Ai Weiwei revive en Lisboa para respirar sin mascarilla
#TeCuentoUnSecreto relato 15. La autora, en su viaje por el mundo, está fascinada por la obra del creador y activista chino en su primera gran exposición en la capital portuguesa después de la pandemia. Una vez más no le decepciona. "El propósito del arte es la lucha por la libertad"
#TeCuentoUnSecreto a dos horas de vuelo desde este punto del Atlántico, siempre que sea directo, claro… Ai Weiwei habla portugués. Al menos, tras quitarse la mascarilla.
El creador y activista, al que China declarara “enemigo del Estado”, cambió su residencia en la ciudad alemana de Berlín por la región portuguesa de Alentejo.
En portugués, ‘Allende el Tajo’. Y la verdad, casi más allá de Europa, pues ya no quedan ríos más allá hasta asomarse al océano, y quitarle también la mascarilla a la nariz del mapa… ‘El Cabo da Roca’, justo ahí.
Ya no hay nada más allá de ese punto occidental si hablamos del Portugal y la Europa continentales. (Las islas, allende los mares, son otra cosa… ¡Quién sabe, quizá sea ésa su próxima escala!).
Con Ai Weiwei, nunca se sabe. Quizá para un humanista como él, verdadero ciudadano del mundo, quien considera que el ascenso global del nacionalismo y la crisis internacional de refugiados son dos fenómenos que van aparejados, venirse al ‘Oeste’ sea respirar.
También yo, cuando al fin respiro, hablo portugués y me sorprendo a mí misma desayunando ‘torrada com manteiga e um galao bem quente’, o sea, una tostada de pan artesano con mantequilla y un café con leche, todo bien calentito…

Lisboa con uno de sus icónicos tranvías, el 28, en el Largo de Santa Lucía, en La Alfama, junto a la autora. (Foto E21).
Y afrontar así nuestra jornada lisboeta al más puro estilo portugués, pues toca cambiar la ‘vieja coctelera’ del coqueto tranvía 28 (el más popular de todo Lisboa), que te sube hasta el barrio de ‘La Alfama’, por el más moderno 115 rumbo a Belem.
Allí nos aguardaba la última exposición de Ai Weiwei, el evento artístico indiscutible de Lisboa del 2021 y, sobre todo, la primera muestra del artista disidente chino en tierra portuguesa desde que se trasladó al país luso.
Weiwei ha sostenido siempre que “estamos todos conectados”, así que no me sorprendió que, justo en nuestro primer viaje fuera, me topara con su rostro anunciando la exposición nada más llegar al ‘Aeroporto da Portela’.
Estaba claro pues, cuál sería una de mis visitas inexcusables en esta primera escapada a ‘sonrisa descubierta’. El arte a ‘mensaje descubierto’ de Ai Weiwei, preparado para zarandearnos, nos alejaba del atractivo de las reliquias.
Ya en la propia entrada del Museo de la ‘Cordoaria Nacional de Lisboa’ nos aguarda con una pieza inmensa que nos recuerda lo mucho que le gusta transformar objetos comunes en obras de arte. Entras en ‘Rapture’, la nueva exposición de Ai Weiwei.
Una especie de enorme pórtico elaborado con centenares de bicicletas te coloca a ti, si así lo decides, como único punto de fuga en el centro del tiempo, al que pareces parar con sólo ubicarte en el imaginario eje de su movimiento.
Claro que la percepción podría ser la contraria… Pareciera también que tu sola presencia las relanza, una a una, hasta un punto en el infinito, y a tal velocidad que, en verdad, se detienen. Hiperquinético, pero fruto de un truco visual.
(De verdad… ¿No te parece que estás dentro de una de las naves de ‘Stars War’ en el momento en que dicen “saltamos a la velocidad de la luz”, cuando miras la foto? Momento cuántico geoespacial del todo imperceptible si lo contemplas en vivo, sin más).

Ai Weiwei, en la entrada a su exposición en Lisboa, una de las más amplias en la historia del artista chino. (Foto E21).
Su genio consigue un extraño punto de equilibrio entre sensibilidad y monumentalidad. Y no es fácil cuando te sirves de la hipérbole para llamar la atención sobre algo.
Dentro, entre tantas, algunas de sus piezas recientes más conocidas como ‘Law of the Journey’ (La ley del viaje’). Aquella inmensa instalación consistente en una patera de 70 metros con 258 figuras ‘embarcadas’, literalmente, rumbo a lo desconocido.
Todo hinchable y de incierto color negro. Como el futuro que aguarda a la migración en manos de las mafias. Tan vigente aún. Siempre. Por qué no volver a exponerla pues, casi en la orilla del ‘Finisterre’ europeo.
Casi resulta irónico pensar que Europa ha pasado poco más de un año con la nariz tapada por una mascarilla contra un virus que no vemos, cuando, en realidad, hace ya tiempo que la misma Europa decidió taparse la nariz ante la crisis humanitaria, y hasta olvidar su propia memoria. Hay quien sólo ve amenaza done hay instinto de supervivencia.
Pero también cinco obras nuevas, fruto de su acogida portuguesa, su “nuevo país”, y su inmensa curiosidad por la artesanía y la cultura de este otro entorno tan apacible y la ‘saudade’ lusa.
Después de todo, la añoranza es un sentimiento profundo también para Ai Weiwei, que ha sufrido el desapego desde la infancia. Pero nunca le ha costado desembalar las maletas del pasado para tener bien abiertos los ojos del presente.
“El propósito del arte es la lucha por la libertad”, sostiene Ai Weiwei. Casi un centenar de obras entre esculturas, vídeos, documentales, grabados. Y el interrogante que flota en el aire entre las raíces y el destino final.
No soy capaz de ver el mismo paisaje de vuelta en el tranvía 115 de regreso a la ‘Praça do Comercio’. Sé que discurre ahí fuera, pero el inusual calor calienta aún más mis ideas que están a punto de estallar entre tanto silencio…

Fernando Pessoa sostiene en su mano de bronce la mascarilla de la autora, junto a Brasileira, en el Chiado. (Foto E21).
Todo el mundo mira la pantalla de algún dispositivo de smart-phone y nadie habla. Acaso ya no haya secretos que guardar o, por el contrario, todo lo sea. No sé. No doy crédito, pero necesito el bullicio de alguna reacción.
Te cuento un secreto, camino del Chiado, me siento con Pessoa a tomar un café y él me quita la mascarilla. Es enemiga de los versos y a mí me permite volver a sonreír en ‘Café no Chiado’. Cenamos ‘Bacalhau à Brás’ y el viejo tranvía 28, con sus asientos de madera, pasó una vez más.
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