Acre, donde el mar se paró en Tierra Santa
Historias con huella, relato 12. La autora toca con las dos manos la historia de la humanidad. Ocurrió en una ciudad pequeña pero fascinante que hace frontera entre dos mundos aparentemente distantes, pero estrechamente ligados en sus orígenes. El Puerto en San Juan de Acre, al norte de Israel y casi en el límite con el Líbano
#NuevaNormalidad que parece más la rutina de miles de ojos sin rostro, que deambulan resignados con el rapto de su sonrisa, oculta tras un trozo de realidad debidamente distribuida para todos igual.
Cómo no sucumbir pues, aún en silencio, a la rebelión de todo cuanto te brinda la mirada…“Y si así fuera daría la vida, por un solo abrazo, una sonrisa perdida” (cantaba Germán Copini).
No hay abrazos y no hay sonrisas. No los hay aún. Pero menos mal que siempre te queda ese repaso sensorial cuando eres capaz de pasear por los recuerdos. El viento vuelve a soplar.
Y me devuelve el olor a mar. Aún en tierra pero costera. De nuevo se intuye un regreso al sur que me es tan cercano. Dejamos atrás las ‘Mil y una noches’ para devorar los días al sol.
Coqueteamos por el Egeo salpicando de nuevo sus aguas, pero sólo para poner rumbo al conocido Mediterráneo y sus colores a la mesa.
Una ciudad pequeña pero fascinante que hace frontera entre dos mundos aparentemente distantes, pero estrechamente ligados en sus orígenes. Tocamos puerto en San Juan de Acre, al norte de Israel y casi en el límite de la frontera sur del Líbano.
Milenaria en las Cruzadas, fue sendero de paz para San Francisco de Asís pero campo de batalla para los Caballeros Templarios. Mítica, la mires por donde la mires, es por encima de todo… Una mágica ciudad portuaria en la que perderse.
Acre. Akko para los hebreos y Akka para los árabes, si hay un paseo por la historia, ése es el de tus pasos por San Juan de Acre, que atesora el honor de ser una de las ciudades más antiguas del mundo (fundada en el año 1.500 a.C., contó con la presencia de griegos, romanos, asirios, bizantinos, otomanos y árabes).
El hecho de que se convirtiera en uno de los últimos bastiones de la cristiandad en Tierra Santa, te permite descubrir todo un mundo paralelo que existía bajo tierra con los túneles de los templarios, que les brindaba una huída directa al mar.
Siempre el querido mar. Ese mar que lo ‘ensalitra’ todo… hasta el alma. Y que, sin embargo aquí, invita a quedarse en vez de a marchar. Sobre todo, al contemplarlo desde lo alto de su ‘Ciudadela’.
Esta Fortaleza, fundada por la Orden de los Hospitalarios, domina la ciudad que, en tiempos de estos militares religiosos, tuvo la misión del cuidado de los peregrinos llegados a Tierra Santa durante la Edad Media.
Pero hoy es un viaje al pasado en la ciudad vieja de Acre (Patrimonio de la Humanidad). Y ésa es la sensación que te invade desde que inicias el paseo por el empedrado de sus calles.
Arriba y abajo… Porque hay también toda una ciudad subterránea que descubrir. Pero antes de contarte cómo nos sentimos al dejarnos perder por el Túnel de los Templarios, debo hablarte de Adif y de Anás.

Mercado de la ciudad vieja de Acre, donde arranca la historia de Adif y Anás, en un puesto de dulces y frutos secos. (Foto Turismo de Israel).
Fue en su laberinto de calles de la ciudad vieja, con sus portones de color ‘verde tunera’, y después de que hubiéramos pasado ya tres veces por delante del mismo ‘cafetín’. Tras entretenernos en el mercado (para eso son, justamente, en los viajes), era evidente que nos habíamos perdido.
Y por más bonita que fuera su entrada… No era el deseo de tomar un té el que nos había llevado de nuevo delante del negocio de Anás.
Pero al volver a cruzarse nuestras miradas, seguidas de nuestras sonrisas, desembocamos todos en una sonora carcajada compartida que demandaba, al menos, un saludo.
Además, a Anás (amigo en árabe) ya le había llegado el aroma del saco de cuarto-kilo de comino que había comprado en un puesto de especias, y lo miró con agrado.

La autora en medio de una ristra de corderos despellejados, en el mercado de la ciudad vieja de Acre.
Después de eso… Se hizo inevitable aceptar la invitación de sentarnos a tomar té y un dulce ‘knaffe’ caliente (con el queso a medio fundir), como los de Nazaret. Los mejores de todo Israel.
Estábamos en el corazón del zoco antiguo de la ‘ciudad vieja’ y a muy poca distancia, en realidad, de la Fortaleza Hospitalaria. Lo que se dice en medio mismo de ese bullir palpitante en el que la gente se entrega, casi por completo, a las compras y el regateo.
Paro para nosotros el reloj se paró a la primera cucharada del meloso ‘knaffe’ recién hecho… ¡Madre mía, supe al instante por qué o para qué nos habíamos perdido!
Mi cara debía ser de verdadero deleite porque al otro lado del escaparate de enfrente, donde había ‘shofares’ y candelabros de ‘Shabat’, alguien me sonreía a través del cristal asintiendo con la cabeza…
Y es que en la misma callecita, como si fueran dos caras de una misma moneda, se encaraban frente a frente dos negocios, a priori, antagónicos. Un árabe y un judío que se saludaban cada día como el sol de la mañana.

