Almada, la niña pequeña de Lisboa al otro lado del Tajo
#TeCuentoUnSecreto relato 18. La autora, en su viaje por el mundo, se hace amiga de Estela, y a los pies del gran Cristo Rei portugués, como si de un milagro se tratara, le cuenta que su muñeca tiene arreglo en un hospital lisboeta para juguetes rotos
#TeCuentoUnSecreto que, sin duda, ya sabes, o al menos, intuyes desde hace tiempo… Que estamos todos conectados, ya sea por lazos del pasado o en el tiempo presente.
Pero, indiscutiblemente, determinará un futuro común, aunque sólo sea para mostrarle al destino las dos caras de una misma moneda. Esos dos costados del barco que zarpa, de los que ya hablábamos en recuerdo de los que partieron.
No tienen la misma vista del viaje a un lado u otro. Está claro, así es la vida. Pero no importa, porque el propósito de zarpar es el mismo que el del arte… La lucha por la libertad.
Todo viaje tiene el instinto nato de buscar esa pequeña rendija propia, en la que el aire huele distinto y donde el cielo dibuja otra luna, o así nos lo parece. Y en definitiva, un recuerdo en el que guardar tus ojos…
Todo cuanto ellos ven. Más aún, todo cuanto esperan ver. Y no me preguntes por qué pero, sostengo sin dudarlo, que ello sucede más frecuentemente en barco.
Y poco importa si el destino es la isla de al lado, sea Fuerteventura o Tenerife, o si se trata de la otra orilla de un río navegable como el Tajo. Tus pupilas, dilatadas por la emoción de la propia travesía, imaginan un lugar que sólo tú y yo conocemos.
Es inevitable. Te cuento un secreto sobre las aguas del Tajo… No éramos demasiados a bordo, apenas unos 30 rumbo a Almada, al otro lado del estuario del río, tan amplio como un mar a su paso por la capital portuguesa.
Sencillamente, la otra orilla de Lisboa desde donde ver su mejor silueta y su preciosa estampa al atardecer. Una línea de costa fluvial con mucho ambiente de terrazas en su punto más noroeste, Cacilhas, frente al mar.
Los antiguos astilleros lisboetas hasta bien entrados los noventa, y que ahora brindan rincones en los que sentarse a verla, a la hermosa Lisboa, desde el otro lado. Incluso, quizá, cenar.
Mientras recordaba cómo volver a subir hasta la estatua de ‘Cristo Rei’, modelada en lo alto de la colina a semejanza de la del ‘Cristo Redentor’ de Río de Janeiro, cruzamos nuestras miradas…

Lisboetas aguardan la puesta de sol a orillas del Tajo con Almada a la izquierda, desde la que se vislumbra el Cristo Rei. (Foto E21).
Su nombre era Estela, según la llamaron sus padres, y no debía de tener más de 6 años. Nos sonreímos mutuamente cuando, después de mirar la muñeca que llevaba cogida en brazos, le guiñé un ojo. Diría que nos caímos bien.
Seguramente, porque la muñeca me gustó tanto como a ella, aunque le faltara un brazo, que Estela llevaba cuidadosamente metido en el bolsillo superior de su rebeca. (Siempre has de ponerte algo por encima para cruzar el Tajo en Ferry).
La estatua de Cristo Rei mide casi 110 metros y puede divisarse durante casi todo el trayecto. De modo que va creciendo ante tus ojos a medida que te acercas a la orilla, mientras que ya en ella, resulta imposible verla hasta que no te encaminas a la propia colina.
Pero sólo nosotros y Estela nos habíamos pasado el trayecto alongándonos hacia adelante, viendo cómo el Cristo aumentaba de tamaño y sus brazos en cruz parecían estirarse sobre el barco. Al llegar, nos subimos todos al mismo ‘bus’ (‘ônibus’, en portugués).
Estela y sus padres también. Estaba claro que la treintena de viajeros nos dirigíamos al mismo monumento, que el cardenal de la época había encargado en “agradecimiento a Dios por dejar a Portugal fuera de la Segunda Guerra Mundial”.
Al bajar del ônibus, con el estuario del río allá abajo y los barrios históricos de Lisboa bien dibujados enfrente, la mirada se distrae por un instante del motivo de ascenso a esta colina, donde no hay nada más.

Vista de Lisboa desde la colina de Cristo Rei, con su sombra a la derecha sobre la falda de la montaña. (Foto E21).
Cuando llegas al pie del pedestal, el cuerpo se te curva hacia atrás al intentar abarcar con la mirada toda la figura del Cristo, arropado por sus brazos en cruz.
Tras subir en el ascensor interior hasta los pies de ‘Cristo Rei’, me fijé entonces en que Estela elevaba sus bracitos hacia el sagrado rostro en lo más alto, levantando con ellos a su muñeca dañada por los avatares del juego. (Vaya uno a saber los azarosos caminos emprendidos junto a Estela).
Después de ver este gesto, ya no pude resistirme a hablarle. Y me acerqué a ella a contarle un secreto, después de hacernos nosotros un ‘selfie’ bajo tan inmenso abrazo, claro.
Te cuento un secreto, Estela, le dije… En el número 7 de la Praça da Figueira, hay un ‘Hospital de Bonecas’, un pequeño hospital en el primer piso de una linda juguetería, en el que unas viejecitas son como enfermeras de las muñecas dañadas como la tuya.
Estela abrió más aún sus enormes ojos negros y abrazó fuertemente su muñeca contra el pecho. Sonreímos de nuevo y volvió a guardar el diminuto bracito de su muñeca rubia en el bolsillo de la rebeca, convencida de que, después de todo, volvería curada a casa.
Hace casi 200 años (desde 1830), se mantiene esta entrañable tienda en el mismo punto de esta conocida plaza lisboeta, junto al conocido mercado a mitad del famoso ‘Largo do Rossio’, y puesta en marcha por Doña Carlota. Una popular anciana que vendía hierbas secas sentada a la puerta, cuando por allí no pasaban ni coches.
Generación tras generación, las señoras que cosían muñecas de trapo y secaban las lágrimas de los niños que llegaban con sus peluches rotos, acabaron convirtiéndolo en el ‘Hospital de Bonecas’ (Muñecas, en portugués).
Era una época en la que, tal y como reza en su propia web… “Había patos, conejos, gallinas, palomas, peces de muchos colores, frutas y flores que, junto a grandes racimos de zanahorias, rábanos y coles, creaban una mezcla única de sonidos y olores. Los niños no tenían miedo de perderse. Todos se conocían y tenían un nombre. Lisboa parecía más pequeña”.
Casi tan pequeña como se veía ahora reflejada dentro de la alegría de los ojos de Estela, donde hasta el largo ‘Puente 25 de Abril‘, que va de lado a lado, de Almada hasta Lisboa, me pareció pequeño.
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