#8M de Ucrania a Irán: Yana y Masha Amini
Un 8M y tres días. Hace tres días Yana seguía viva y atendía como voluntaria a todo el que lo necesitaba en Bakhmut, Ucrania. En la asediada ciudad de Bakhmut, al otro lado de un muro, el del horror
Tenía 29 años y la sonrisa perenne en cada café que ofrecía a aquel que llegaba al hospital militar donde trabajaba por los demás, resistiendo… Yana, o Yara, Rykhlitska cumplió los 29 bajo asedio.
(Y seguramente, con tan poca edad, ya quería volver a los 17, como la canción de Violeta Parra, para volver a sentir profundo. Pero el amor). Porque Yana murió mientras evacuaba a más heridos.
Paramédica voluntaria de la brigada 93, murió muy cerca de la martirizada Bakhmut, en la martirizada Ucrania. Allí donde el cielo parece haber dejado de existir… La ambulancia en la que Yana trataba de huir, junto a quienes auxiliaba, fue bombardeada.
Muchas Yanas nos dejan hoy sus lágrimas desde el cielo. Unas 8.000 mujeres han cambiado radicalmente sus vidas en territorio ucraniano, a lo largo de las últimas 55 semanas.
Son las que se han incorporado a las filas del ejército ucraniano. Servicio de fronteras, en primera línea, puestos de control, asistencia en hospitales. Cabría decir que están casi en todas partes de los territorios de batalla.
En realidad, a todas enterraron y todas siguen vivas. Porque las mujeres ucranianas llevan, además, el ejercicio más difícil de resistencia… El del vivir, a pesar de todo y aún bajo tierra. En sótanos y refugios, en las estaciones de metro y bajo un cielo que han dejado de ver. A oscuras.

Mujeres iraníes portan, como protesta, fotos de Mashia Amini, fallecida en 2022 a manos de la policía moral de Teherán.
Tan negro como el velo de Masha Amini… Masha, la joven iraní que acarició por última vez un mechón de su cabello descubierto, justo antes de que la policía de la moral de Irán la matara a porrazos.
Era ése, y no otro, el mechón de su rebeldía y su identidad, casi el grito que aún le quedaba de su memoria, y la de otros, bajo el velo negro de la sumisión.
Un grito de cuando aún soñaba con ella, con la libertad. Inmensa palabra. Acaso sea la más bella que haya escrito nunca la persona. Más allá del género y sin necesidad de que nadie me cambie el idioma (que Nadia ya me llamo yo. Y nadio, no existe).
Acaso pues, a Masha sólo le quedara la libertad de soñarla, no de vivirla. Y volvió a soñarla justo antes de morir. Y miles se han levantado tras ella y en su nombre, aunque ahora las envenenen a centenares en las aulas para hacerlas desistir. A las mujeres y a las niñas.
Porque aún van a clase. En Afganistán, ya no pueden acudir. Otra vez. Y el mundo gira. Bellas bailan solas. Solas y en silencio hasta alcanzar un grito tan profundo como jamás se oyó… El de la memoria.
Hoy, #8M, también yo me corto un mechón de pelo, como tantas otras mujeres antes, mucho antes. Antes de que la urgencia de la igualdad quedara banalizada por la del placer.
Yo aún escucho la necesidad en el grito, el de aquellas que nunca volvieron, bien por su sangre ucraniana, bien por llevar mal puesto el ‘hiyab’ o velo islámico.
Decía la poetisa Louise Glück que “miramos el mundo una sola vez, en la infancia. El resto es memoria”. No sé si Masha Amini y Yara Rykhlitska pudieron mirar al mundo antes que la muerte les cerrara los ojos. Brusca y dolorosamente.