Agadir, la escritura con arena y sal de ‘Dios, Patria, Rey’
#UnViajeUnInstante, relato 4. En su itinerario del mundo, la autora se sorprende con la inscripción luminosa de la montaña que aún conserva vestigios de una ciudad devastada por el gran terremoto, pero que supo rehacerse para que conociéramos a Samira, la que cuenta historias en la noche
#UnViajeUnInstante sin apenas movernos. Porque el desierto del Sáhara nos retuvo aunque el movimiento de sus dunas nos llevara más al norte, empujados por el viento.
Y la mirada se detuvo en unas letras. Enigmáticas… Era otra lengua. Allāh, Al-Watan, Al-Malik (Dios, Patria, Rey en árabe). Fue lo primero que vieron mis ojos desde aquel otro avión, aquella otra noche.
Al llegar a Agadir, una inscripción luminosa sobre la falda de la montaña (donde se conservan los pocos vestigios de la ciudad antigua, antes del gran terremoto), preside la entrada o salida de esta ciudad marroquí.
Desconocía aún su significado, pero ya desde la diminuta ventanilla de aquel avión de tan sólo 19 plazas, me sedujo aquella escritura que brillaba entre la bruma levantada por el desierto. Así sucede cuando se asoma al borde del mar.
El frío de la noche, lejos de adormecer mis sentidos, los puso aún más en alerta y enseguida percibí ese aire que sopla. Sutil, como una caricia que impregna la piel con el ánimo de dejar huella en ella.
Suave y denso a la vez. Como ese susurro dicho al oído que se torna cálido en la intimidad. Había algo familiar que invitaba a dejarse llevar. Era ese aire que sopla y que huele a noches de sur…

Agadir en el ocaso enciende las inscripciones sobre la montaña, visibles desde cualquier punto de la ciudad.
El mismo que acuna el alma de sensaciones de quien, de repente, se siente en casa y vuelve a instantes de la infancia. Bajo un cielo limpio, las estrellas. De nuevo.
Los latidos del corazón se adaptan pronto al nuevo ritmo, cadencioso. Parece indicar que todo el tiempo del mundo está por llegar. Huele a arena y a sal. Y a cientos de historias aún por contar, que flotan como un suspiro en esa corriente de gente que viene y va por el paseo. (Cualquiera de ellos).
Son los ecos del desierto que atrapan siempre, y que me confirmaron lo dicho entonces… La primera vez que pisé sus arenas en El Aaiún. Las babuchas recibidas como obsequio, me permitirían volver. Con certeza.
La misma del viento que sopla a ambas orillas, aquí y allí. Un augurio hecho evidencia al visitar Agadir y que me hizo pensar en el nombre de Samira, ‘la que cuenta historias en la noche’, en torno a aquellos vasos de té.

Zoco de Agadir, con botellas de aceite de argan en medio de aceitunas con recetas centenarias. (Foto Turismo Marruecos).
Con aroma a hierba-huerto y bien cargados de azúcar, como símbolo de hospitalidad, se asemejaba al día. Lleno de expectativas cuando comienza la mañana.
Lleno de posibilidades como dentro del Souk Al-Had (‘el zoco del domingo’). Un mercado de lo cotidiano, de vivencias y personajes que ilustrarían mil y un relatos.
Pero también, verdadero laberinto donde hallar el auténtico corazón de una ciudad que late tan próxima. Volveré a pensarte, con certeza.
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