Ai Weiwei reta a Francia en el Mucem de Marsella
Está claro que la memoria de los espejos es frágil pero hace daño, siempre. No todos están dispuestos a abrir las maletas del pasado. Pero Ai Weiwei, sí
Ai Weiwei es disidente de todo y frente a todos, su activismo reta a todo aquello que le parece injusto y a todos cuantos enarbolan banderas del revés en esta vida. No se calla y así lo muestra en el ‘Mucem’ de Marsella, el museo de arte popular más grande de toda Europa.
El Mucem, esto es, el Museo de las Civilizaciones de Europa y el Mediterráneo, acoge ‘Fan-Tan’. Y como no podía ser de otra manera, Ai Weiwei no está en el puerto de Marsella para complacer a nadie ni agasajar a país alguno.
(Aún cuando se trate de Francia, el país de la ‘liberté, igualité et fraternité’. Pero también el de las colonias en Indochina o en el Magreb, según nos recuerda irónicamente el artista chino en varias salas. Y justo en la capital donde nació ‘La Marsellesa’, el himno oficial francés).
Ai Weiwei pone el dedo en la llaga de nuevo. Señala el caótico entendimiento que ha primado en las relaciones entre Occidente y Oriente. Su ausencia, más bien, que en muchas ocasiones ha llevado a una distorsión cultural en la historia reciente de los siglos XIX y XX.
‘Fan-Tan’ apunta al centro de la diana casi desde el principio del recorrido, Ai Weiwei aguarda a los visitantes de su exposición en el Mucem con dos grandes bloques de jabón de Marsella. Pero no al uso…
Ai Weiwei ha grabado en ellos la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, y los derechos de la mujer, 1789 y 1791, respectivamente. “Y el que tenga entendimiento, que entienda” (Nos atrevemos a apostillar nosotros).
Sin duda, toda una declaración de intenciones del activista ‘dedo acusador’ de Ai Weiwei… ¿Preparados, de verdad, para lavar nuestras conciencias con el mejor jabón de Marsella?

La casa coloreada de Ai Weiwei ejemplifica la tradición china y la interpretación disruptiva de Occidente. (Foto NJC-Espiral21).
“Uno de los artistas chinos más mediáticos hoy, que acostumbra transformar objetos comunes en obras de arte”, en palabras de la curadora de la muestra, Judith Benhamou-Huet.
¡Mucho más que eso! Sostenemos nosotros, sin dudarlo.
Una vez que Ai Weiwei te ha arrancado un primer esbozo de sonrisa y la suspicacia asoma a tu rostro, tal y como él sabe sembrarla… Sí, te dejará que pasees bajo una colorida pérgola como mera hipérbole de quienes vivieron bajo el imperio. (Y sus fantasmas que aún viven por igual en las actitudes de unos, como en la memoria de los otros).
Un mero instante de monumentalidad de vivos colores sobre tradición china de la Dinastía Qing, para enseguida, dar paso a la acidez de lo que toca deglutir del ser humano. Una gran pantalla de televisión invita a sentarse a ver un documental, con subtítulos en francés, sobre ‘la jungla de Calais’, demolida hace ya dos años.
¿Quién se acuerda ya del que se había convertido en el mayor centro de refugiados de toda Europa? Ai Weiwei nos lo recuerda. En Calais se llegó a hacinar a 8.000 seres humanos en el espacio previsto para 800. El documento dura poco y recoge testimonios de algunos de los migrantes africanos que vivieron ese drama.
Tras un rato de observación (sin sentarnos), esto es, como ‘outsiders’ de la escena… Se hizo evidente que, en su mayoría, sólo los turistas completaban su visionado, mientras que los franceses, manifiestamente incómodos, optaban por avanzar en el recorrido de la muestra propuesta por Ai Weiwei.

Mucem de Marsella, el museo popular más grande de Europa. A sus puertas, la autora del reportaje. (Foto Espiral21).
Y es que está claro que la memoria de los espejos es frágil pero hace daño, siempre. No todos están dispuestos a abrir las maletas del pasado. Pero Ai Weiwei, sí.
Es ésta una de sus muestras más personales e introspectivas, dedicada también a la memoria de su padre, el poeta chino Ai Qing, también represalias por el régimen maoísta (y al que nunca pudo llamar ´papá’, sino ‘tío’).
Más allá de que, como ocurre siempre con el trabajo de Ai Weiwei, los conceptos de arte y copia, o los de artesanía y objeto original sufren algún tipo de transmutación, el artista disidente chino es irreverente con la historia común entre China y Francia.
Desde una ‘baraja de mesa’ en la que los chinos son ridículamente representados, pero decapitados cuando corresponde, al cuestionamiento del mismísimo zodíaco chino, mimetizado por el consumo de Occidente, y representado por sus cabezas en oro de la mano de Ai Weiwei…
¿Patrimonio cultural de quién, exactamente? Reinventado por Occidente como estampa de Oriente al amparo del expolio. Este activista, el más contemporáneo del siglo XX y lo que va del XXI, no deja títere con cabeza.
Un par de zapatos con doble punta y unidos por el talón que, al más puro estilo ‘Duchamp’, nos evidencia que no lleva a ninguna parte. Lo mismo que el violín-pala o el chubasquero-preservativo… Sin duda, el más seguro del mundo o el que mayor ‘protección’ brinda.
Es el lenguaje conceptual y contestatario de Ai Weiwei, que se despide de los visitantes observándote desde tres instantáneas tridimensionales de sí mismo, elaboradas con piezas de lego…
Pero eso sí, con toda la luz artificial con la que hoy la hiper-mégalo-consumista China es capaz de iluminar un salón: una versallesca lámpara de las de ‘araña’, compuesta a su vez por 61 lámparas antiguas en una pieza única, diseñada para esta exposición, que pesa una tonelada.
¿Quién da más? ‘Fan-Tan’ se refiere a un tanque inglés desplegado en Francia durante la Primera Guerra Mundial. Pero también es el nombre de un juego de apuestas muy parecido a la ruleta en China…
‘Rien ne va plus’, Ai Weiwei ha hecho girar la rueda y ya no caben más apuestas. Así que la cita resulta imprescindible y la casilla marcada es el Mucem de Marsella… Al menos, durante un mes más.