Ángel Sánchez, el poeta visual y cuántico
Jamás pierde el horizonte de la impresionante vista que tiene desde su estudio-biblioteca en Valleseco. “Cada cual atrapa su shadow”
Ángel Sánchez (Can de Plata de las Artes 2017).
“Ningún gran artista ve las cosas como son en realidad. Si lo hiciera, dejaría de ser artista”, tal y como decía Oscar Wilde…
Pero confrontar arte y realidad, en el tiempo y en el espacio, compartiendo espacio y tiempo con Ángel Sánchez, el único poeta visual de Canarias, es siempre detener el reloj con las manecillas marcando arte y realidad a un tiempo.
Auténtico pozo de sabiduría, Ángel Sánchez es casi un oráculo. De modo que cuesta ceñirse sólo a un tema. No te deja, sin más. Es cuántico… Para cuando formula una idea, ya está en la post-reflexión. Y, seguramente, lo llevará hasta un recuerdo de su estancia en París.
Todo ello sin perder el horizonte de la impresionante vista que tiene desde su estudio-biblioteca en Valleseco. “Cada cual atrapa su shadow”, dice, mientras consigue que el intercambio de impresiones, que persigue extraer su ‘savia’, se convierta en lo que él llama “una degustación léxica”.
Lía meticulosamente un cigarrillo de tabaco en vena. Y cuenta que se siente embebido en el libro que está preparando sobre los ‘Canarios en Loussiana’.
Amante de la escritura en soledad y, más aún, de la oralidad en compañía. Representa, sin duda, ese fenómeno de la memoria visual como verdadero hilo narrativo, más allá de la historia.
Flota en su mirada todo lo no-dicho por el lenguaje. Etnolingüista y semiólogo, el profesor que es el escritor Ángel Sánchez, esconde, en realidad, al alumno aventajado de la vida.
Alimentado por una insaciable curiosidad por todo, maldice el cronógrafo del tiempo que pesa sobre sus años. Y es que Ángel hasta el maldecir lo hace gráficamente. Hasta cuando se trata de registrar el tiempo, sobre todo ése, que se escapa imparable.
“Pero disfruto de las estaciones, del verano de Valleseco. Es maravilloso. ¡Me he ‘acampurriado’! Añade, divertido. Lo cierto es que Ángel disfruta aún más desentrañando toda la variación de la lengua en su entorno más inmediato, en relación con la cultura y, sobre todo, con la identidad étnica. Es antropólogo por instinto.
“Me gusta la ‘juntura’ de la gente en este pueblo. Todo el mundo va a los entierros”. Ángel Sanchez se ha convertido en ese creador de un universo rural único, retratado con solidez en títulos como ‘Tres zafras’ o ‘Cuchillo criollo’.
Y conversando, él mismo evoca a Juan Rulfo, el escritor hispanoamericano que supo narrar la singularidad de la idiosincrasia mexicana. Se diría que este galdense es el ‘Rulfo’ canario, capaz de recrear y arrojar luz sobre ese mundo que se presiente cerrado, entregado al costumbrismo y la tradición.
Esa realidad, que persiste aferrado a la raíz de sus dichos, a la solana de sus charlas y a las reglas de sus velatorios. Palabras heredadas y tensión escondida, siempre. Los atavismos de la culpa, los padres y el primer/a novio/a.
Toda una experiencia humana de sus memorias. Información visual extraída y trasladada a sus propias obras. Sencillo simbolismo que me recuerda al poema visual de ‘Volviendo al mar’, del mismo Ángel Sánchez.
“Me considero un interclasista de corazón”, afirma mirándote a los ojos. Intensamente. Y al cruzar nuestras miradas, siento que Ángel sería capaz de descodificar cualquier mensaje en cualquier instante emocional. Percibo el reencuentro y entro en el símbolo. (Como en la ‘teoría del espejo’ de Lacan).
De repente, con la caída de la tarde y esa niebla que se posa para mantener vivo el barranco, descubro que los artistas que cuelgan de las paredes jamás guardan silencio. Permanecen atentos, siempre.
Y yo, junto al pozo del mismo patio por el que correteé de niña, ahora sí, alcanzo a asomarme para ver los poemas visuales de Ángel. Personales y variables, consonante o vocal, finitos e indefinidos. Y en el punto y aparte, entre todos y entre tantos, hallamos nuestro ‘Espiral 21’.