Jeane a alguien que se encuentra al otro lado de alguna parte.
No mira a cámara, aunque parezca que así lo hace. Arranca de este modo el metraje de ‘Blonde’ y la maravillosa interpretación de Ana de Armas, ante quien caemos rendidos para toda la eternidad después de este papel.
Inspirada en la novela de ficción que la escritora estadounidense Joyce Carol Oates dedicó a la vida de Norma Jeane Mortenson, nos invita a hurgar en el personaje mientras miramos a una Marilyn despedazada a parte iguales por la vida y por la industria cinematográfica.
Una madre enajenada que acaba internada en un pabellón psiquiátrico, un padre permanentemente ausente, los hogares de acogida y los hombres. ¡Cómo no iba a mimetizarse con los personajes que interpretaba si buscaba una vida propia!
Un puzzle en permanente construcción, lleno de pérdidas y abandonos, de huidas y partidas. Pero, después de todo, según el ‘método Stanislavski’… “Un actor se interpreta siempre a sí mismo, pero en una variedad infinita”.
La película que dirige el cineasta neozelandés Andrew Dominik es desgarradora, sin una gota de anestesia para las emociones. Tampoco para Ana de Armas, que está inconmensurable.
Merecedora de todos los premios, sea el Bafta ahora, sea el Óscar después, ya se hizo con el corazón de todos desde la pasada edición de la Mostra de Cine de la Biennale de Venecia. Se coronó, serena, sobre las aguas de todos los canales de La Laguna.
De Armas se entrega a la frustración oculta de una Norma Jeanne de infinitas cualidades interpretativas, pero condenada y encorsetada por el propio mito sexual decidido por la industria para ella.
Un escenario absoluta y tradicionalmente patriarcal, muy anterior al estallido del #MeToo, donde rubias o morenas son cosificadas por igual en un submundo de depredadores, soterrado y oscuro. Como las sombras y claroscuros del blanco y negro.
Cruda y directa. Y sólo entonces el telespectador (la cinta puede verse en la plataforma de Netflix), comprende el inmenso alejamiento que siente Norma / Ana al ver a Marilyn en pantalla, y el sufrimiento que su mera existencia le provoca.
Curiosamente, entramos en lo más profundo del interior de Marilyn Monroe para descubrir la enorme lejanía que había entre éste y lo que todos veíamos o creíamos ver. (Como si de una realidad virtual en el metatarso estuviéramos hablando).
De modo que aunque viajemos al más nostálgico de los panoramas del Hollywood de entonces, todo suena tan reciente…