Por estos túneles construidos por los templarios en las Cruzadas, Turismo de Israel ha sabido crear un producto único.
Así es Akko o Akka, más que ninguna otra ciudad de este país, donde el entendimiento se remonta a tiempos inmemoriales, pues si bien fue siempre un asentamiento importante para los judíos (en el medievo, muchos rabinos reputados como Maimonides estuvieron en Acre), fue justamente durante el dominio otomano que el asentamiento judío floreció más que nunca.
Así es que el personaje de la sonrisa velada salió de entre las ‘mezuzás’ para las puertas y los ‘kipots’ para las cabezas, y se dirigió hacia mí en pleno bocado.
“Me gusta tu alegría de vivir”, me dijo y estrechó mi mano con una amplia sonrisa. (Hizo lo propio con mi compañero y con Anás, por supuesto). “Yo soy Adif, y tú pareces haber captado bien la magia de esta ciudad… te contaré una leyenda”, añadió.
Aquello me encantó porque, no sólo estábamos en un rinconcito adorable de aquel laberinto de la historia, sino que encima parecíamos haber encontrado una segunda alma afín en el mismo punto exacto de esta encrucijada milenaria.
El reloj se paró y el queso se mantuvo tibio (quizá para que el dulzor todavía lo empapara más), Adif se sentó a la mesa con nosotros y Anás le ofreció un té. Hasta una nube caprichosa se posó benévola con ese instante y nos regaló una sombra, a la fresca…
Eso me permitió ver mejor la mirada de Adif. Su ojos eran del mismo color ‘verde tunera’ de los portones que estaban por todo el zoco de San Juan de Acre. Lucían como dos esmeraldas, ya pequeños por tantas arrugas como los arropaban. De tantas cosas como ya había visto, supongo.
Tomó un sorbo caliente de su té recién servido y nos llevó a otro tiempo según empezó a hablar. Contaba esa leyenda hebrea que el Gran Mar inundó al mundo y cuando llegó a la costa de Acre se paró.
(Libro de Job, capítulo 38, versículo 11: “Llegarás hasta aquí y no pasarás” y la palabra aquí se convirtió en Acá y de ahí Akko en hebreo, Akka en árabe). Acre.
Para cuando el mar se paró en los labios de Adif, Anás tenía ya preparado un vaso de té también para él… ¡Salud, leJáim y ṣaḥá! Juntamos todos nuestros vasos y tres vidas en un instante, tres veces santo y un brindis por la vida.
Recuerda que Anás significaba amigo o cercano en árabe, pero Adif quería decir ‘el preferido’ en hebreo. Y a mí me pareció que, en verdad, la antigua leyenda hebrea le hacía justicia a esta maravillosa ciudad de Acre, pues alguien desde lo más alto debió de poner su dedo aquí. (Perdón, acá).
Tanto Anás como Adif se convirtieron en nuestros ‘contertulios cercanos y preferidos’ los días que pasamos ‘akká’. Tras visitar los sitios imprescindibles de la que fue la maravillosa San Juan de Acre, hacíamos sobremesa con ellos para intercambiar impresiones.
No cabe duda que los más impresionantes fueron la ‘Sala de los Caballeros’ dentro de la Fortaleza Hospitalaria (un verdadero plató de cine para cualquier película épica o de acción), y el ‘Túnel de los Templarios’…
Unos 350 metros de largo bajo tierra que unen esta ciudadela militar con una salida a mar abierto… ¡Todo un espectáculo!
Una experiencia que culmina con un paseo al viento por las murallas de la ciudad, desde las que ver todo Acre. Cúpulas y minaretes de mezquitas, torreones de batallas pasadas, el hamam ‘Al Basha’, el Jardín Encantado, los mercados y en definitiva, la vida que bulle cosmopolita.
Una ojeada desde lo alto basta para darse cuenta de que mercaderes, combatientes y peregrinos caminaron por igual por estas tierras.
Miramos ese mar abierto al mundo y no se nos ocurre nada mejor que un baño en sus cristalinas aguas. Porque abandonarse en su bonita playa para las últimas horas en Acre es la mejor opción.
De nuevo ‘ensalitrados’, contemplamos la Iglesia franciscana de San Juan Bautista junto al faro. Mientras, la Torre de Moscas, antiguo torreón de vigilancia del puerto, al extremo del viejo rompeolas… Parece guardar algún secreto más.
(Se lo tengo que preguntar sin falta a Adif y a Anás).
Leer el resto de los relatos:
1. Puerto de Las Nieves donde los besos eran robados con sabor a salitre.
2.Procida la isla del limoncello que sedujo a Neruda.
3. Sicilia es irrepetible, pero el cine la hizo eterna.
4. Malta, en el Mediterráneo al encuentro de Corto Maltés.
5. Brindisi el tacón de la bota de Italia que reina en el Adriático.
6. Santorini, la mayor belleza de otro tiempo.
7. Naxos, donde los sueños se vuelven azules sólo si te descalzas.
8. Ikaria, las alas de cera más longevas de Europa.
9. Patmos resucita tu boca en los cielos.
10. Calcídicas, los tres dedos de Eolo en el Egeo.
11. Príncipe, las islas turcas donde separas las nubes con las manos.
13. Mar Muerto, el gran lago salado en el desierto del Qumrán.
14. Mar de Galilea, donde el Pez de San Pedro pasa de plateado a dorado.